Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, en entrevista concedida a Crux, ha señalado que la causa provida no debe emplearse en política.
Evidentemente, las próximas elecciones presidenciales norteamericanas son el foco de estas curiosas declaraciones. Paglia afirma que
“causaría un gran perjuicio el que algún tema de bioética se extrajera de su contexto general y se pusiera al servicio de estrategias ideológicas. Haría un gran daño”.
“Hoy estamos llamados a descubrir una nueva alianza que va más allá de la política”,
desvarió Paglia.
“Una alianza en la que todos los creyentes y todos los hombres y mujeres de buena voluntad se comprometen a salvar todas las vidas de todas las personas que viven en esta única casa común”.
Uno no sabe por dónde empezar. ¿Dónde está esta alianza? ¿Cómo se logra, si considerar la masacre masiva y legal de niños por nacer a la hora de votar “haría un gran daño”? ¿Y quién podría comprometerse a salvar TODAS las vidas, irremisiblemente llamadas a morir? ¿Cómo se hace eso? Por último: ¿De verdad para un cristiano -no digamos un prelado católico- este planeta es nuestra ÚNICA casa común? ¿No hay nada más, no hay un hogar común, que es más hogar y más nuestro que este efímero planeta?
“Por eso creo que instrumentalizar algún tema con fines políticos es perjudicial”,
concluye.
Bien, entonces, ¿qué debe tener en cuenta el católico a la hora de votar? ¿El plan de carreteras? ¿Qué hay de los ‘principios irrenunciables’ proclamados por Benedicto XVI? Si a un católico no debe importarle que el candidato sea un entusiasta partidario de la masacre legal de niños por nacer, ¿qué debe importarle?
La respuesta, de forma característicamente oblicua, la da hoy mismo el episcopado norteamericano. Porque todo este marear la perdiz del presidente de la Pontificia Academia para la Vida (¿?) tiene un objetivo muy concreto: que el tándem demócrata Biden-Harris (en la realidad, más bien, Harris-Biden) gane las elecciones. Y del aborto ya hablamos otro día, que no hay que obsesionarse.
Pero vamos con el episcopado americano. La Conferencia Episcopal ha convocado una jornada de ayuno y oración contra el ‘racismo’. “Teniendo en cuenta la violencia en Kenosha, Wisconsin, y en otras ciudades del país, instamos a todas las personas de fe a observar el 28 de agosto o la fiesta de San Pedro Claver el 9 de septiembre como un día de ayuno y oración”, dice en un comunicado Shelton J. Fabre, obispo de Houma-Thibodaux y presidente del Comité Ad Hoc contra el Racismo, de la Conferencia Episcopal. “Reiteramos el valor de aquellos cuya vida humana y dignidad en este país están marginadas por el racismo y nuestra necesidad de luchar por ellos, incluidos los no nacidos”, añadió.
Esto sí es política, y de la peor. Porque no hay una ‘plaga’ de racismo en Estados Unidos, lejos de ello. Hay, naturalmente, racistas, como hay codiciosos, lujuriosos, soberbios, perezosos y, en fin, toda la panoplia de pecados habituales en los seres humanos. Pero pretender que la crisis de violencia y destrucción que sufre Estados Unidos y que, por cierto, ha provocado bastantes más muertes que las que supuestamente motivaron las ‘protestas’, tiene por causa el ‘racismo institucional’, es absurdo y lo contradicen los mismos hechos.
Hablar de Kenosha, por ejemplo, y no tener la menor palabra de condena para los activistas que se dedican abiertamente al pillaje, la destrucción de propiedades y el asalto indiscriminado de inocentes es una buena prueba de la indecible cobardía de los obispos norteamericanos.
Carlos Esteban