VIRGO POTENS
Ante la inminente festividad de la Inmaculada
El rico epulón de la parábola (Lc.16,19-31), tras ser condenado al Infierno por no haber socorrido al pobre Lázaro, pidió a Abrahán que advirtiese a sus cinco hermanos de los suplicios a los cuales estaba condenado, a fin de que ellos no cayeran en el mismo pecado. Y Abrahán les respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se dejarán persuadir ni aun cuando alguno resucite de entre los muertos» (Lc.16,31).
A lo largo de la historia Nuestra Señora ha intervenido como Madre amorosa para ponernos en guardia de los castigos que se ciernen sobre el mundo a causa de sus pecados, a fin de invitar a los hombres a la conversión y la penitencia y de colmar a sus hijos de innumerables gracias. Allí donde la Palabra de Dios es olvidada, aparece la voz de María Santísima, ya sea para anunciar una devoción particular, ya para pedir sacrificios y oraciones que pongan fin a las epidemias y otros azotes. En Quito, en La Salette, en Lourdes, en Fátima, en Roma, en Akita, en Civitavecchia y en muchos otros lugares la Mediadora de todas las gracias ha amonestado a la humanidad extraviada para apartarla de la rebelión a la Ley Divina y llamarla al verdadero arrepentimiento y el rezo del Santo Rosario. Pero a pesar de las diferencias en el tiempo y las circunstancias, Aquella que se digna mostrarse a unos pobres mortales como nosotros es siempre la misma; siempre misericordiosa, siempre Abogada nuestra.
La Señora que se apareció a los pastorcitos en Fátima pidió al Papa que, en unión con todos los obispos, consagrara Rusia a su Corazón Inmaculado. Hasta el día de hoy, esta petición sigue sin ser atendida, no obstante de que se hayan materializado las desgracias que el mundo habría de padecer si no se hacía caso de lo que pedía la Santísima Virgen. El ateísmo radical del comunismo se ha propagado por todas partes, y la Iglesia es perseguida por crueles y despiadados enemigos a la par que se ha llenado de sacerdotes corruptos y viciosos. Con todo, a pesar de haberse reconocido el origen sobrenatural de las apariciones y de lo evidente de las calamidades que afligen a los hombres, la Jerarquía se niega a obedecer a la Virgen. «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se dejarán persuadir ni aun cuando alguno resucite de entre los muertos», dice Abrahán al rico de la parábola. ¿Cómo puede ser que ni siquiera hayan sabido escuchar la voz de la que es Madre de Dios y Madre nuestra? ¿Qué les oprime el corazón, qué les entenebrece la mente, que los vuelve sordos y ciegos mientras el mundo se sume en el abismo y se condenan tantas almas?
En obediencia al señorío universal de Cristo Rey aceptamos también venerar a María Santísima como Reina nuestra. Y cuando invocamos al Padre nuestro con las palabras «hágase tu voluntad», sabemos que esa voluntad coincide perfectamente con la de nuestra Madre, modelo de obediencia y de humildad que mereció ser escogida desde el principio de los tiempos para engendrar en su seno virginal al Rey de reyes. Todos los deseos de la Madre de Dios son órdenes para nosotros; ni siquiera hace falta entenderlos como órdenes, porque nuestra respuesta y nuestro deseo es, y debe ser, complacerla y demostrarle fidelidad. Y esto vale de modo eminente para los sagrados ministros, que con el sacramento del Orden asumen la unción sacerdotal del Sumo Sacerdote Jesucristo: María Santísima ve a su Hijo en todo sacerdote que renueva místicamente sobre el altar el propio Sacrificio.
Por eso, causa dolor, un dolor sordo y lacerante, la indiferencia de tantas almas consagradas y de tantos, de demasiados obispos, hacia la Santísima Virgen María. Duele y desgarra el corazón oír hablar al propio Bergoglio con tanta falta de respeto a Nuestra Señora, y tener noticia de que después de reducir drásticamente las celebraciones pontificias la Pascua pasada, haya pensado en aprovecharse del covid para cancelar algunas de las celebraciones de la Santa Navidad y suspender el tradicional homenaje a la Inmaculada, cuyo monumento se alza en la Plaza de España desde 1857. Con ello perdemos otro pedazo de Roma, otra libra de carne que el cínico mercader* pretende arrancar a la vida de los romanos en prueba de fidelidad a la dictadura sanitaria (*N. del T.: Alusión a la comedia de Shakespeare El mercader de Venecia, en la que el judío Shylock exige al mercader Antonio pagar una deuda con una libra de su propia carne, aunque en esta comedia de enredo al final es el usurero el que termina perjudicado y humillado).
La Iglesia de los católicos, la Iglesia que aman cuantos se honran con el nombre de cristianos, es la que no retrocede ante la autoridades civiles volviéndose cómplice y cortesana, sino la que soporta la persecución valerosamente y con la mirada en lo sobrenatural, porque sabe que es preferible morir entre los más atroces tormentos que ofender a la Santísima Virgen y a su divino Hijo. Es la que no calla cuando el tirano de turno se alza contra la majestad de Dios, aflige a sus súbditos y traiciona la justicia y la autoridad que la legitima. Es la que no cede ante los sobornos ni se deja seducir por el poder o el dinero. Es la que sube al Calvario, como Cuerpo Místico de Cristo, para completar en sus propios miembros los padecimientos del Redentor y resucitar triunfalmente con Él. Es la que socorre a los débiles y oprimidos con misericordia y caridad mientras se yergue impávida y temible ante los arrogantes y los soberbios. Cuando hablaba el Pontífice de esa Iglesia, la grey de Cristo escuchaba la voz consoladora del Pastor manifestada en una larga serie de papas unánimes y concordes en la profesión de la única Fe.
Y por el contrario, la iglesia de Bergoglio no vacila en cerrar los templos y arrogarse el impío derecho de negar a Dios el culto público y privar a los fieles de la gracia de los Sacramentos por miserable complicidad con las autoridades civiles. Humilla a la Santísima Trinidad rebajándola al nivel de los ídolos y los demonios con los ritos sacrílegos de una religión neopagana; arranca la corona y el cetro a Cristo Rey en nombre del mundialismo masónico; ofende a la Corredentora y Mediadora para no molestar a los herejes enemigos de ella; falta al deber de predicar el Evangelio en nombre del diálogo y de la tolerancia; silencia y adultera las Sagradas Escrituras y los Mandamientos de Dios para agradar al espíritu del mundo; trastoca las sublimes e intocables palabras de la oración que el Señor nos enseñó; profana la santidad del sacerdocio eliminando en los sacerdotes y religiosos el espíritu de penitencia y de mortificación y abandonándolos a las seducciones del demonio; reniega de dos mil años de historia despreciando las glorias de la Cristiandad y la sabia intervención de la Divina Providencia en los sucesos terrenales; sigue con entusiasmo modas e ideologías en vez de formar a las almas para que sigan a Cristo; se somete y esclaviza al Príncipe de este Mundo para obtener prestigio y poder; llega a predicar el blasfemo culto al hombre rechazando los derechos soberanos de Dios. Y cuando habla Bergoglio, casi siempre se escandalizan y desorientan los fieles, porque dice todo lo contrario de lo que esperan oír del Vicario de Cristo. Les pide obediencia a su propia autoridad mientras la aprovecha para destruir el Papado y la Iglesia contradiciendo sin excepción a todos sus predecesores.
Contamos con la promesa de María Santísima: «Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará». Inclinémonos ante este Corazón palpitante de purísima caridad para que la llama de ese santo amor se refleje en cada uno de nosotros; para que la llama que en él arde nos ilumine y haga capaces de entender las señales de los tiempos. Si nuestros pastores callan por miedo o complicidad, los innumerables laicos y almas buenas tienen la oportunidad de compensar la traición y expiar los pecados de ellos invocando la misericordia de Dios, que «acogió a Israel su siervo, recordando la misericordia » (Lc. 1,54).
Hoy, los sumos sacerdotes de este sanedrín moderno ultrajan a Nuestro Señor y a su Santísima Madre como siervos complacientes de la élite mundialista que aspira a instaurar el reino de Satanás; mañana, retrocederán ante la victoria de la Virgo Potens, que restablecerá la Santa Iglesia y traerá paz y concordia a la sociedad mediante la oración y los sacrificios de muchos hijos suyos humildes y desconocidos.
Sea ése nuestro voto con el que honremos a nuestra Señora y Reina en la inminente festividad de la Inmaculada Concepción.
+Carlo Maria Viganò, arzobispo
1 de diciembre de 2020
Feria III infra hebdomadam I Adventus