Soportar las injurias con impaciencia, guardar y alimentar rencores, ofensas y escándalos; la creación de una víctima valerosa
Ayer, tuve la gran alegría de hacer una corta pero fructífera visita al monasterio de Nurcia con motivo de la fiesta de Corpus Christi. Uno, entre los muchos regalos que recibí, fue la breve conversación que sostuve con mi viejo amigo, el Hermano Porter. Tiempo atrás, cuando vivía en Nurcia, este respetable religioso me invitaba a sentarme un rato a charlar en la Portineria[1] (portería) del monasterio. Yo le contaba acerca de mi día y él me daba consejos útiles conforme al modo de pensar del monasterio, siendo “No quejarse” uno de los principios más importantes. Ayer, tuvimos la oportunidad de recrear aquellos felices días, en los que nos sentábamos afuera de la pequeña Portineria, en medio de la paz y belleza del escenario montañoso, el canto de lo pájaros y los perros del monasterio, Primus y Secundus a nuestros pies.
Mencioné que estaba preparando un artículo: “Es acerca de cómo “ofenderse” es un pecado. Y como si fuera algo tan obvio que no requería explicación alguna, el Hermano Porter me dijo: “Claro, por supuesto”. Y seguimos adelante.
Pero para el mundo exterior, ajeno a la paz y al orden moral de la vida monástica tradicional, la noción de ofenderse moralmente ante algo que otra persona dice o hace se toma como algo totalmente obvio. Ciertamente, en la era del internet esto es considerado casi como un imperativo moral y la extraña práctica de los cristianos del pasado de simplemente perdonar las ofensas ya no se recuerda ni siquiera lo suficiente como para burlarse de ella.
Las interrogantes: ¿Es pecado ofenderse? Y ¿Por qué este fenómeno cultural es un peligro para las almas? han cobrado nueva fuerza al inicio de esta extraña explosión de caos vertiginoso, disturbios y violentas puestas en escena por la extrema izquierda. Peor quizás, ha sido el grotesco espectáculo de políticos, celebridades y diversos parásitos mediáticos arrastrándose, llorando y arrodillándose en paróximos artificiales de culpa ante las exigencias de la izquierda Neo-maoísta. Y como Winston Churchill les hubiera podido decir, con cada nivel de postración, las exigencias de mayor apaciguamiento solo crecen en estridencia.
En este momento, dos semanas después de la muerte de George Floyd, la impresión que se tiene a partir de las noticias es la de un mundo occidental interpretando en vivo el rol playing de la antigua película post apocalíptica de Escape de Nueva York, al tiempo que transmite una impresión loable de una “Sesión de Lucha” maoísta masiva por crímenes contra La Revolución.
Una entre las muchas cosas lamentables del catolicismo moderno es haber borrado de la memoria las directrices espirituales que una vez fueron comúnmente conocidas – y predicadas. Hasta hace poco se entendía el propósito de la vida cristiana como la búsqueda de la santidad y la perfección cristiana, especialmente por vías que divergían profundamente de las seguidas por el mundo secular o pagano. El gran tesoro de la enseñanza sobre cómo vivir como católico, ha sido simplemente abandonado en el camino. Pero se acostumbraba a hablar acerca de él y todavía, hoy en día, se le puede encontrar si uno sabe dónde buscar.
Enojarse ante las injurias ajenas – un obstáculo para “todo avance en la vida espiritual”
El gran escritor y director espiritual, Padre Frederick William Faber, fundador del Oratorio de Londres, advierte[2] de la doble tentación que se observa para ser santo: “Hay dos espíritus que efectivamente impiden todo progreso en la vida espiritual; uno es el espíritu de ofenderse y el otro es el deseo ansioso de edificar”.
Por cuanto, agrega: ambos “niegan los cinco principios esenciales de la vida espiritual: la ley de la caridad que todo lo cree, la atención a sí mismo, el hábito de la discreción[3], la indiferencia ante los juicios u opiniones de los hombres[4] y la práctica de la presencia de Dios. De estas cinco maneras destruyen la vida interior mediante una infusión perniciosa de pusilanimidad[5] mezclada con orgullo”. -una mejor descripción del peligro moral del Twitter católico probablemente nunca fue mejor expresada.
En sus Conferencias Espirituales[6], el Padre Faber se extiende más sobre este tema: “Ofender es un pecado grave, pero ofenderse es un pecado aún mayor. Implica la existencia de una gran inmoralidad en nosotros y produce un daño significativamente más grande sobre los demás. Nada injuria tanto como la rapidez para ofenderse”.
Para aquellos que tienen el hábito de hacer esto, el Padre Faber utiliza unos términos inusualmente duros:
Porque encuentro gran cantidad de personas, moderadamente buenas, que piensan que no hay nada malo en ofenderse. Consideran esta conducta como una muestra de su propia bondad y de la delicadeza de su conciencia; mientras que, en realidad, es tan solo la evidencia de su arrogancia desmesurada o de su extrema estupidez.
Tales personas, continúa el Padre Faber, “parecieran frecuentemente sentir y actuar como si el ejercicio de la profesión de su piedad los autoriza de algún modo a enojarse. Es su manera de dar testimonio de Dios”, y de no hacerlo, eso “mostraría una inercia culposa en su vida interior. Su tarea es ofenderse. Creen que sufren mucho cuando se enojan, cuando la verdad, es que lo están disfrutando enormemente. Se trata de una emoción placentera que rompe agradablemente la monotonía de la devoción”.
Por el contrario, escribió:
Mi amigo y compañero columnista de Remnant, el Padre Paul McDonald, me ayudó a llenar algunos vacíos. En respuesta a la cuestión de que el hábito popular de “ofenderse” es un peligro para las almas me escribió, pues “pone de manifiesto una gran falta de fe en la sumisión a la Divina Providencia”.
Como práctica habitual constituye una sensibilidad “muy poco varonil” y muestra una incapacidad para reconocer nuestros propios pecados -los santos, señalaba él, “deseaban los insultos”. Debemos agradecerle a Dios cuando somos insultados y ofendidos después de todo lo que el Señor ha hecho por nosotros. Nos salimos con la nuestra en un montón de otras cosas y nunca fuimos agarrados”, el Padre Paul señaló.
En referencia al comentario anterior del Padre Faber sobre ofenderse”, el Padre Paul dice que ello significa “entre otras cosas, el pecado de permitir que el pecado de otro -o presunto pecado- sea una excusa para nuestro propio pecado. El verdadero escándalo, en un sentido teológico, usualmente no viene acompañado de shock”.
Los Santos humildemente sabían, con absoluta certeza, que ellos eran creyentes. Pero con respecto a lo demás, se veían a sí mismos como miserables, pobres pecadores. Pero esto no calza dentro de las espiritualidades modernas”.
Recurriendo a los líderes de la vida monástica tradicional benedictina, Dom Paul Delatte, estudiante de Dom Prosper Gueranger, escribe[7] acerca de la sección de la Regla de San Benito conocida como los Instrumentos de las Buenas Obras, la cual incluye los consejos fundamentales: “No hagas mal a nadie, sí, soporta con paciencia el mal que se te ha hecho. Ama a tus enemigos. No pagues mal por mal, sino más bien bendice. Soporta persecución por causa de la justicia”.
El segundo gran Abad de Solesmes escribe:
El tema sigue siendo la caridad hacia nuestro prójimo, pero la caridad ejercida en medio de circunstancias difíciles, en las que nuestro prójimo es una prueba para nosotros o incluso se convierte en nuestro enemigo y perseguidor. Existen casos en los que una simple benevolencia interior no basta, en los que la caridad debe estar respaldada por la valentía y la magnanimidad. Nuestro Señor, a veces, exige heroísmo. No solamente nunca debemos abandonar la serenidad de la mente o buscar venganza; todo cristiano debe tener en su corazón esta divina disposición de devolver bien por mal. Para los hijos de Dios, sufrir persecución por causa de la justicia es la máxima felicidad”.
Estas exhortaciones tienen aún más peso cuando recordamos que poco tiempo después de convertirse en Prior de la recientemente refundada San Pedro de Solesmes, el centro y fuente del renacimiento benedictino, Dom Delatte fue obligado a abandonar la abadía con toda la comunidad en el año 1901, por los masones anticlericales en el poder en Francia.
Estas instrucciones de San Benito, escribe Dom Delatte: “nos ponen en guardia contra las formas del mundo que fomentan la discordia entre los hombres. Le advierten al monje que debe abstenerse de toda “acción mundana” las cuales son incompatibles con la dignidad cristiana”.
San Benito condena especialmente al espíritu de murmuración, un espíritu habitual del holgazán y perezoso; al espíritu malicioso y crítico del cascarrabias[8]”.
Estos consejos están dirigidos a fortalecernos contra el orgullo escondido que surge cuando hemos hecho el bien o evitado el mal. Debemos saber a quién le debemos atribuir últimamente la gloria de nuestras virtudes y la vergüenza de nuestras faltas. Suele ser muy común la tendencia a asumir la responsabilidad únicamente por lo bueno y a atribuirnos la gloria de ello”.
La murmuración es un contagio mortal en una comunidad monástica, pero su peligro no está confinado a la vida monástica. En su sección acerca de la verdadera naturaleza de la obediencia religiosa, Dom Delatte cita posteriormente a San Pablo a los Corintios: “Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría”.
Y continua Dom Delatte: “Si tu corazón está amargado o enojado… si se te escapan palabras de protesta o simples murmuraciones escondidas, sin duda tu sacrificio está allí. Pero Dios no acepta tales meros sacrificios materiales. En el Antiguo Testamento Le eran odiosos. Él quiere la ofrenda de una buena voluntad, y hacia ella dirige Sus ojos”
La cura: pequeñez, conocimiento de sí mismo y examen de conciencia
Como siempre ocurre en la vida espiritual, la enfermedad lleva implícito el remedio. El hábito de ofenderse u enojarse, advierte el Padre Faber, entraña el peor tipo de orgullo, “un orgullo que se cree es humildad” y que puede engañar incluso a una persona espiritualmente bien dispuesta. “El orgullo es difícil de manejar incluso cuando estamos conscientes de él; pero un orgullo del cual no se tiene consciencia es un asunto grave”.
Por consiguiente, el remedio evidente es tener consciencia, específicamente consciencia de nuestra propia pequeñez de corazón, particularmente en comparación con Dios, y un examen de conciencia sincero. “Si prestamos atención a nosotros mismos encontraremos que simultáneamente con la ofensa, hay un algún sentimiento herido o un estado alterado o excitado dentro de nosotros. Cuando estamos de buen humor no nos ofendemos”, escribe el Padre Faber.
El Padre McDonald sugiere una suerte de letanía de preguntas a plantearnos: “¿Quiénes somos nosotros para ofendernos? ¿Creamos nosotros a otra persona de la nada y la mantenemos en la existencia? ¿Morimos en la Cruz por ella? ¿Vertimos beneficios dentro ella, le damos su existencia minuto a minuto? ¿Somos nosotros infinitamente perfectos y santos comparados con nuestro prójimo? ¿Me debe esa persona lealtad, obediencia y amor absolutos?”
Y señala simplemente que “es un pecado ofenderse” y ello por una serie de razones. Se trata de un “juicio temerario” en el que se presume un claro conocimiento de la intención de la persona.
¿Y si la persona tiene razón?
¿Y qué sucede si la persona que supuestamente me insultó lo que quería era hacerme una corrección caritativa aunque severa? Si la percibo como un insulto estoy suponiendo que es falsa. Pero, quizás es cierta y me estoy perdiendo la oportunidad de una verdadera y valiosa corrección? ‘¿Se ha [esa persona] convertido en [mi] enemigo porque [ella] me dice la verdad?’ Galatas 4:16.
¿Y si yo no merezco un insulto?
Cristo absolutamente, infinitamente no merecía un insulto. La Virgen Inmaculada absolutamente no merecía un insulto. La Santísima Trinidad es ofendida, es decir, insultada con cada pecado. ¡Por supuesto, yo merezco insultos! Yo merezco el fuego eterno del Infierno, pero el Señor me ha rescatado de él, me ha preservado de él hasta este momento”, concluye el Padre MacDonald.
Hilary White
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[1] La sección de la tienda de los monjes amueblada con bancos acogedores donde uno puede pasar el rato, comer un sándwich, saludar y conversar con los monjes y otros transeúntes locales.
[2] Faber. “Crecimiento en santidad o el progreso de la vida espiritual”. John Murphy co. Baltimore 1855. p. 216
[3] ael hábito de reservarse las opiniones de uno sobre los pecados de otras personas y la propia vida espiritual: “Que tu mano izquierda no sepa lo que está haciendo tu mano derecha”. “No proclames tus buenas obras ante los hombres …” “Mantén tu ayuno en secreto …” “Entra en tu habitación privada …” etc
[4] o como diríamos hoy, “no te preocupes por lo que los demás piensen de ti”
[5] falta de coraje o determinación; timidez
[6] Forgotten Books. print-on-demand Classic Reprint. (Impresión a pedido Classic Reprint) Publicado originalmente en Londres, 1859
[7] “La Regla de San Benito; un comentario “, reimpreso por Wipf y Stock. 2000
[8] Retiro lo dicho. Ésta es la descripción más adecuada de Twitter católico jamás escrita.
[Traducido por María Calvani. Artículo original]