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Hemos advertido -y señalado repetidamente- el discurso eclesial moderno que huye de toda referencia no meramente formularia de referencias sobrenaturales para seguir, en cambio, las modas ideológicas del momento, especialmente el mundialismo y el ecologismo radical. Hoy vuelve a la carga de manos de Mauricio López, Secretario Ejecutivo de la Repam, que desde las páginas de Vatican News, el órgano oficial online del Vaticano, nos anima a “repensar todos nuestros modos de vida y estructuras sociales a la luz de la ecología integral”.
Los esfuerzos de la jerarquía católica por condenar cualquier intento de ver en la pandemia de coronavirus un castigo o, al menos, una advertencia de Dios contrastan poderosamente con los discursos jaleados por esa misma cúpula eclesial de relacionar la peste con una respuesta de Gaia, la Naturaleza planetaria -una ‘pataleta’, en palabras del Santo Padre en conversación con Jordi Evole-, de modo bastante cuestionable.
Lo hace ahora Mauricio López, Secretario Ejecutivo de la Repam, en Vatican News con un indigerible texto titulado ‘La comunión con la madre tierra resucitará después de la pandemia’. Si la Iglesia tiene un mensaje específico, es decir, distinto del resto de los mensajes humanos, es precisamente en lo que hace a la sobrenaturalidad, al destino eterno de cada ser humano, en contraste con una naturaleza -cielo y tierra pasarán- que acabará inevitablemente destruida. Si la Iglesia esconde o minimiza o pasa por encima de ese mensaje para dar preferencia a aquellos -de nuevo cuño y desarrollados deprisa y corriendo para que ‘cuadren’- de los que el mundo secular ha sido pionero, las consecuencias lógicas sólo pueden ser dos: que muchos fieles deduzcan que si algo tan urgente y relevante como nuestro destino eterno no centra el mensaje de la jerarquía es porque no se lo creen demasiado, y que la propia Iglesia se vuelva redundante -¿para qué necesita el Pensamiento Secular una cámara de eco que repite con retraso?- y, por tanto, irrelevante. No es fácil avanzar por el texto de López, con frases tan alejadas de la sencillez evangélica como éste: “Sólo a consecuencia de la cantidad de energía interior liberada por la reflexión… tiende entonces a emerger de los órganos materiales para formularse también en espíritu”, pero al menos puede identificarse la reinterpretación de nuestra fe en una clave meramente ecológica. Se refiere, por ejemplo, a los seres humanos como “miembros de una casa común” que no es ni la Iglesia ni el Cielo prometido, sino el planeta. Ahora, los seres humanos somos, obviamente, habitantes (durante un tiempo breve y limitado) del planeta, pero en absoluto ‘miembros’. Toda la reflexión teológica de Padres, doctores, santos y Papas hasta la fecha ha ido en contra de esta visión, considerando más bien nuestra vida sobre la Tierra como un peregrinar, como “una mala noche en una mala posada”, como una estadía en un “valle de lágrimas” que cobra sentido como prueba para alcanzar nuestra verdadera patria, que es el Cielo. Esto no significa en absoluto una concepción negativa de la Naturaleza que, como creación, es “buena”, según afirma el Génesis, y hacia la que tenemos un deber de custodia. Pero no es nuestra “casa común”, al menos, no nuestro hogar, del que estamos temporalmente exiliados. En realidad, López, tan amigo de recurrir a frases largas, más o menos abstrusas e ininteligibles, es breve y claro cuando expresa su verdadero mensaje: “Es hora de redistribuir los bienes de la creación”. La pregunta es quién, porque a esa frase le falta un agente. ¿Quién va a distribuir “los bienes de la creación”? ¿Cómo? Tratándose de “la creación” entera, sólo un gobierno mundial podría hacer eso. Y, desde luego, sólo hay un modo: por la fuerza. Sigue López dándole a la vinculación entre la actividad humana industrial y esta pandemia: “Debemos recrear toda nuestra sociedad a la luz de esa visión de ecología integral, u otra pandemia vendrá pronto haciendo aún más daño, y porque la más grave de todas las crisis planetarias, la de la emergencia climática, nos llevará al final como civilización si no cambiamos YA”. La conexión causal (“u otra pandemia vendrá pronto”) no está, ciertamente, explicada. La inferencia es que, si frenamos el crecimiento y desmantelamos la sociedad industrial, la Naturaleza no tendrá razones para estar “enfadada” con nosotros y tener otra “pataleta”, algo que hubiera sorprendido enormemente a la Europa del S. XV durante la Peste Negra, que acabó con entre un tercio y la mitad de la población, sin que sea fácil conectarla con emisiones de gases invernadero. Por el contrario, es evidente que la riqueza que nos ha proporcionado esa Revolución Industrial es la que nos permite luchar eficazmente contra la pandemia, al contrario que nuestros antepasados, por no hablar de que todo apunta a que la actual peste, lejos de ser una ‘pataleta de la tierra’, surge de un laboratorio de ese país que, en palabras de monseñor Sánchez Sorondo, es el que mejor aplica la Doctrina Social de la Iglesia.
Carlos Esteban
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NOTA PERSONAL:
Es increíble, pero parece como si se quisiera decir que el cambio climático es la causa de la pandemia que padecemos. Si eso es así, es que estamos locos de remate.