Asombrosa la clarividencia de Rubén Calderón Bouchet, uno de los grandes maestros del pensamiento católico tradicional del último siglo. Escribía hace casi treinta años, en septiembre de 1991, lo siguiente:
Si limitamos la salud humana al equilibrio inestable de su sistema fisiológico y procuramos resolver todas sus dificultades de acuerdo con los cánones de una medicina integral, convertiríamos el orden social en un código de leyes higiénicas a cuyo control no escaparía ninguna de nuestras acciones, puestas desde ese momento bajo vigilancia médica. No olvidemos, colocados en los límites de esta peligrosa quimera científica, que la medicina abarca algunos aspectos muy reducidos de la vida humana. Poner la complejidad de la existencia en sus manos es reducir el repertorio vital a reacciones mínimas y dar al Estado un poder sobre nosotros mismos que no ha logrado soñar ni la más execrable tiranía. El hombre es mucho más que su cuerpo y si el misterio de su origen y de su destino, escapan al control de las ciencias positivas, no debe creerse que por eso dejan de existir.
Wanderer