Naturalmente, la Iglesia es solo una, siempre igual a sí misma, ayer, hoy y mañana. Pero si las secciones purgante y triunfante de esa Iglesia eterna están ya libres de las veleidades de la Historia, nosotros, la Iglesia Militante, vivimos inmersos en el tiempo, y en los tiempos que nos toca vivir.
Es en ese sentido en el que se puede hablar de ‘Iglesia del Vaticano II’ o ‘Iglesia de Francisco’ para describir el transitorio estado del Pueblo de Dios hoy o, mejor, de sus pastores. Si ese es el caso, creo que un nombre tan adecuado como cualquier otro sería la Iglesia de la Covid.
Que una pandemia decretada por la OMS, a pesar de su baja tasa de mortalidad, aterrara a un mundo que ha dado la espalda a la muerte y vive exclusivamente para el hoy y valora la salud física por encima de cualquier cosa, es algo que podía predecirse fácilmente. Que la reacción general de los pastores de la Iglesia de Cristo, una fe anclada en la eternidad, haya sido la misma o incluso más timorata, en cambio, da la verdadera medida de la crisis en que nos encontramos los católicos.
La reflexión vaticana sobre la crisis sanitaria, publicada por la Academia Pontificia de la Vida del arzobispo Vincenzo Paglia, que comentábamos ayer, es perfectamente significativa de algo que hemos vivido a lo largo de todos estos meses: una absoluta focalización sobre el peligro, aun abrumadoramente minoritario, y una ausencia clamorosa de referencias sobrenaturales.
Oh, sí: la caridad. No matarás, y todo eso. Lo hacen todo por solicitud por la salud del prójimo. Aunque el prójimo, ya saben, va a morir igualmente, va a sufrir igualmente, y la Iglesia sabe que lo radicalmente importante, lo crucial, la máxima caridad, es ayudarle a alcanzar su destino eterno, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen.
Los ejemplos son tan abundantes y frecuentes que es fútil citarlos. Hemos visto a unos pastores precipitarse sobre las medidas extraordinarias dictadas por los gobiernos y extremarlas aún más. Hemos visto a los pastores responder con irritado desdén a quienes suplicaban la vuelta a los sacramentos. Hemos visto escasísimas reflexiones por parte de los prelados que ayuden a dar a la situación una visión sobrenatural, que relativicen lo que no es más que una crisis sanitarias muy alejada en gravedad a cientos de pestes que ha sufrido la humanidad, que nos señalen a realidades sobrenaturales más importantes (las únicas verdaderamente importantes), que aprovechen para recordar a los fieles que este valle de lágrimas es solo un brevísimo camino en el que nos jugamos un destino inefable o terrible que no tiene fin.
Para quien no quiere ver, siempre hay alguna vaga referencia aquí o allá, pero quien quiera ver el cuadro general no puede tener duda alguna de que nuestros pastores no han dado la impresión de creerse lo que la Iglesia predica desde el principio, o han sido extraordinariamente tibios y cobardes.
Carlos Esteban