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viernes, 13 de noviembre de 2020

La verdad (reinterpretada) os hará libres (Carlos Esteban)




Si la verdad nos hace libres, va de suyo que la mentira nos esclaviza. Y no sólo la mentira directa, sino el disimulo, la confusión, los ‘retoques’ y las interpretaciones sesgadas. Estos días hemos tenido dos fuentes de todo eso en la jerarquía eclesiástica, el Informe McCarrick y la acogida del supuesto ‘presidente-electo’ Joe Biden.
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No hemos estado dos años esperando para esto, para una ‘versión oficial’ que, a pesar de dibujar un deplorable panorama de ocultaciones e irresponsabilidades entre la jerarquía católica, consigue exculpar a los que mantienen un poder en la Curia y culpar a los pontífices muertos y, por supuesto, al gran ‘malo’ de esta película, el arzobispo Carlo Maria Viganò.

No importa que Viganò fuera precisamente el hombre que destapara todo el asunto, sin el que un informe como este jamás hubiera visto la luz y todo se hubiera barrido, una vez más, bajo la alfombra, no: tiene que ser culpable de lo mismo que denunció, a pesar de que los redactores del informe ni siquiera se han tomado la molestia de consultarle.

Por continuar con el equívoco, en el informe se confirma que las noticias sobre las andanzas del entonces cardenal Theodore McCarrick sí llegaron a oídos del Papa actual, siquiera como “rumores” o acusaciones sin las pruebas necesarias, con lo que no sabemos qué deducir de las palabras de Su Santidad en la entrevista con la periodista mexicana Valentina Alazraki: “De McCarrick yo no sabía nada, obviamente, nada, nada. Lo dije varias veces eso, que yo no sabía, ni idea”. Obviamente.
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En cuanto a Biden, simplemente no es ‘presidente-electo’, para empezar a hablar. Ni siquiera ha acabado el recuento, mucho menos se ha consumado la decisión de los compromisarios. Al contrario, el panorama objetivo empieza a ponerse bastante difícil para los demócratas. Que la diplomacia más antigua del mundo le felicite como ganador antes de que lo confirme el propio sistema estadounidense parece un tanto precipitado, un moverse en la situación que se desea más que la que es.

Más desconcertante aún es el contenido de esas felicitaciones, no solo las papales sino también los del episcopado norteamericano, así como la acogida de la supuesta victoria por parte de los medios más perfectamente alineados con la oficialidad clerical. Leyéndolos, se diría que el fanatismo proabortista fuera para los jerarcas católicos un pecadillo sin importancia, una minucia al lado de su vaga voluntad de “tender puentes y derribar muros”.

Carlos Esteban