La idea de una fraternidad universal, transmitida por la modernidad e incorporada también en la última encíclica del Papa Francisco –Fratelli Tutti sobre la Fraternidad y la Amistad Social– más que un sueño es una mentira, que no tiene ningún fundamento real en el orden natural ni tampoco en el sobrenatural. En el orden natural no hay quien no vea que, después de la caída original, la inclinación del hombre es más hacia el mal que hacia el bien, si se considera que el primer descendiente de nuestros progenitores fue muy emblemáticamente un fraticida. El orden sobrenatural ha instaurado – con la Redención – el reino de la gracia y de la caridad, pero no de un modo unívoco y forzado, por lo tanto no universal sino según la acogida que cada alma da a la gracia, que también es ofrecida a todos. Si la Sangre del Redentor fue derramada por todos, no nos beneficiará a todos, porque no todos querrán libremente beneficiarse de ella.
Más allá de las especulaciones sobre la Teología de la gracia, basta hojear el Evangelio para comprender como la idea de una fraternidad universal es desconocida en el texto sagrado. En ninguna página, en ninguna parábola, en ningún versículo encontramos expresada la idea de una fraternidad universal, que es más bien contraria a la enseñanza evangélica. La fraternidad universal no es de esta tierra y no es un valor cristiano. El “amaos los unos a los otros” de San Juan 13,34 no es una invitación genérica a quererse bien, como lo entiende la modernidad, sino a la caridad sobrenatural, que tiene su fundamento en la gracia y en la verdad.
En la última homilía de su vida, el P. Thomas Tyn (1950-1990), digno hijo de Santo Domingo, casi en forma de testamento espiritual, de quien está en curso la causa de la beatificación, afirmó: “No podemos decir al estimo norteamericano: yo amo a todos y al mismo tiempo elogiar a ultranza la tolerancia…. ¿Esto es amor?… Ciertamente no. El amor debe llegar a todos, sin excepción ninguna. El amor cristiano es universal y es amor a la verdad”. Aquí está el factor dirimente del amor cristiano: su fundamento en la verdad: “La primera profanación gravísima a evitar – explicaba el P. Tyn – es el intento de fundamentar el amor sobre el hombre, mientras que el verdadero amor se fundamenta sobre la verdad”, que es Dios, el único Dios verdadero.
El amor cristiano es universal porque se fundamenta en la verdad, que ve en cada hombre un hijo de Dios y de la Iglesia, en acto o en potencia. Pero no constituye ninguna fraternidad universal. Nuestro Señor Jesucristo no ha venido a instaurar una fraternidad universal fundamentada en un amor genérico y vago, sino un reino, Su Reino “que no es de este mundo”, a pesar de tener en él sus efectos salvíficos. No, “no basta hablar de amor – continúa el P. Tyn –. Todos los modernistas tienen la boca llena de amor. Dicen: nosotros no tenemos necesidad de verdad, de enseñanzas, de doctores. Tenemos necesidad de amor. No es éste el verdadero amor. No, el amor tiene un nombre preciso: Jesús, Jesús Crucificado”. Una fraternidad que no tiene su fundamento en Él es una utopía, más frecuentemente es una engañosa mentira. Esta fraternidad será universal solo en Reino de los Cielos, no en esta tierra, que permanecerá hasta la venida final de Cristo una tierra de exilio y un valle de lágrimas.
Que no pueda existir una fraternidad universal es el mismo Señor quien lo afirma en Su Evangelio. Si por una parte recomienda a Sus discípulos un amor universal con relación a su objeto, les advierte sin embargo que dicho amor no tendrá el carácter de reciprocidad, de aquella reciprocidad necesaria para que la fraternidad sea universal. “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros; pero como vosotros no sois del mundo el mundo os odia.” (San Juan 18, 20). Y por lo tanto, enviándolos a predicar el Evangelio, no promete ningún amor fraterno ni ninguna recompensa humana. Por el contrario: “Id: – dijo – os envío como corderos entre lobos.” (San Lucas 10, 3). Y los lobos – no hace falta decirlo– devoran los corderos. “A diferencia del modernismo, que pretende una universalidad confusa – continúa el P. Tyn –, el Evangelio es muy claro sobre la elección de la Fe: o con el mundo o contra Dios o con Dios pero odiados por el mundo.” ¿Qué lugar puede encontrar entonces una fraternidad universal en esta tierra? También dijo el Señor: “No he venido a traer la paz sino la espada.” (Mt. 10,34); y de forma más explícita “Quien cayere sobre esta piedra (que es Él mismo) se hará pedazos; y aquel sobre quien cayere, lo hará polvo.” (Mt. 21, 44).
Si sobre esta tierra no hay nada más grande que la caridad, que es esencialmente sobrenatural, también no hay nada peor que la falsa caridad, la cual es tanto peor cuanto más toma la apariencia de la verdadera. La fraternidad universal, que es totalmente ajena al orden sobrenatural, es falsa e ilusoria. Oponerse a la misma con todas la fuerzas es un deber que –para todo verdadero seguidor de Cristo – brota del amor a la Verdad, que es Dios, aunque esta oposición será causa de odio no solo por parte del mundo, sino también por aquella parte de la Iglesia vinculada al mundo, porque “la esencia del cristianismo está en la maravillosa victoria del amor al Redentor sobre el odio del hombre” (ib.), sea quien fuera.
“Nosotros, que tenemos la gracia (no el mérito) de amar a la Santa Iglesia Católica en la pureza de la tradición – concluye el P. Tyn –, ¡dejemos que el mundo nos odie y dejémonos odiar por el mundo y honrémonos de ello! Es bello amar cuando se es odiado. Pero no amar en la mentira del falso pluralismo sino en la determinación de amar a la única y católica verdad, en la verdad de Cristo crucificado, único Salvador del mundo”.
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