BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 4 de septiembre de 2020

Extra Ecclesiam nulla salus: ¿de qué manera es necesaria la Iglesia para la salvación? (Peter Kwasniewski)



Lo que sí está claro es que si alguien llega a saber que la Iglesia es necesaria para la salvación y no se hace católico no se puede salvar.

Ahora bien, ¿qué significa saber que la Iglesia es necesaria para la salvación? Los documentos de la Iglesia siempre dicen que si alguien lo sabe y no obra en consonancia no se salva. ¿Existen realmente personas así? Da la impresión de que quienes están interesados en salvarse -por ejemplo, anglicanos, ortodoxos y luteranos practicantes- tienen lo que consideran buenas razones para no convertirse; parece también que los que sí se convencen de que a la Iglesia Católica la fundó Cristo son precisamente los que se convierten, a no ser que mueran en un accidente, camino de la catequesis previa al bautismo.

Podrían darse raras excepciones. Simone Weil era una rara avis, una judía que creía plenamente en Jesucristo y en la Iglesia Católica, pero no se convirtió porque creía que si un judío se convierte traiciona al pueblo hebreo. Pero se diría que no es normal entender que A es necesario para B y luego no hacer A si se quiere B. Sería como dijera: «Dios quiere que vaya a tal isla; a la isla sólo puedo llegar en barco, luego… no tomo el barco». ¿Cómooo?

Sería difícil afirmar (como hace buena parte de la teología moderna) que quienes se preocupan poco o nada por salvar su alma inmortal obran motivados por un deseo implícito de salvarse. Eso sí, quienes quieren salvarse del pecado y heredar la vida eterna se puede decir que tienen un deseo implícito de Cristo y de su Iglesia. Lo malo es que si tomamos al pie de la letra lo que la Iglesia viene diciendo desde hace medio siglo, cuesta entender que una persona sincera cualquiera pueda ser excluida del Reino de los Cielos.

Entiéndase, no andamos a la busca de motivos para excluir a nadie –cuantos más se salven, ¡más será Dios glorificado!–; pero tampoco queremos despojar la cruz de Cristo de su eficacia salvífica ni a la Iglesia de la misión que Dios le encomendó. 

El extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación) no se debe reducir a algo banal ni disolver en un tópico como «todo el que hace la voluntad de Dios en la medida en que alcanza a entender se salva». Sería convertir la Encarnación y la Pasión, no digamos el testimonio de los mártires y misioneros, en un ridículo error de mal gusto con el que se habrían excedido.

Otra forma de plantear la cuestión: ¿qué se entiende por que alguien obre «de buena fe» o «de mala fe»? Y otra manera más de plantearla: ¿en qué medida debe ser vago o específico el deseo implícito para que sirva de deseo de salvarse? ¿Es suficiente con desear en general ser feliz, pacífico y justo? ¿Es necesario creer -como dice en la Epístola a los Hebreos- que hay un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos? Santo Tomás dice al parecer cosas diferentes en distintos pasajes en cuanto a la medida de fe explícita que es necesaria.

Veamos una comparación: decir que la Iglesia es necesaria para la salvación es como decir que para ir a la Luna hace falta una lanzadera espacial. No se puede ir a la Luna en barco, en avión o con una escalera; del mismo modo, tampoco se puede ir al Cielo con una religión falsa. La cuestión del conocimiento surge porque Dios está interesado en salvar a los hombres, pero no tiene mayor interés en llevarlos a la Luna. Si Dios quisiera llevar hombres a la Luna, en ese caso se podría decir que si uno sabe que para ir allí hace falta una lanzadera espacial y se niega a servirse de ella, no puede ir a la Luna.

Con todo, uno podría llegar a nuestro satélite subiendo por una escalera, siempre que apoyase su fe en una ignorancia invencible. Cuando decimos que para ir a la Luna se necesita una lanzadera espacial, nos referimos a los medios que el hombre tiene a su disposición; no hablamos del poder de Dios, que para llevar hombres a la Luna no necesita ninguna lanzadera. Y de la misma manera, Dios puede salvar a los hombres sin necesidad de que sean miembros visibles de la Iglesia, aunque en ese caso los medios que pone el hombre son esencialmente insuficientes, del mismo modo que una escalera no sirve para ir a la Luna.

Debe de ser bastante infrecuente que alguien posea un conocimiento explícito de que la Iglesia es necesaria para la salvación y aun así se niegue a incorporarse a ella. De todos modos -y esto ya es más frecuente- tiene una ignorancia culpable de ello.
Si, por lo tanto, se salva alguien que no esté integrado a la Iglesia por los medios ordinarios, debemos decir que se ha integrado por medios extraordinarios. Si sólo es posible salvarse estando en gracia de Dios, y si esa gracia se obtiene en la Iglesia y a través de ella, eso quiere decir que todos los salvados deben de pertenecer a la Iglesia.
Hay que distinguir entre estar unido a la Iglesia en sentido estricto y estar unido a ella de una cierta manera. Todos los que se salvan están unidos a la Iglesia de una manera determinada, dado que es imposible salvarse sin estar en gracia de Dios, la cual es un vínculo de unidad con el Espíritu Santo, y por lo tanto con la Iglesia. Pero no todos los que se salvan están unidos a la Iglesia en sentido estricto, ya que sólo quienes están plenamente unidos a ella en el fuero externo pertenecen en sentido estricto a la Iglesia. 

Esto último enseñan las encíclicas Mystici Corporis y Mortalium animos (los seguidores de la doctrina del P. Feeney* sostienen que ello no sólo basta pertenecer a la Iglesia en sentido estricto –en lo cual están bastante acertados–, sino que tampoco se salva nadie sin pertenecer en sentido estricto a la Iglesia). (*El P. Leonard Feeney tenía interpretación excesivamente estricta del extra Ecclesia nulla salus, y llegó a ser excomulgado por Pío XII, si bien se reconcilió con la Iglesia y fue absuelto años más tarde, permitiéndose esta interpretación estricta. —N. del T.)

Indudablemente es imprescindible estar unido de alguna manera a la Iglesia, del mismo modo que es necesario estar en gracia. Dado que la pertenencia a la Iglesia es ciertamente necesaria, y aun así los papas hablan de la posibilidad de la salvación para las almas que en sentido estricto no son miembros de la Iglesia por ignorancia invencible, hay muchos (como el P. William Most) que sostienen que el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer de algún modo a la Iglesia.

Ahora bien, entendida como el sentido primario del dogma, tal interpretación debe de ser incorrecta. Precisamente porque la Iglesia es necesaria para la salvación, no se puede salvar quien sabe –o está en condiciones de saber– que la Iglesia es necesaria y aun así se niega a integrarse a ella en el fuero externo y muere por tanto separado de ella. Si la necesidad de la Iglesia para la salvación no fuera otra cosa que la necesidad del estado de gracia, esta conclusión no se seguiría. Un protestante podría haberse bautizado de niño, alcanzando con ello el estado de gracia (pues la gracia santificante la comunica el bautismo); podría saber que la unión con la Iglesia Católica es necesaria pero (en la falsa hipótesis de la que hablamos) sólo en esta medida: que persevere en el estado de gracia. No podría condenarse por negarse a integrarse externamente a la Iglesia porque no se le ha expuesto ninguna razón por la que está obligado a hacerlo.

Dicho de otro modo: cuando la necesidad de la Iglesia para la salvación se entiende correctamente como necesidad de plena comunión con la Iglesia visible y jerárquica fundada por Cristo, toda persona que cobre conciencia de esta exigencia –implícita en los fundamentos mismos de la fe cristiana– tiene que hacerse católica en el fuero externo para salvarse. Por el contrario, si la necesidad se entendiera vagamente como necesidad de estar en gracia de Dios o de actuar impulsado por el Espíritu Santo, nunca existiría una razón vinculante para que un no católico se hiciera católico; todos los motivos serían meramente personales y provisionales (como «no creo que pueda perseverar en la gracia sin los sacramentos que da la Iglesia»). Desgraciadamente, eso es ni más ni menos lo que tienden a decir los ecumenistas hoy en día, si es que no van más allá y disuaden enérgicamente a la gente para que no se convierta.

Por fin estamos en situación de atar estos cabos. Como explicó el Santo Oficio en 1949, el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer en sentido estricto a la Iglesia –pero precisamente con necesidad de medio, no como un componente intrínsecamente necesario para alcanzar la gracia santificante (en pocas palabras, el motivo es que sería metafísicamente imposible para un alma entrar en el Cielo sin haberse santificado, pero no es metafísicamente imposible que Dios santifique a alguien que no es miembro de la Iglesia en sentido estricto [1]). De donde se desprende que quien sabe que la Iglesia es necesaria no se puede salvar si se niega a integrarse abiertamente a ella. Por eso, los partidarios de Feeney tienen razón en que la necesidad de pertenecer a la Iglesia es una necesidad de pertenecer a ella en sentido estricto, pero no la tienen cuando afirman que de dicha necesidad se desprende que no se salva nadie que no sea en sentido estricto miembro de la Iglesia.

Recapitulemos:

La pertenencia a la Iglesia es necesaria en sentido estricto como necesidad de medios (vida sacramental de la Iglesia, aceptación de su doctrina y disciplina, etc.). No se ha concedido al hombre otra manera de salvarse. Explicación: a la hora de administrar la gracia, Dios no está limitado por los sacramentos que ha instituido ni, en un sentido más amplio, ligado a ningún medio creado. Por consiguiente, Dios es capaz de hacer que un hombre se salve sin que esté en plena comunión con la Iglesia Católica, pero el hombre no es capaz de salvarse separado de dicha comunión. La única vía accesible al hombre para la salvación es la única que Cristo ha revelado y establecido para nuestro bien y para honra de Dios. Por eso, sería contrario a la voluntad de Dios, y hasta pecaminoso, no andar por la vía mencionada en la medida en que uno sabe o está en condiciones de saberlo [2].

La pertenencia a la Iglesia Católica es necesaria de una manera determinada como necesidad de fin (la unión con Dios mediante la gracia), sin la cual nadie se puede salvar en modo alguno, ni siquiera por el poder de Dios. Es decir, que todo el que se salve habrá vivido por la caridad y habrá sido guiado por el Espíritu de Dios a la tierra prometida. No hay manera de salvarse sin la gracia del Espíritu Santo, que es el núcleo central, el alma de la pertenencia a la Iglesia. La gracia es siempre la gracia de Cristo; siempre está vinculada a la Pasión y por tanto siempre está objetivamente relacionada con la Iglesia que es Cuerpo Místico de Cristo, que es donde uno se une a Dios. Por eso, está también objetivamente ligada al Santísimo Sacramento, ya que «si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre no tendréis vida en vosotros» (Jn.6,53).

Aunque nada que sea sobrenatural entra en la capacidad humana (por eso no se puede decir con verdad que un hombre se salva por sí mismo), Dios ha provisto al hombre de un medio para ocuparse en su salvación. Al ejercer su libre albedrío con la ayuda de la gracia actual que Dios nunca niega, el hombre puede dar todos los pasos necesarios para salvarse: puede buscar y obtener el bautismo y la catequesis, adherirse al Credo, rezar como le enseña la Iglesia y frecuentar los sacramentos. Todo ello requiere la asistencia de la gracia, y sin embargo ha sido ordenado por Dios de tal manera que el hombre puede cooperar con la gracia con sólo estar dispuesto a ello. Por ejemplo, yo siempre puedo querer ir a Misa los domingos, y si nadie me lo impide, puedo de hecho hacerlo. Se puede decir que nunca me falta libertad para hacer ese bien. En su gran misericordia, Dios lo ha dispuesto así para que la salvación esté al alcance de todo el que la desee.

Peter Kwasniewski

NOTAS:

[1] Hay ciertas cosas que, en sentido estricto, son imposibles para el hombre. El hombre no puede hacer nada para salvarse si prescinde de la única religión verdadera que ha instituido Dios por medio de su Hijo. Salvarse fuera de ella sería una contradicción en los términos. Con todo, eso no quiere decir que Dios no pueda en su misericordia salvar a un hombre que de hecho está apartado de la religión pero no se opone personal y obstinadamente a ella. En ese caso, la posibilidad recae enteramente en Dios y no en el hombre. «Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios» (Lc.18,27).

[2] La disertación de Ludwig Ott sobre el deseo implícito concuerda con esta postura: «La necesidad de pertenecer a la Iglesia no es una mera necesidad de precepto, sino también una necesidad de medio, como lo demuestra la comparación de la Iglesia con el Arca, medio de salvación del Diluvio. No obstante, la necesidad de medio no es una necesidad absoluta, sino hipotética. En circunstancias especiales, a saber, en caso de ignorancia invencible o de incapacidad, la pertenencia de hecho a la Iglesia se puede suplir con el deseo de la misma. No es necesario que esté explícito, pero también se puede incluir en la disposición moral para cumplir fielmente la voluntad de Dios (deseo implícito). De este modo, pueden también alcanzar la salvación quienes estén fuera de la Iglesia Católica”. Fundamentals of Catholic Dogma, ed. James Bastible, trans. Patrick Lynch (Rockford, Il.: TAN Books and Publishers, 1974), p. 312.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)