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sábado, 19 de diciembre de 2020

La supuesta ‘censura’ del mensaje provida de Francisco (Carlos Esteban)

 INFOVATICANA


Se quejaba el otro día Francisco, en carta privada dirigida a sus antiguos alumnos, de que los medios censurasen -en el sentido, al menos, de ignorar su mensaje- sus reiteradas defensas del no nacido y su oposición al aborto, y hoy aparece en el blog del vaticanista Sandro Magister, Settimo Cielo, la carta de un sobrino del predecesor de Bergoglio al frente de la archidiócesis de Buenos Aires, José Arturo Quarracino, en la que su autor se pregunta por qué el Santo Padre no da a sus declaraciones contra el aborto la misma publicidad y ‘oficialidad’ que a sus otros proyectos favoritos, como ecología o inmigración.

En un sentido, esa dicotomía ha sido uno de los principales hilos conductores del presente pontificado. No es tanto que ‘censuren’ al Papa como que el propio Papa elige para sus declaraciones provida canales -entrevistas, cartas y comunicaciones privadas- que en sí mismo tienen menos fuerza y menos recorrido mediático que documentos o alocuciones oficiales.

Brillan indudablemente más, y se le da mucho más espacio en medios, incluidos los vaticanos, a esos proyectos que le alían con instituciones con frecuencia hostiles no solo a la Iglesia sino a la cultura cristiana en general, como en el reciente Consejo para un Capitalismo Inclusivo.

Lo que se preguntan muchos cristianos es: ¿qué pesa más cara a la opinión pública internacional, un comentario ocasional comparando el aborto con la contratación de un asesino a sueldo, o la alianza con empresas y fundaciones como la Ford o la Rockefeller, cruciales en la campaña internacional para la reducción de la población en todo el mundo y entusiastas abortistas?

Sin duda esta alianza, como los estrechos lazos que ha forjado con la ONU y su Agenda 2030 o el Pacto Educativo, tiene un grandioso objetivo benéfico del que cree que la Iglesia debe participar. Pero es obvio que cuando uno se asocia con otros en grandes empresas siempre se siente presionado para no irritar a los socios con referencias que éstos encontrarán ingratas.

Es algo parecido a lo que sucede con sus pactos secretos con el gobierno chino. Puede estar justificado llegar a acuerdos con la peor tiranía y la más abiertamente anticristiana para arrancarle algunas ventajas o, como parece ser el caso, para normalizar las relaciones de la Santa Sede con esa superpotencia emergente. Pero cualquiera advierte que esa coyunda parece haber impedido a Su Santidad pronunciarse con contundencia contra la represión que ejerce Pekín sobre sus habitantes, muy especialmente contra las minorías étnicas y religiosas y aún más particularmente contra los fieles católicos. Todos recordamos su modo de salirse por la tangente cuando fue preguntado en vuelo por la represión de las protestas de Hong Kong, en un lenguaje y con una vaguedad marcadamente distinta a la que emplea para fulminar sobre sus temas favoritos.

Así, puede decir que Trump “no es cristiano” porque “construye muros” (no ha construido ninguno), lo que no dirá de su presunto sucesor por su entusiasmo en la eliminación de niños por nacer. O de la tiranía china. O incluso del gobierno de su propia tierra, que acaba de legalizar el aborto. Sí, todos sabemos lo que el Papa piensa del aborto. Pero también sabemos lo que piensa de la fraternidad universal, y no se priva de repetirlo a tiempo y a destiempo.

Todo esto es esencial en una época de información incesante, en tiempo real y constante. Los fieles notan esto, en el sentido de que los ciudadanos en general advierten los mensajes no sólo por la literalidad de una frase, sino por muchas otras señales, desde la insistencia hasta las ocasiones elegidas para transmitirlos, desde los nombramientos clave hasta lo que se omite.

No creo ser irrespetuoso con el Santo Padre al afirmar que si realmente quiere que su mensaje provida no pase desapercibido, tiene sobrados medios para conseguirlo, aunque pierda algunos amigos de ocasión.

Carlos Esteban