Sábado 25 de octubre de 2020
Solemnidad de Cristo Rey
Señor Presidente:
Permítame que me dirija a Ud. en estos momentos en que el futuro del mundo está amenazado por una conspiración mundial contra Dios y contra la humanidad. Le escribo como arzobispo, como sucesor de los Apóstoles y como ex nuncio apostólico en los Estados Unidos de América. Me dirijo a Ud. en medio del silencio de las autoridades civiles y religiosas. Espero que acoja estas palabras mías como la «voz del que clama en el desierto» (Jn.1,23).
Como le decía en la carta que le dirigí el pasado mes de junio, el momento histórico que atravesamos contempla a las fuerzas del Mal dispuestas en orden de batalla para librar una guerra sin cuartel contra las del Bien. Fuerzas del Mal que se muestran poderosas y organizadas en oposición a los hijos de la Luz, que están desorientados y desorganizados y han sido abandonados por sus dirigentes temporales y espirituales.
A diario observamos cómo se multiplican las ofensivas de quienes se proponen destruir los cimientos mismos de la sociedad: la familia natural, el respeto a la vida humana, el amor a la patria, la libertad educativa y la libre empresa. Vemos cómo jefes de estado y dirigentes religiosos están contribuyendo al suicidio de la cultura occidental y su alma cristiana, en tanto que se niegan derechos fundamentales de los ciudadanos y de los creyentes en nombre de una emergencia sanitaria que cada vez se manifiesta más plenamente como elemento indispensable para la instauración de una tiranía inhumana y sin rostro.
Está en marcha un plan de alcance mundial llamado Gran Reseteo. Lo ha diseñado una élite internacional que se propone subyugar a toda la humanidad imponiendo medidas coactivas para limitar drásticamente las libertades individuales y las de pueblos enteros.
En algunos países el plan ya ha sido aprobado y costeado; en otros, está aún en sus etapas iniciales. Por detrás de los dirigentes mundiales que son cómplices y ejecutores de tan infernal programa se ocultan personajes sin escrúpulos que financian el Foro Económico Mundial y el
simulacro de pandemia Event 201 promoviendo su plan.
El Gran Reseteo tiene por objeto imponer una dictadura sanitaria destinada a implantar medidas liberticidas ocultas tras tentadoras promesas de garantizar un ingreso universal y anular toda deuda personal. Dichas concesiones del Fondo Monetario Internacional tendrán un precio: la renuncia a toda propiedad privada y la adhesión a un programa de vacunación contra el Covid-19 y el Covid-21 promovida por Bill Gates con la colaboración de las grandes compañías farmacéuticas. Más allá de los enormes intereses económicos que motivan a quienes promueven el Gran Reseteo, la imposición de la vacuna vendrá acompañada de la exigencia de portar un pasaporte sanitario internacional. Quienes rechacen estas medidas serán confinados en campos de concentración o bajo arresto domiciliario, y se le confiscarán todos sus bienes.
Supongo, señor Presidente, que ya estará al tanto de que en algunos países el Gran Reseteo se activará entre finales de este año y el primer trimestre de 2021. A tal fin, se tienen pensados más confinamientos, los cuales se justificarán oficialmente por unas supuestas segunda y tercera ola de la pandemia. Usted conoce bien los medios que se han utilizado para sembrar el pánico y legitimar unas limitaciones draconianas de las libertades individuales provocando astutamente una crisis económica de alcance mundial. La intención de sus artífices es que dicha crisis mundial haga irreversible el recurso de las naciones al Gran Reseteo, dando con ello el golpe de gracia a un mundo cuya existencia y memoria misma quieren borrar del mapa. Pero ese mundo, señor Presidente, comprende personas, afectos, instituciones, fe, cultura, tradiciones e ideales; personas y valores que no funcionan como autómatas, que no obedecen como máquinas, porque están dotados de alma y corazón, porque están ligados por un vínculo espiritual que obtiene fuerzas de lo alto, de ese Dios al que quieren desafiar nuestros adversarios, como hizo Lucifer al comienzo de los tiempos con su non serviam.
Como todos bien sabemos, esta alusión al enfrentamiento entre el Bien y el Mal y este tono apocalíptico molestan a muchos; según ellos, exaspera los ánimos y agudiza las divisiones. No es de extrañar que el enemigo se enoje al ser descubierto justo cuando creía que había llegado a la fortaleza que quiere conquistar sin oposición. Lo que sí sorprende es que no haya nadie que dé la voz de alarma. La reacción del estado profundo a quienes denuncian su plan es desequilibrada e incoherente pero comprensible. Justo cuando la complicidad de los medios de difusión dominantes había conseguido realizar la transición al Nuevo Orden Mundial de forma inadvertida y casi indolora sale a la luz una caterva de engaños, escándalos y crímenes.
Hasta hace unos meses era fácil tildar de conspiracionistas a quienes denunciaban estos terribles planes que ahora vemos ejecutados hasta en sus más mínimos detalles.
Hasta el pasado mes de febrero nadie habría podido imaginar que en todas las ciudades se arrestaría a las personas por el mero hecho de querer pasear por la calle, respirar, mantener abiertos sus negocios e ir a la iglesia los domingos.
Y sin embargo ahora está sucediendo por todo el mundo, hasta en un país de postal como Italia, que muchos estadounidenses consideran un país de cuento, con sus monumentos antiguos, sus iglesias, sus ciudades con encanto y sus pueblos típicos. Y mientras los políticos se atrincheran en sus palacios promulgando decretos como sátrapas persas, las empresas quiebran, las tiendas cierran y a la gente se le impide vivir, viajar, trabajar y rezar. Las catastróficas consecuencias psicológicas de esta operación ya están a la vista, empezando por los suicidios de empresarios desesperados y de nuestros hijos, apartados de sus amigos y compañeros de colegio, a los que mandan asistir a clase solos en casa ante la computadora.
San Pablo habla en las Sagradas Escrituras del que detiene la manifestación del misterio de iniquidad, el katejon (2 Tes.2,6-7). En el ámbito religioso, ese obstáculo para el mal es la Iglesia, y en particular el papado; en el político, son los que impiden la implantación del Nuevo Orden Mundial.
Como ahora es patente, aquel que ocupa la silla de San Pedro ha traicionado su misión desde el mismo principio a fin de defender y fomentar la ideología mundialista, apoyando el plan de la iglesia profunda, la ofensiva final de los hijos de las tinieblas.
Señor Presidente: usted ha declarado que quiere defender su nación, una nación bajo Dios*, las libertades fundamentales y los valores no negociables que hoy en día se niegan y combaten. Usted, estimado presidente, es quien contiene el avance del estado profundo, el asalto final de los hijos de las tinieblas. (*One Nation Under God, frase tomada del Juramento de Lealtad a la Patria y a la bandera que se recita solemnemente en ciertos actos públicos y en las escuelas del país antes de empezar las clases cada mañana. N. del T.)
Por esa razón, es necesario que todas las personas de buena voluntad se convenzan de la importancia histórica de las inminentes elecciones. No tanto por tal o cual punto del programa político, sino porque es la inspiración general de lo que hace lo que mejor encarna este contexto histórico particular a ese mundo, nuestro mundo, el cual quieren eliminar a base de confinamientos. El adversario de usted es también el nuestro; el enemigo de la especie humana, aquel que es «homicida desde el principio» (Jn.8,44).
En torno a usted se congregan con fe valerosamente quienes lo consideran el último baluarte contra la dictadura mundial. La opción contraria sería votar por alguien que está manipulado por el estado profundo, gravemente comprometido por escándalos y corrupción, que hará con los Estados Unidos lo que Jorge Mario Bergoglio está haciendo en la Iglesia, el primer ministro Conte en Italia, el presidente Macron en Francia, el presidente del gobierno Sánchez en España y tantos otros. El carácter sobornable de Joe Biden –como el de los prelados del círculo mágico del Vaticano– lo expondrá a ser utilizado inescrupulosamente, permitiendo que poderes ilegítimos interfieran en la política interna y en el equilibrio internacional. Es evidente que los que lo manipulan tienen ya preparado a otro peor para sustituirlo en cuanto se les presente la ocasión.
Con todo, ante un panorama tan sombrío, ante el avance aparentemente incontenible del enemigo invisible, hay un destello de esperanza.
El adversario no sabe amar, y no entiende tampoco que no basta con garantizar un salario universal ni con anular hipotecas para subyugar a las masas y convencerlas para que se dejen marcar como ganado.
Quienes llevan mucho tiempo soportando los abusos de una autoridad odiosa y tiránica están redescubriendo que tienen alma; empiezan a entender y no están dispuestos a vender su libertad a cambio de la homogenización y la anulación de su identidad; empiezan a comprender el valor de los lazos familiares y sociales, de los vínculos de fe y cultura que unen a la gente honrada.
El Gran Reseteo está destinado al fracaso, porque quienes lo planificaron no se dieron cuenta de que todavía hay personas dispuestas a tomar las calles para defender sus derechos, para proteger a sus seres queridos, para que sus hijos y sus nietos tengan un futuro.
La inhumanidad niveladora del plan mundialista se hará irremediablemente añicos ante la firme y valerosa oposición de los hijos de la Luz. El enemigo tiene de su parte a Satanás, que no sabe otra cosa que odiar. Pero nosotros tenemos de nuestra parte al Señor Todopoderoso, al Dios de los ejércitos dispuestos en orden de batalla, así como a la Santísima Virgen, que aplastará la cabeza de la serpiente antigua. «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm.8,31).
Señor Presidente, usted es muy consciente de que en estos momentos cruciales los Estados Unidos de América están considerados el muro de contención contra el que se ha desatado la guerra que han declarado los partidarios del mundialismo. Cifre su confianza en el Señor, cobrando ánimo con las palabras del apóstol Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Fil. 4,13).
Ser instrumento de la Divina Providencia supone una gran responsabilidad para la cual Ella le concederá todas las gracias de estado que necesite, pues se las están implorando fervientemente a Dios muchos que lo están apoyando con sus oraciones.
Con esta esperanza celestial y la garantía de mis oraciones por Ud., por la Primera Dama y por sus colaboradores, le imparto mi bendición de todo corazón.
¡Dios bendiga a los Estados Unidos de América!
+Carlo Maria Viganó
Arzobispo titular de Ulpiana
Ex Nuncio Apostólico ante los Estados Unidos de América
(Traducida por Bruno de la Inmaculada)