Fiesta de San Lorenzo Mártir
Reverendo padre Thomas:
He leído atentamente su artículo Vatican II and the Work of the Spirit, publicado el pasado 27 de julio en Inside the Vatican (ver aquí). Yo diría que su pensamiento se puede resumir en estas dos frases:
«Comparto muchas de las preocupaciones expresadas y reconozco la validez de algunos los problemas teológicos y cuestiones doctrinales enumerados. Con todo, me produce incomodidad llegar a la conclusión de que el Concilio Vaticano II sea de algún modo fuente y causa directa del desalentador estado en que se encuentra actualmente la Iglesia.»
Permítame, reverendo padre, que me apoye para responderle en la autoridad de un interesante escrito suyo, Pope Francis and Schism, que apareció en The Catholic Thing el pasado 8 de octubre. Sus observaciones me permiten apreciar una analogía que espero contribuya a aclarar lo que pienso y demostrar a nuestros lectores que algunas divergencias aparentes pueden se pueden resolver gracias a un provechoso debate que tenga como máximo fin la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación de las almas.
En Pope Francis and the Schism, usted señala muy oportunamente y con la perspicacia que caracteriza sus intervenciones que hay una especie de disociación entre la persona del Papa y Jorge Mario Bergoglio, una dicotomía en la que el Vicario de Cristo calla y deja hacer mientras habla y actúa el exuberante argentino que actualmente reside en Santa Marta. Hablando de la gravísima situación que atraviesa la Iglesia alemana, usted escribe:
«Para empezar, al interior de la Iglesia alemana muchos saben que de hacerse cismáticos perderían su voz y su identidad católica. No pueden permitirse algo así. Necesitan estar en comunión con el papa Francisco, porque es precisamente él quien promueve el concepto de sinodalidad que tratan de llevar a cabo. Él es, por tanto, su máximo protector.
En segundo lugar, mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco. Con esto, la Iglesia se encuentra en una situación en la que nunca habría esperado encontrarse.»
Prosigue:
«Es importante recordar que es preciso ver la situación de Alemania en un contexto más amplio: la ambigüedad teológica interna de Amoris Laetitia; el avance indisimulado del proyecto homosexual; la refundación del Instituto (romano) Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia, o sea el debilitamiento de la coherente doctrina de la Iglesia sobre absolutos morales y sacramentales, sobre todo en lo que respecta a la indisolubilidad del matrimonio, la homosexualidad, la contracepción y el aborto.
También está la declaración de Abu Dabi, que contradice abiertamente la voluntad del Padre y socava el primado de Jesucristo su Hijo como Señor definitivo y Salvador universal.
Es más, el actual Sínodo para la Amazonía rebosa de participantes solidarios y promotores de todo lo antedicho. Hay que tener en cuenta también a los numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia».
Y concluye con estas palabras:
«Teniendo en cuenta todo lo anterior, observamos una situación de creciente intensidad en la que por un lado la mayoría de los fieles del mundo, tanto en el clero como entre los laicos, se mantienen fieles al Papa, porque es su pontífice aunque critiquen su pontificado, y por otro hay una gran cantidad de fieles en el mundo, tanto clero como seglares, que apoyan entusiásticamente a Francisco porque permite y promueve las ambiguas enseñanzas y prácticas eclesiales de ellos.
Por consiguiente, terminaremos con una Iglesia que tendrá un papa que será el pontífice de la Iglesia Católica y será al mismo tiempo en la práctica cabeza de una iglesia cismática. Por ser el jefe de ambas, parecerá que hay una sola Iglesia cuando en realidad serán dos».
Sustituyamos ahora al Papa por el Concilio, y a Bergoglio por el Concilio Vaticano II: creo que encontrará interesante el paralelo casi literal que resulta. De hecho, tanto para el Papado como para un concilio ecuménico, el católico cultiva la veneración y el respeto que le exige la Iglesia: por un lado hacia el Vicario de Cristo, y por otro hacia un acto solemne de magisterio, en los que la voz de Nuestro Señor habla a través del Romano Pontífice y todos los obispos en unión con él. Si pensamos en San Pío V y el Concilio de Trento, o en Pío IX y el Concilio Vaticano I, no resultará difícil encontrar una correspondencia entre esos papas y el Papado, así como entre esos pontífices y el magisterio infalible de la Iglesia. Es más, la sola idea una posible dicotomía incurriría con toda justicia en sanciones canónicas y ofendería a los piadosos fieles.
Ahora bien, como usted mismo señala, con Jorge Mario Bergoglio ejerciendo surrealísticamente el cargo de sucesor del Príncipe de los Apóstoles, «las únicas palabras que encuentro para expresar esta situación son cisma al interior del Papado, ya que el Papa, precisamente por serlo, es a todos los efectos cabeza de un amplio sector de la Iglesia que con su doctrina, enseñanza moral y estructura eclesial es a todos los efectos cismático».
Yo ahora me pregunto: Si usted, estimado padre Thomas, reconoce, como dolorosa prueba a la que la Providencia somete a la Iglesia para castigarla por las culpas de sus indignísimos miembros, en grado máximo sus dirigentes, el propio Papa esté en cisma con la Iglesia, hasta el punto de que se pueda hablar de «un cisma al interior del Papado, por qué motivo no puede usted aceptar que haya sucedido lo mismo con un acto solemne como un concilio, y que el Concilio haya supuesto «un cisma interno en el Magisterio»? Si este papa puede ser «cismático en la práctica» –y yo diría que hasta hereje–, ¿por qué no puede haberlo sido también ese concilio, a pesar de que tanto el uno como el otro sean instituciones de Nuestro Señor para confirmar a los hermanos en la fe y la moral? ¿Qué impide, le pregunto, que las actas del Concilio se aparten del camino de la Tradición si el propio Pastor Supremo es capaz de renegar de las enseñanzas de sus predecesores? Y si la persona del Papa está en cisma con el Papado, ¿por qué no va a poder un concilio que se ha querido hacer pastoral y se ha abstenido de proclamar dogmas contradecir a otros concilios canónicos, creando con ello un cisma en la práctica con el Magisterio católico?
Es cierto que esta situación es un caso único, sin precedentes en la historia de la Iglesia, pero si puede ser así con el Papado -en un crescendo que va de Roncalli a Bergoglio-, no veo por qué no podría ser así con el Concilio Vaticano II, que precisamente gracias a los últimos pontífices se ha presentado como un acontecimiento único, y como tal es utilizado por sus defensores.
Retomando sus palabras, «con lo que terminará la Iglesia será con un concilio que es un concilio de la Iglesia Católica, y al mismo tiempo, con una Iglesia en la práctica cismática, es decir, la Iglesia conciliar que se considera nacida del Concilio. Aunque el Vaticano II fue a la vez un concilio ecuménico y un conciliábulo, sigue siendo en apariencia un solo concilio, mientras que en realidad son dos. Digo más: uno legítimo y ortodoxo abortado subversivamente con los esquemas preparatorios, y otro ilegítimo y herético (o al menos que contribuye a la herejía) al cual aluden todos los novadores, Bergoglio incluido, para legitimar sus desviaciones doctrinales, morales y litúrgicas. Exactamente como «numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia» sostienen que se debe reconocer la autoridad del Vicario de Cristo en los actos de gobierno y de magisterio realizados por Jorge Mario, precisamente en el momento en que con dichos actos se manifiesta «cismático en la práctica».
Si por un lado es cierto que «mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco», no es menos cierto, parafraseando las palabras de Ud., que «mientras que Juan XXIII y Pablo VI habrían podido impedir que los modernistas hicieran nada escandalosamente contrario a las enseñanzas de la Iglesia, permitieron que hicieran cosas ambiguamente contrarias, porque esas enseñanzas y prácticas pastorales ambiguas concordaban con las de Roncalli y Montini».
Por eso me parece, reverendo padre, que puede encontrar una confirmación de lo que afirmo en mi escrito sobre el origen del debate en torno al Concilio: que el Concilio ha sido utilizado para dar visos de autoridad a una operación deliberadamente subversiva, del mismo modo que hoy vemos con nuestros propios ojos como el Vicario de Cristo es utilizado para dar apariencia de autoridad a una operación deliberadamente subversiva. En ambos casos, el sentido innato de respeto a la Iglesia por parte de los fieles y del clero ha servido de infernal estrategia, como un caballo de Troya introducido en la ciudad santa, para disuadir toda forma de desacuerdo respetuoso, de crítica o de legítima denuncia.
Es doloroso observar que esta constatación, lejos de rehabilitar el Concilio, confirma la profunda crisis que aqueja a toda la institución eclesiástica por culpa de renegados que han abusado de su autoridad para atacar a la Autoridad misma, de la autoridad pontificia para atacar al propio Pontífice, de la autoridad de los padres conciliares para atacar a la Iglesia. Una astuta y cobarde traición efectuada desde el interior de la propia Iglesia, como ya predijo y condenó San Pío X en la encíclica Pascendi, señalando a los modernistas como «enemigos de la Iglesia, que no los ha tenido peores».
Reciba, reverendo y estimado padre Thomas, mi bendición.
+Carlo Maria Viganò, arzobispo
(Traducción oficial por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)