(Corrispondenza Romana)
El 2 de abril ppdo. murió en Roma -después de una larga y dolorosa enfermedad- Mons. Antonio Livi, tal vez el último teólogo de la “escuela romana”, después de la muerte en el año 2017 de Mons. Brunero Gherardini. Orignario de Prato en el corazón de la Toscana, clase 1938, desde niño sintió la llamada del Señor a la vida sacerdotal, con la misión particular de defender el dogma.
Mons. Livi fue miembro ordinario de la Academia Pontificia de Santo Tomás; decano y profesor emérito de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Lateranense y colaboró con el Papa Juan Pablo II en la elaboración de la encíclica Fides et ratio (1998).
Quien lo conoció personalmente o tuvo con él una relación epistolar (impresa o electrónica), lo recuerda como el clásico toscano sanguíneo y gruñón, pero siempre disponible y afable.
Fundador de la editorial Leonardo da Vinci, en la cual aún es posible adquirir sus libros – habiendo sido un escritor incansable – entre los cuales recordamos el tratado Vera e falsa teologia. Come riconoscere la vera scienza della fede da un’ambigua “filosofia religiosa” -Verdadera y falsa teología. Como distinguir la verdadera ciencia de la fe de una ambigua “filosofía religiosa”- (Editorial Leonardo da Vinci, IV ed., disponible también in ebook,), que resume su lucha de los últimos cincuenta años.
En una video-entrevista a Corrispondenza Romana del 17 de septiembre del 2012 de hecho explicó que en la teología sagrada o revelada «el objeto no es tanto aquello que con sus propios recursos la razón pueda saber de Dios, sino más bien aquello que Dios dijo de Sí mismo en Jesucristo». Por lo tanto «la verdadera teología, para los cristianos, es la interpretación del Dogma». Mientras que no son sino ambiguas “filosofías religiosas” aquellas “teologías” que buscan «una nueva redacción del Dogma – o incluso una revolución respecto al contenido del Dogma», llegando incluso a refutarlo.
Su defensa del Dogma católico fue entonces decidida: no tuvo temor de enfrentar a aquellos que él con razón definió como malos maestros y falsos profetas, aunque fueran intocables en el establishment católico-progresista. Es sin duda emblemática su crítica a los escritos de Enzo Bianchi, el supuesto monje fundador de Bose, cuando estaba en el ápice de su “poder” dentro y fuera de la Iglesia. De su “hacha” no se salvaron ni siquiera los “gurú” de la nouvelle théologie, entre los cuales los jesuitas Pierre Teilhard de Chardin y Karl Rahner. Tampoco tuvo reparo en calificar como deficiente (y no solo) – al estar infectada por el protestantismo– la teología de Joseph Ratzinger.
Poco después del diagnóstico de la enfermedad, Mons. Livi comenzó a tomar notas sobre como prepararse para la muerte, que puso en orden antes del agravamiento de su salud y fueron publicadas póstumamente bajo el título Preparazione alla morte. Riflessioni teologiche a partire dall’esperienza -Preparación para la muerte. Reflexiones teológicas a partir de la experiencia (Editorial Leonardo da Vinci, €10, 122 pp.).
Queremos transcribir algunas de sus reflexiones pues, además de teológicas, son el precioso testimonio de un bautizado y de un sacerdote consciente de que lo que importa en la vida -paradoja del Cristianismo– es la muerte, es decir ir al encuentro del Esposo, Cristo, que viene.
«Narro esto a los amigos que están en sintonía espiritual conmigo – escribe Mons. Livi – y publico estas reflexiones no para hablar en último análisis de mí ni de ellos, sino para hablar de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), exaltando su infinita Misericordia (tanto cuanto sea posible a mi insuficiente lenguaje) y agradeciéndole con todo el corazón, proponiéndome de continuar incesantemente a darle gracias mientras esté consciente».
La oración fue la fuerza y la consolación de Mons. Livi:
«Paso despierto casi todas las noches rezando y dialogando con el Señor como nunca lo hice en mi vida. Y paso de un momento de pedido de alivio físico a momentos de plena aceptación del dolor con agradecimiento convencido por el modo como me está santificando. Y he comprendido finalmente qué es la santidad: es únicamente obra de Dios, que puede prescindir también de la correspondencia a la gracia por parte de la persona beneficiada (como los santos Inocentes)… ».
No podía faltar una sabia consideración:
«Es necesario vivir el presente para velar por el futuro. Gran parte del sufrimiento que nos infligimos está relacionado con el hecho de que no queremos vivir el momento presente. Preferimos atormentarnos en el pasado o tener temor por el futuro, pero de este modo huimos del único verdadero momento que nos es dado vivir, relacionado con nuestro hoy, el aquí y ahora».
Mientras se preparaba para morir, Mons. Livi rezaba por la Iglesia, que está viviendo una de las crisis más dramáticas de su bimilenaria historia. Recomienda entonces
«la salvación de los monasterios. El monje tiene dos misiones. La primera es la afirmación del primado de Dios, o sea, todas las formas de adoración. Por otra parte, como verdadero hijo de Dios dedicado a su alabanza y a su gloria, el monje es libre de actuar dejándose utilizar allí donde haya necesidades urgentes, porque no está comprometido en ninguna obra particular que lo distraigan de ello. Pero ocurre que el monje debe serlo verdaderamente, es decir, no rebajado a distintas formas de mundanismo o incluso actividades que desvirtúan su propia vocación».
Fiel sacerdote de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, intentó siempre defender la autoridad de la Jerarquía, pero supo también reconocer que quienes están difundiendo errores y propagando herejías no forman parte de la misma.
En el 2017 firmó la Correctio Filialis De Haeresibus Propagatis, la “Corrección Filial” entregada al Papa Francisco el 11 de julio del mismo año.
Poco antes de morir, en el extremo de sus fuerzas, dijo al Prof. Enrico Maria Radaelli, amigo y colaborador suyo de muchos años:
«Enrico Maria, dogma, dogma, dogma. Vaticano I sí. Vaticano II no. ¿Comprendió? Escribe: Dogma, sí. Vaticano I, sí. Vaticano II no, no, no. Escríbelo a todos. Escríbelo bien. Esta es la Iglesia. Sólo ésta.».
Adios, Monseñor Antonio. Gracias.