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jueves, 23 de julio de 2020

La reflexión vaticana sobre la pandemia ignora cualquier perspectiva sobrenatural



“Las lecciones de fragilidad, finitud y vulnerabilidad nos llevan al umbral de una nueva visión: fomentan un espíritu de vida que requiere el compromiso de la inteligencia y el valor de la conversión moral. Aprender una lección es volverse humilde; significa cambiar, buscando recursos de significado hasta ahora desaprovechados, tal vez repudiados. Aprender una lección es volverse consciente, una vez más, de la bondad de la vida que se nos ofrece, liberando una energía que va más allá de la inevitable experiencia de la pérdida, que debe ser elaborada e integrada en el significado de nuestra existencia. ¿Puede ser esta ocasión la promesa de un nuevo comienzo para la humana communitas, la promesa del renacimiento de la vida? Si es así, ¿en qué condiciones?”.

Disculpen el ‘rollo’, pero me interesa que lo lean para responderme: ¿en qué sentido es este texto reconociblemente católico? Lo pregunto porque se trata de un documento de la Santa Sede, obra de la Pontificia Academia por la Vida como reacción de Roma a la pandemia de coronavirus bajo el título ‘Humana Communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida’.

Para los medios, el titular es que el Vaticano vuelve a culpar a la actividad depredadora del hombre actual con respecto al medio ambiente de la pandemia, lo que resulta ya algo sonrojante. Han sido numerosos los prelados que estos días pasados se han precipitado para anunciar ‘urbi et orbi’ que esta peste no es en absoluto, para nada, de ninguna manera, una advertencia celestial a la humanidad descristianizada, rozando en algunos casos el anatema y la ridiculización inmisericorde. ¿Debemos creer, a cambio, que la Tierra, como un ser sintiente y con capacidad de decidir, sí castiga? ¿Nos quedamos más tranquilos sustituyendo al Dios cristiano por una diosa pagana?

El Papa lo llamó ‘pataleta’ de la Tierra en la entrevista concedida a Jordi Évole. Aquí, el ‘negro’ del arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia, repite lo mismo con otras palabras: “La epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra y de nuestra falta de atención”.

¿En serio? ¿Dónde ve el nexo de causalidad? ¿No es curioso que cuando el hombre influía muchísimo menos en el planeta las pestes fueran cien veces más devastadoras, como en el caso de la Peste Negra o las cientos de epidemias que han diezmado naciones? ¿Con qué ‘tenía que ver’ aquello? Viendo la tasa de mortalidad total de la pandemia (que podremos apreciar mejor a final del año, cuando podamos comparar la mortalidad total en 2020 con la de 2019), ni siquiera parece que Gaia o la Pachamama esté demasiado enojada, salvo que pudiera calcular las reacciones irracionales de los gobiernos.

En las redes, no pocos han visto esta incoherencia. @Pdeclan, sacerdote de la Diócesis de Cuenca, un popular y activo tuitero, comenta en esta red social con ironía: “A mí me alivia saber que si los virus son “un síntoma del malestar de nuestra tierra” por fin la culpa de muerte de los indígenas americanos por viruela y sarampión ya no va ser considerada culpa de los conquistadores”.

A mí me alivia saber que si los virus son “un síntoma del malestar de nuestra tierra” por fin la culpa de muerte de los indigenas americanos por viruela y sarampión ya no va ser considerada culpa de los conquistadores.

— Declan, ese cura (@PDeclan) July 23, 2020

Pero la principal fuente de preocupación entre muchos fieles de este documento es la que se desprende de nuestro primer párrafo: la absoluta ausencia de referencias sobrenaturales. Es un escrito que podría proceder, no ya de los miembros de cualquier religión, sino de algún departamento de Naciones Unidas o del Gran Oriente de Francia. Otro sacerdote, el padre Juan Manuel Góngora (@patergongora88), escribe en Twitter: “Un documento que no contiene estos cuatro “conceptos” y está repleto de moralina buenista, te lo puede firmar Soros o cualquier “comisión para la destrucción”. Anonadado me hallo”. Los conceptos a los que se refiere, y que muestra en sendas búsquedas sobre el texto, son “Jesucristo”, “Oración”, “Sacramentos” y “Oración”.Carlos Esteban

Un documento que no contiene estos cuatro “conceptos” y está repleto de moralina buenista, te lo puede firmar Soros o cualquier “comisión para la destrucción”. Anonadado me hallo.@JuanjoRomero @luisperezbus @paterjm @PDeclan @PadrePich @PatxiBronchalo @PadreFJD https://t.co/9hbilFsid5 pic.twitter.com/9UFdbJz1VB

— P. Juan Manuel Góngora (@patergongora88) July 23, 2020

Juanjo Romero, colega de Infocatolica, incide: “No hay referencias espirituales, es sociología. Qué tristeza. La Santa Sede vincula el covid-19 a «nuestra depredación de la tierra» y a la «avaricia financiera»”, enlazando con un comentario de Carmelo López-Arias publicado en Religión en Libertad.

Qué análisis más bueno de @carmelopeza sobre el último documento de la @PontAcadLife.

No hay referencias espirituales, es sociología. Qué tristeza.

La Santa Sede vincula el covid-19 a «nuestra depredación de la tierra» y a la «avaricia financiera» https://t.co/VWoaf1Xl6S

— Juanjo Romero ن (@JuanjoRomero) July 22, 2020

Los católicos del siglo XXI vemos con estupor que los dos nuevos pilares de nuestra fe milenaria -eterna, en realidad- son dos conceptos ignorados o consignados a un pie de página en el magisterio de estos dos últimos milenios: medio ambiente (desde la rígida perspectiva de una tesis cuestionable, el dogma civil del Cambio Climático) y el globalismo político y la desaparición de las fronteras.

Y esto, con referencias cada vez más escasas y prescindibles, como de relleno, a las realidades sobrenaturales que hasta ahora se habían considerado como el centro de nuestra fe y el sentido de la Salvación. La deriva de la Iglesia hacia una ONG con pinceladas espirituales, pero que pone el acento cotidiano en las ideologías de moda nacidas del mundo secular (y, en muchos sentidos, anticristiano), es doblemente preocupante, porque vacía de contenido la fe y porque convierte a la institución en algo redundante y, como tal, innecesaria.

Carlos Esteban