Envían enlace por correo electrónico del colegio al que van mis hijos. ¡Peligro!, el gobierno ha elaborado un engendro de ley de educativa que amenaza la libertad en la educación. ¡Hay que movilizarse!, proclaman con gravedad, ¡nos jugamos mucho!.¡ Todos a firmar las distintas cartas y propuestas!
El caso es que no hay nada amenazado, si acaso, hay un cadáver que ya apesta del que nadie se atreve a decir que está muerto. Es el cadáver de la educación católica, que lleva muerto muchos años, aunque creo que existen varios miles de colegios nominalmente religiosos en España.
Creo que en el año 85 el entonces ministro socialista, Maravall, aprobó la LODE, supuestamente para introducir en España la modernidad en la educación y copiar el entonces adorado modelo sueco, la comprensividad. Ahora, los alumnos serían más listos, entenderían todo mucho mejor pues el nuevo método arrasaba con el tradicional sistema de estudio, memorización etc. Ahora, lo importante no era trabajar ni estudiar, lo importante era comprender.
Uno de los pocos intelectuales de este país que lanzó la voz de alarma, refiriéndose en su caso a la Universidad, fue Gustavo Buenos, quién afirmó «la universidad española tardará 35-40 años en recuperarse de esta ley». El entrañable filosofo se equivocó de cabo a rabo, pues eso significaría que ahora empezaríamos a salir del pozo. Nada más lejos de la realidad, la educación se encuentra en el fondo de la fosa de la Marianas. Creo que, físicamente, es imposible descender más en este mundo.
El caso es que, algunos padres católicos, entre ellos el mío, vieron los otros peligros, no sólo los académicos, que traía la citada ley y se lanzaron a las calles azuzados por los obispos y religiosos de la enseñanza. Más de 400 kilómetros hicieron por las carreteras de entonces para que aquel atropello no se llevase a cabo. Para intentar que sus hijos, y los hijos de sus hijos, «pudiesen educarse en el colegio a la manera católica».
Hasta ese momento, los colegios religiosos dependían de los alumnos que pudiesen atraer pero gozaban de bastante autonomía educativa.
El asunto terminó como suele. Los religiosos, obispos etc negociaron con el gobierno lo único que lleva mucho tiempo importando, el dinero.
Se establecieron los llamados «conciertos educativos», un mecanismo absolutamente perverso. Un resumen rápido sería más o menos el siguiente: El estado fijaba del ronzal a todos estos colegios. Ahora pagaba por lo que podía meter mano a lo que se hacía y decía en las aulas. Es más, ahora marcaría el paso.
Los colegios se olvidaban de problemas. Ya no dependían de captar alumnos, ahora el estado aseguraba el dinero, eso sí, con un importe exiguo pues subvencionaba entre el 75%-85% del dinero necesario.
El Estado se ahorraba un pico en un momento de necesidad pero ya había introducido el caballo de Troya en los colegios. Era cuestión de tiempo que los dominase de cabo a rabo.
Al mismo tiempo, el estado declaraba la educación gratuita pero miraba para otro lado para que los colegios pudiesen cuadrar los balances con las llamadas «cuotas voluntarias». Esas cuotas a pagar por llevarlos a ese colegio y que te recomiendan no se te olvide ninguna.
Una vez los colegios vieron asegurada su subsistencia económica se olvidaron de la mala influencia que esto podría tener en el futuro y «desmovilizaron» a su rebaño. Nunca mejor dicho. Ya no hacía falta protestar, se había llegado a un acuerdo.
A partir de entonces mi padre siempre repetía «se han vendido por un plato de lentejas».
Más tarde, durante la presidencia de Zapatero se elaboró la ley de Educación para la ciudadanía, asignatura con un contenido radicalmente anticatólico.
De aquellos días es la famosa arenga del Cardenal Cañizares a las congregaciones que regentaban colegios sobre la adaptación del contenido de dicha asignatura, que es lo que todos perseguían en aquel escenario, «decir ya la adaptaremos es colaborar con el mal». Tiempo después, el Cardenal Cañizares se reunía con la Vicepresidente María Teresa Fernández de la Vega y llegaba a un acuerdo (*). A partir de entonces ya no cogía el teléfono a los padres a los que había incitado a combatir. Esto es información, no opinión.
Este mismo verano, mi colegio, me enviaba un correo a mediados de junio, con el curso ya terminado, en el que se informaba que el modelo educativo cambiaría a partir de este curso. Ahora primaría el ordenador, un modelo que considero supone un problema de primer orden desde el punto de vista antropológico.
A la asociación de padres, supuestamente nos representa, debió parecerle bien pues nada dijo. Ni el medio, un correo con el curso terminado, ni el cambio de modelo anunciado, les hizo levantar una ceja. Si se cambia el modelo educativo y tu asociación de padres ni siquiera tiene opinión queda poco por hacer.
En el bis a bis que solicité con el colegio se me indicó que aquello eran «lentejas, que si quieres las tomas y sino las dejas». Y en última instancia «que ahí tenía la puerta». Y nuestros hijos usados como rehenes. Todo en orden. Por cierto, el «cambio de modelo educativo» suponía 350 euros por alumno, ¡que el progreso no se paga solo!
Y es en este punto del camino en el que nos pide oponernos a la ley de la ministra Celaá. Es decir, Celaá 1 (el colegio), nos dice que cuidado con Celaá 2, que tiene unas ideas muy malas.
No dudo de que Celaá 2 tiene unas ideas horrorosas, pero aplico a Celaá 1 el genial chiste de Les Luthiers «si tu amigo te apuñala por la espalda replantéate su amistad». No, lo tengo claro desde hace un tiempo, con Celaá 1 no voy ni a la vuelta de la esquina.
Por último, y para terminar, reitero que no hay nada que salvar, ni la educación católica que no existe, ni la libertad de elección, pues nada pintamos ahora tampoco los padres en nuestros colegios.
Capitán Ryder
(*) Dicen que parte del acuerdo fue que el Gobierno pagaría el viaje a España del Papa de entonces Benedicto XVI. Lo primero es lo primero, pueden seguir corrompiendo a nuestros hijos pero la visita del papa sale gratis. ¡Ni tan mal! debieron pensar en la Conferencia Episcopal Española.
Nota: Por eso critico las posturas de Juan Manuel de Prada. Podrá elaborar un discurso teórico fetén sobre el Pin parental de Vox, como el sálvese quien pueda que implica, pero la verdadera tragedia es que quienes deberían guiarnos y ayudarnos están con el enemigo. Y de esos, nada dice, salvo de una manera genérica.