MISA TRADICIONAL MURCIA
“Y durante la cena, cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó.“
Jn. 13, 2
“…cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote…” Ya
estaba cogido por el demonio, y sin embargo estaba a la mesa con Jesús.
Tanto asombra que los demás no se daban cuenta, como que Jesús permitía
que estuviera allí a la mesa con ellos. Jesús sabía quién era. Jesús le
conocía, y permitía que siguiera con los demás. ¿Esperando que se
arrepintiera? Era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado. Pero
nunca vemos que Jesús huya de los pecadores. Vino a salvar lo que estaba
perdido, a sanar al que estaba enfermo; y cuánto le dolería al Señor
tenerle tan cerca, pero no poder convencerlo, ya que estaba cogido por el
diablo. ¿Cómo estar tan cerca de uno que va a hacerle tanto daño y no
mostrarle ningún odio, ni rencor, ni aversión, ni mandarle indirectas,
ni críticas veladas? Al contrario, irá Jesús aún más lejos para
mostrarle el amor que todavía le tenía.
“sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Dios volvía…“
Jesucristo sabía quién era. Pero no es tan ridículo como nosotros
cuando nos damos tanta importancia, “¿Acaso no sabes quién soy yo?”.
Aunque no lo formulemos así, de alguna manera nos sentimos heridos
cuando nos tratan de alguna manera por debajo de lo que consideramos nuestro merecido. Si tan solo supiéramos lo que es nuestro merecido.
Este pasaje nos posiciona para comprender la grandeza de lo que está
Jesús a punto de hacer. Aun sabiendo Jesús quién era: el Hijo de Dios
sin equivocación… Peligrosos somos nosotros cuando estamos demasiado
conscientes de quienes somos… o quienes nos creemos ser; porque de ahí
establecemos el baremo de cómo pensamos que nos han de tratar. A no
ser, claro está, que estemos conscientes de que somos hijos de Dios; así
nos ponemos siempre en nuestro sitio correcto y nos hace conscientes de
nuestra verdadera dignidad. Dignos de imitar al Hijo.
“…se levantó de la cena, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó.” No se muestra
como siervo, sino que se hace siervo. Jesús no era un actor ni un
farsante: quiso hacerse el siervo de aquello a los que amaba. Sabiendo
quién era Él, no era obstáculo mostrar el amor con el que ardía su
corazón. Al contrario, ese amor es lo que movió a servirles de esta
manera. No se tuvo que obligar a hacerse el más pequeño o el más humilde
o el que sirve. No se tuvo que violentar, sino que le salió del amor de
su corazón. ¡Con cuánto gusto pudo Dios mismo, el Hijo del Altísimo,
hacerse el más pequeño, el más humilde, el servidor de todos! No era un
espectáculo, era un acto profundo de amor; era una expresión visible y
tangible de cómo ama uno que está enamorado.
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