Dies Irae tiene el honor de presentar una entrevista en exclusiva que hemos hecho al reconocido historiador italiano Roberto de Mattei, que entre otros temas se ha dedicado a estudiar en profundidad el Concilio Vaticano II en todas sus vertientes. A lo largo de la entrevista, De Mattei hace una excelente exposición de la situación que vivimos y nos presenta algunos de sus antecedentes. Agradecemos su disponibilidad de nuestro ilustre amigo y seguidor, y confiamos las siguientes líneas a la protección maternal de Nuestra Señora del Buen Consejo.
Profesor, en este momento tiene lugar un debate sobre el Concilio, entablado por las intervenciones del arzobispo Carlo Maria Viganò y el obispo Athanasius Schneider. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Qué piensa de la hermenéutica de la continuidad de la que hablan algunos?
La llamada hermenéutica de la continuidad fue teorizada por Benedicto XVI en su célebre discurso a los cardenales del 22 de diciembre de 2005, en contraposición a la hermenéutica de la discontinuidad de la escuela ultraprogresista de Bolonia. Pero el propio Benedicto XVI, al cabo de siete años de pontificado, afirmó en un discurso pronunciado el el 27 de enero de 2012 ante la Congregación para la Doctrina de la Fe que «en vastas zonas de la tierra la fe corre peligro de apagarse como una llama que ya no encuentra alimento. Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida del sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy». Un año después, Benedicto renunció al pontificado. Entiendo su abdicación como el reconocimiento de un fracaso. La causa del desastre está en que el gravísimo problema de la pérdida de fe no es de carácter hermenéutico, sino histórico, teológico y pastoral. Independientemente de la valoración que se dé a los documentos conciliares, el problema de fondo no es su interpretación, sino entender la naturaleza de una fractura histórica que se verificó en la Iglesia entre 1962 y 1965. Está claro que muchos problemas ya existían antes del Concilio y que muchos otros surgieron a continuación. Pero para el observador objetivo, es igual de evidente que el Concilio constituyó una catástrofe sin precedentes en la historia de la Iglesia. El debate entablado por monseñor Carlo Maria Viganó y monseñor Athanasius Schneider es más que oportuno, y los intentos de neutralizarlos en nombre de la hermenéutica de la continuidad me parecen condenados al fracaso.
Actualmente presenciamos las desastrosas consecuencias que se dieron en el postconcilio: iglesias y seminarios vaciados, propagación de herejías, destrucción de la familia, aborto masivo, sacerdotes que simpatizan con la causa LGTB, etc. Con todo, no basta con atacar las consecuencias. Es necesario apuntar a las causas. ¿Cuáles serían, en su opinión, esas causas?
Para mí, la causa última está en la pérdida del espíritu combativo que hasta el Concilio impulsaba al católico a apartarse del mundo y combatirlo. Pongamos el ejemplo del abandono de la sotana, que fue sustituida por el clergyman y más tarde por la ropa normal de calle. La sotana creaba, por así decirlo, una barrera psicológica entre el sacerdote y el mundo y una aureola sagrada alrededor del sacerdote. El abandono del hábito religioso significa la secularización de la vida sacerdotal, la penetración del espíritu del mundo en la vida espiritual del sacerdote. El espíritu del mundo penetró en la Iglesia y la corrompió. Hoy en día sería necesario combatir esa corrupción por medio de una profunda reforma moral, análoga a los de los siglos XI o XVI. Tenemos que rezar para que la Divina Providencia suscite a un San Gregorio VII o un San Pío V.
Parece claro que el mundo postpandémico no será igual al prepandémico. Desde el privilegiado punto de vista del historiador, ¿nos puede decir qué clase de mundo emergerá?
En mi opinión, la pandemia ha sido una saludable llamada de alerta para la humanidad a fin de recordarnos que somos mortales, que cuanto nos rodea es precario, que la solución a nuestros problemas no está ni en la política ni en la ciencia. Para muchos, la época del coronavirus ha sido una época de reflexión, de profundizar en los valores espirituales y morales y perfeccionarse en la propia vida espiritual. En cambio, para muchos otros los mismos días les han brindado una ocasión de apartarse de los sacramentos de la Iglesia y sumergirse en la indiferencia. Creo que la irrupción del coronavirus en el mundo debemos situarla dentro de un amplio panorama teológico de la historia en el que los castigos divinos son siempre actos de misericordia, porque Dios es al mismo tiempo infinitamente justo e infinitamente misericordioso. Por la misma razón, no es posible hablar de misericordia sin recordar que ésta presupone siempre la justicia. Así se expresa la Iglesia.
El pasado 25 de marzo, día de la Anunciación, el cardenal Marto, obispo de Leiria-Fátima, consagró Portugal y España al Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. En comparación con consagraciones anteriores, la fórmula empleada en esta ocasión resultó muy sentimental; poco menos que afirmaba que Dios no castiga y que por tanto no debemos pedirle perdón por las muchas ofensas que le hacemos a diario. ¿Qué nos puede decir a este respecto?
Observo una profunda contradicción en la consagración del cardenal Marto. No se entiende cómo el obispo de Leiria-Fátima pudo querer realizar en el Santuario de Fátima un acto de consagración para conseguir el fin de la pandemia sin tomar en ningún momento la iniciativa de pedir al Santo Padre que cumpla la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, que precisamente había pedido Nuestra Señora en persona en su diócesis de Fátima. La incumplida consagración de Rusia es uno de los mayores escándalos de un siglo para acá. Con su carta apostólica Sacro vergente anno del 7 de julio de 1952, Pío XII consagró Rusia al Inmaculado Corazón de María. Esa consagración fue, indudablemente, agradable a Dios, pero resultó incompleta porque no la hizo en unión con todos los obispos del mundo. Podría haber sido el modelo de la tan esperada consagración que ni Juan Pablo II cumplió según las condiciones exigidas por Nuestra Señora. Sabemos que un día se realizará esa consagración, pero ya será tarde para impedir el castigo. Nuestra Señora lo avisó.
En plena Semana Santa, el Papa decidió restablecer la comisión para debatir el diaconado femenino. ¿Es una afrenta premeditada al Señor Jesús? ¿Qué se entiende con todo esto?
En mi opinión, el papa Francisco no cree en el diaconado femenino y creó una comisión, no para alcanzar ese objetivo, sino para perder tiempo fingiendo satisfacer al sector progresista de la Iglesia. Nombró para integrar la comisión al profesor P. Mandred Hauke, excelente teólogo y desde luego contrario al diaconado femenino. Esto me hace pensar que por el momento no hay lugar en la Iglesia para el sacerdocio femenino. Naturalmente, lo que todos deseamos es un no claro y rotundo a algo que afecta la divina constitución de la Iglesia, pero no será Francisco quien diga ese no.
El profesor Plinio Corrêa de Oliveira, ilustre dirigente católico brasileño, hablaba con frecuencia del Reino de María. Observamos que el papa Francisco evita en la medida de lo posible honrar adecuadamente a Nuestra Señora y la trata como una mujer más. ¿Hasta qué punto es importante la venida del Reino de María, y más en una época tan compleja como la que vivimos?
La necesidad de un reinado social de Jesús y María antes del fin del mundo fue anunciada por muchos santos y aclarada por numerosos teólogos. Nuestra Señora lo confirmó en Fátima con la promesa: «Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará». El profesor Plinio Correia de Oliveira fue un auténtico profeta del Reino de María en el siglo XX, como traté de explicar en el libro que le dediqué con ese título. Ese libro está prologado por Su Excelencia Reverendísima monseñor Athanasius Schneider, y me gustaría citar un trecho de ese prólogo: «Regnum Christi per Mariam. Uno de los medios espirituales más eficaces para promover el reinado de Cristo por medio de María es la plena consagración a Nuestra Señora según el método de la santa esclavitud enseñado por San Luis María Griñón de Monfort (…) Plinico Corrêa de Oliveira no sólo vivió fielmente esa santa esclavitud, sino que se hizo un verdadero apóstol de su difusión. Es imposible entender la acción pública y social del profesor Plinio sin partir de su fundamento espiritual. La consagración a María vivida con plena coherencia como él la vivía, lleva a María a reinar en el alma de sus devotos. El reinado de María en las almas es, por tanto, el comienzo del establecimiento del Reino de Cristo en la sociedad. Plinio Corrêa de Oliveira previó una época de esplendor espiritual y visible para la Iglesia coincidiendo con el triunfo del Inmaculado Corazón de María anunciado por Nuestra Señora en Fátima en 1917, y combatió por ese triunfo hasta su último suspiro».