Las palabras de Su Santidad sobre lo triste que sería que solo los ricos tuvieran acceso a una vacuna contra el coronavirus nos llevan a preguntarnos quién mantiene informado al Papa y cómo.
“Qué triste sería si la vacuna para la COVID 19 fuese una prioridad para los más ricos”, declaró el Santo Padre durante la Audiencia General del pasado 19 de agosto en el Palacio Apostólico del Vaticano. Una declaración algo desconcertante, porque si algo se está debatiendo en torno a la hipotética vacuna contra una ‘pandemia’ en claro retroceso es si será posible abstenerse de ella.
Que un Papa católico exprese su deseo de que determinado bien no sea acaparado por los más ricos, sino que esté a disposición de todos, no debería sorprender a nadie. Lo sorprendente es que no advierta que la tendencia abrumadora va en favor de la universalización de la vacuna. En realidad, cualquier vacuna en una supuesta peste es siempre objeto de una campaña universal, precisamente para erradicar la enfermedad de que se trate.
Pero, en este caso, las palabras de Su Santidad dan por hecho dos puntos que están muy lejos de haber quedado demostrados. El primero ya lo hemos citado: nadie piensa que la vacuna vaya a ser exclusiva para los privilegiados sino, más bien al contrario, se debate si se hará obligatoria, en la teoría o en la práctica.
Y el segundo punto es que la vacuna contra el coronavirus sea un bien necesario e indisputable. ¿Lo es? Si uno se fija en las cifras oficiales sobre ingresos hospitalarios y mortalidad por Covid, no lo parece. Pese a toda la campaña de pánico sobre ‘rebrotes’ y ‘nuevos casos’, las frías cifras oficiales sobre lo que importa -ingresos hospitalarios y muertes-, el panorama es de una epidemia en declive, no de una amenaza terrible para la humanidad.
Hay una razón por la que no todo el mundo está obligado a vacunarse de todas las enfermedades infecciosas posibles para las que exista o pueda desarrollarse una vacuna, y es que las vacunas no son inocuas. Entiéndanme, tengo muy claro que la vacunación ha sido una bendición para la humanidad, un salto de gigante que nos ha librado de espantosas enfermedades y elevado la esperanza de vida. Pero afirmar que la vacuna sea un fenómeno enormemente positivo no es lo mismo que decir que todas las vacunas son buenas y necesarias. Menos aún si, como en el caso que nos ocupa, existen fuertes presiones para que se introduzca una vacuna antes de pasar todas las fases de investigación sobre efectividad y seguridad.
Y esto me lleva de vuelta a la primera pregunta: ¿quién informa al Papa? Su Santidad, cuyo magisterio hay que acatar y que debe ser escuchado con respeto y humildad por todos los católicos, tiene una observable tendencia a predicar sobre cuestiones que dependen de hechos, datos y tesis ajenas por completo a la fe y que, por tanto, solo son atendibles si esos hechos, datos y tesis son correctos.
Creo que somos muchos los que desearíamos que el Santo Padre se centrara más en la doctrina y menos en cuestiones enmarañadas por la política y la ideología, aunque solo sea porque en estas no es maestro, ni responden a su misión, y pueden fácilmente confundir a los más pequeños.
Unos datos que saco de nuestra Specola, el 30% de los italianos cree que Dios no existe (hace 25 años era solo el 10%). El 23% cree que solo las personas más ingenuas y engañadas creen en Dios, esta opinión la sostenía solo el 5% de la población en 1990. El 43% de los italianos se adhiere al catolicismo como «depósito de valores» y el número de matrimonios religiosos cayó al 57% frente al 83% hace un cuarto de siglo.
Hablamos del corazón de la catolicidad, de la misma tierra en que se asienta el diminuto Estado gobernado por el propio Papa. El foco de la cristiandad la está abandonado a una velocidad pavorosa. Quizá el hecho de que uno pueda perfectamente ‘cumplir’ los anhelos más repetidos por el Santo Padre -ecología e inmigracionismo- sin tener que pertenecer a su rebaño ni creer siquiera en Dios no ayuda a frenar esta tendencia.
Carlos Esteban