Como si hubiéramos vuelto a los tiempos de los fenicios, y con el pomposo apelativo de “Funeral de Estado”, se celebró un homenaje (¿) a los muertos por el Covid-19.
Todo un Gobierno anti-católico, rosas blancas y caras duras, regando con lágrimas de cocodrilo la memoria de los que han muerto en el más completo de los abandonos, gran parte de ellos seleccionados por su edad y condición, que tuvieron la mala suerte de estar bajo las responsabilidades políticas de vicepresidentes, ministros, científicos y otros de su calaña.
¿Qué homenaje es éste? Ni una oración, ni un pésame, ni un mea culpa, ni un arrepentimiento, ni un propósito.
Dicen que salimos más fuertes, estos canallas. Ante lo que llaman pebetero (seguramente porque huele mal), los vestales de esta nueva religión queman no sé qué y se inclinan ante no sé quién.
Qué maravilloso es el catolicismo, que brinda consuelo en Jesucristo, que cree en la vida eterna de los que han muerto y que puede rezar por su salvación. Sí, por su salvación.
Cuando estos tipejos mueran, veremos quién reza por ellos; para que el Señor tenga piedad de sus miserias y de sus asesinatos de todo orden.
Menos mal que la Conferencia Episcopal estaba representada dignamente. Como ya le rezan a la Madre Tierra, adoran a Buda y sufren por la ecología, no les ha extrañado estar presentes, en un religioso minuto de silencio, ante el dichoso pebetero-masónico. Y aprovechando la visita, el Presidente del Parlamento Europeo, va con el Arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, a la parroquia del P. Ángel, digno representante del clero y de los templos madrileños. Todo el mundo lo sabe y al arzobispo le mola. Es posible que ponga un pebetero pronto, o que ya tenga uno instalado en esa parroquia. Podían haber celebrado allí el masónfuneral de Estado.