Porque después de mi defección, me he arrepentido, y después de volver en mí, me azoté el muslo; estoy avergonzado y confuso, pues llevo el oprobio de mi juventud.
Jer.31,19
En un artículo que apareció en LifeSiteNews el pasado 28 de septiembre [1], la Dra. Maike Hickson me hizo algunas preguntas con vistas a complementar las afirmaciones que yo había hecho sobre el Concilio Vaticano II de las que habló Marco Tosatti [2].
EL JURAMENTO ANTIMODERNISTA
En el siguiente análisis hablaré del Juramento Antimodernista que promulgó San Pío X mediante el motu proprio Sacrorum antistitum del 1º de septiembre de 1910 [3], tres años después de la publicación del decreto Lamentabili [4] y la encíclica Pascendi Dominici gregis [5]. El apartado VI de Pascendi estableció la institución lo antes posible (quanto prima) de un Consejo de Vigilancia en cada diócesis, mientras que el VII ordenaba que en el plazo de un año se enviase a la Santa Sede «de las doctrinas que dominan en el clero», y luego cada tres años, «una relación diligente y jurada» de cómo se estaba poniendo en práctica lo prescrito por la encíclica, el cual más tarde se llegó a conocer como la relación Pascendi [6].
Se observará que la Santa Sede encaraba de un modo muy diferente la gravísima crisis doctrinal de aquellos años si la comparamos con la postura diametralmente contraria adoptada después del pontificado de Pío XII.
Los novadores se quejaban de lo que llamaron un clima de caza de brujas, pero incuestionablemente tenía el mérito de que gracias a un sistema de vigilancia y prevención se acababa con los enemigos que acechaban a la Iglesia desde dentro. Si entendemos la herejía como una enfermedad contagiosa que aqueja al cuerpo de la Iglesia, tendremos que reconocer que San Pío X actuó con la sabiduría de un médico que erradicó la enfermedad y aisló a quienes contribuían a su propagación.
ABOLICIÓN DEL JURAMENTO Y DEL ÍNDICE
Al reconocer el vínculo ideológico que yo había puesto de relieve entre el Concilio y la declaración de Land O’Lakes del 23 de julio de 1967, Maike y Robert Hickson señalaron acertadamente otra interesante coincidencia: la derogación el 17 de julio de 1967 de la obligación hasta entonces vigente que todo sacerdote tenía de hacer el Juramento antimodernista. Esta abolición pasó casi desapercibida, sustituyendo la fórmula anterior –que exigía la profesión de fe y el Jusjurandum antimodernisticum– por el Credo de Nicea y esta breve frase:
Firmiter quoque amplector et retineo omnia et singula quae circa doctrinam de fide et moribus ab Ecclesia, sive solemni iudicio definita sive ordinario magisterio adserta ac declarata sunt, prout ab ipsa proponuntur, praesertim ea quae respiciunt mysterium sanctae Ecclesiae Christi, eiusque Sacramenta et Missae Sacrificium atque Primatum Romani Pontificis. [Abrazo y sostengo firmemente y sin excepción todo cuanto ha formulado y declarado la Iglesia con respecto a la doctrina de la fe y las costumbres, ya sea por solemne definición o por el magisterio ordinario, y en particular todo lo referente a la Santa Iglesia de Cristo, los Sacramentos, el Sacrificio de la Misa y el primado del Romano Pontífice.]
La nota explicativa de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe declaraba: «Formula deinceps adhibenda in casibus in quibus iure praescribitur Professio Fidei, loco formulae Tridentinae et iuramenti antimodernistici De ahora en adelante se empleará esta fórmula en los casos en que la ley prescriba la profesión de fe, en lugar de la fórmula tridentina y del juramento antimodernista.»[7]
Hay que señalar que esta derogación fue precedida de la abolición del Índice de libros prohibidos, que tuvo lugar el 4 de febrero de 1966, después de que Paulo VI redefiniera las competencias y la estructura de la congregación el 7 de diciembre de 1965 y cambiara el antiguo nombre de Santo Oficio por el actual, mediante el motu proprio Integrae servandae:
«Porque la caridad “echa fuera el temor” (1 Jn 4,18), y se procura mejor defender la fe mediante la promoción de la doctrina, corrigiendo errores y llevando con suavidad al buen camino a los que yerran. Además, el progreso de la civilización, cuya importancia en lo religioso no podemos olvidar, hace que los fieles sigan más plenamente y con más amor a la Iglesia si comprenden la razón de las determinaciones y las leyes, en la medida que esto es posible en el ámbito de la fe y las costumbres».[8]
La derogación del Juramento antimodernista formaba parte de un plan para desmantelar la estructura disciplinaria de la Iglesia precisamente en el momento en que era mayor el peligro de adulteración de la fe y la moral por parte de los novadores. Esa operación confirma la intención de quienes ante el ataque ultraprogresista lanzado en el Concilio no sólo dieron rienda suelta al enemigo sino que al mismo tiempo privaron a la Jerarquía de los medios disciplinarios para protegerse y defenderse. Aquello fue una dejación de funciones, una traición de una gravedad inaudita, y más aún en aquellos terribles años. Sería como si en plena batalla el comandante el jefe ordenara a sus hombres que depusieran las armas ante el adversario justo cuando estaban a punto de tomar por asalto la fortaleza enemiga.
POR QUÉ NO ES ADECUADA LA NUEVA FÓRMULA
Que la nueva fórmula de 1967 no es apropiada, también lo señaló el P. Umberto Betti O.F.M. en las Consideraciones doctrinales que se publicaron 1989 tras la promulgación de la nueva fórmula de profesión de fe:
Esta afirmación omnicomprensiva, aunque se aconsejaba por su brevedad, no estaba exenta de una doble desventaja: que no se podía distinguir bien las verdades propuestas para creerse como divinamente reveladas de modo definitivo pero no divinamente reveladas, y el de omitir las enseñanzas del supremo magisterio sin la nota de divinamente revelada o de proposición definitiva.[9]
Da la impresión de que entiende que la solicitud de la Congregación estuvo motivada por la necesidad de incluir en el juramento de fidelidad tanto el propio Concilio como el magisterio que carece de «la nota de divinamente revelada o de proposición definitiva», tras la cual, alegremente y con el entusiasmo del desmantelamiento conciliar, la primera fórmula había permitido en sustancia que se entendiese que el contenido del Juramento antimodernista ya no tenía validez, y que por tanto era posible adherirse –como en efecto sucedió– a las heterodoxas doctrinas modernistas.
LOS REBELDES HACEN SUYAS LAS DEMANDAS DEL COMUNISMO
No puedo afirmar con seguridad que el padre Theodore M. Hesburgh fuera consciente de la inminente derogación de la Profesión de Fe y del Juramento Antimodernista mientras preparaba la Declaración de Land O’Lakes. Con todo, me parece evidente que el clima de rebelión reinante aquellos años en Europa y en Estados Unidos contribuyó en gran medida a que se creyese que Roma aprobaba, si no los excesos escandalosos, al menos ciertas concesiones a los progresistas.
Recuerdo que el 9 de octubre de 1966 el cardenal Alfrink había presentado el nuevo catecismo holandés en Utrecht, expresión de todos los errores que el espíritu del Concilio consideraba por entonces que se habían establecido. Al año siguiente, el 10 de octubre de 1967, durante el tercer congreso internacional para el apostolado de los seglares que se celebró en Roma, se conmemoró la muerte de Ernesto «Che» Guevara, muerto el día anterior en un combate guerrillero. En los meses siguientes se sucedieron ocupaciones violentas de las universidades por parte de los estudiantes, entre ellas la Católica de Milán, en protesta contra la guerra del Vietnam. Y el 5 de diciembre de 1967, gracias a la intervención del secretario de estado Agostino Casaroli, el presidente del estudiantado de la Universidad Católica de Milán, Nello Canalini, fue recibido en audiencia por el Subsecretario de Estado, monseñor Giovanni Benelli. El 21 de diciembre de 1967, a pesar de las amonestaciones de su orden, tres sacerdotes y una monja se integraron a la guerrilla guatemalteca, y dos días más tarde, con motivo de la visita del presidente Lindon B. Johnson al Vaticano, hubo protestas de católicos progresistas, incluido el Círculo Maritain de Rimini. A esto siguió la condena de la guerra de Vietnam por el cardenal Lercaro (1 de enero de 1968) y la proclama antiimperialista de Fidel Castro, redactada por cuatro sacerdotes. El 31 de enero de ese mismo año, el obispo brasileño Jorge Marcos defendió la revolución en una entrevista televisada. El 16 de febrero, los presidentes de la FUCI (federación católica de universitarios italianos), Mirella Gallinaro y Giovanni Benzoni, dirigieron una carta abierta a los catedráticos exponiendo los motivos de las protestas estudiantiles. A partir de ese momento, las protestas se multiplicaron, algunas de ellas violentas, dando lugar al tristemente célebre Mayo del 68, en el cual se ocuparon todas las universidades italianas. ¿De qué nos vamos a extrañar? El Che Guevara había estudiado en un colegio jesuita de Santiago de Cuba, y en el ámbito político la revolución siempre procede de una revolución en la esfera teológica.
LA JERARQUÍA SE RINDE ANTE LA SUBVERSIÓN
Está claro que el ambiente político de aquellos años fue el caldo de cultivo de la Revolución, y es también evidente que la Iglesia no reaccionó con la firmeza y determinación que habría sido necesaria. Es más, incluso por parte de los gobiernos nacionales, la respuesta fue del todo ineficaz. Se entiende, por tanto, que el clima de rebeldía imperante en los ambientes progresistas católicos no podía menos que incluir a los sedicentes intelectuales de Land O’Lakes y a muchas universidades de diversos países. En vez de interrogarse por las causas de aquellas agitaciones, la Jerarquía procuró deplorar torpemente los excesos, precisamente porque la causa estaba en el Concilio y su sentido contestatario, a pesar de lo proclamado por Paulo VI:
Después del Concilio la Iglesia ha gozado, y sigue gozando de un magnífico despertar que Nos agrada reconocer y promover; pero la Iglesia también ha sufrido y sigue sufriendo por un torbellino de ideas y de sucesos que desde luego no se ajustan al buen Espíritu ni prometen esa renovación vital que ha prometido y promovido el Concilio. También en ciertos ambientes católicos se ha abierto paso una idea de efectos contradictorios: la idea del cambio, que para algunos ha sustituido a la del aggiornamento, predicho por el papa Juan, de grato recuerdo, atribuyendo así, contra la evidencia y contra la justicia, a aquel fidelísimo Pastor de la Iglesia criterios no ya innovadores, sino que incluso subvierten las enseñanzas y la disciplina de la propia Iglesia.[10]
Esos «criterios no ya innovadores, sino que incluso subvierten las enseñanzas y la disciplina de la propia Iglesia» los tenemos hoy a la vista, y estaban ya presentes cuando se impuso a todo el pueblo cristiano la nueva Misa, epítome de la subversión en el terreno litúrgico.
Recuerdo muy bien el clima imperante en aquellos años y la consternación de numerosos sacerdotes, profesores y teólogos ante la arrogancia de los rebeldes y la violencia de sus partidarios. Y también recuerdo la timidez y el miedo a agravar los enfrentamientos; el fruto del complejo de inferioridad que aquejaba en particular a los más altos niveles de la Iglesia y el Estado.
Por otro lado, después de la operación emprendida por Roncalli y Montini para desmantelar la naturaleza solemne y sacerdotal del pontificado de Pío XII, aquella sensación de fracaso era la única reacción posible para un episcopado habituado a la obediencia ciega, y más aún en vista de la impunidad de que gozaban sus hermanos en el episcopado que eran modernistas. Era la época en que la abadía benedictina alemana de Michaelsberg pidió ser reducida al estado laical en protesta por los medios autoritarios del Vaticano, y los monjes terminaron casándose poco después. Era la época de la Carta de los 700, por la que 774 sacerdotes y laicos franceses pidieron a Paulo VI que se enfrentara a la Jerarquía, renunciara al poder temporal y se acercara más a los pobres. Actualmente esos setecientos insurrectos aclamarían a Bergoglio por haber concluido la labor que inició el Concilio.
CASAMATAS EN LA ESFERA ECLESIÁSTICA[11]
En vísperas del 68, suprimir la Profesión de fe y el Juramento antimodernista fue una decisión desafortunada porque, como el asalto a la Bastilla, había sido algo preparado en las tenidas secretas de los masones, y así, la Revolución del 68 encontró una base ideológica en las universidades católicas y formó allí a sus más entusiastas protagonistas, algunos de los cuales estaban adscritos a la extrema izquierda. No exigir al profesorado de aquellas universidades y a los capellanes de las instituciones laicas que hicieran el Juramento fue equivalente a autorizarlos a transmitir sus heterodoxas ideas, dando a entender que ya no estaba en vigor la condena del modernismo. Esto permitió que los novadores se hicieran los amos conforme a los métodos de Antonio Gramsci, que identificaba el aparato del Estado –colegios, partidos, sindicatos, prensa y asociaciones diversas– casamatas del enemigo que había que tomar en una acción paralela a la guerra en las trincheras.[12]
A este respecto, Alexander Höbel señala lo siguiente en uno de sus ensayos sobre Gramsci, filósofo fundador del Partido Comunista Italiano:
Antes de hacerse con el poder político, [el Partido Comunista] tiene que esforzarse por alcanzar la hegemonía en la sociedad civil, lo cual supone la hegemonía en lo ideológico y cultural, pero también significa tomar durante una larga guerra de posiciones que alterna por fases con la guerra en movimiento: las casamatas, las trincheras, los innumerables núcleos de poder popular (o de resistencia) que constituyen los sindicatos, las cooperativas, los gobiernos locales, las asociaciones y todo el entramado de estructuras que hacen a la sociedad civil de hoy inmensamente más compleja que en la época de Gramsci. A lo largo de este proceso la clase subordinada se convierte en una clase en sí. Se transforma en la clase dirigente y sienta las bases para convertirse en la clase dominante. Es decir, en el poder político que conquista a base del consenso y un compartir por parte de las masas, expresión de un nuevo bloque histórico. En esta batalla por la hegemonía, el proletariado no sólo forja una política de alianzas, sino que crea una conciencia política de los cambios que ya se han dado a nivel estructural en el desarrollo de las fuerzas productivas, dejando claro que la transformación política y social no sólo es posible sino necesaria. En este contexto, está claro que en la relación con los posibles aliados «la única posibilidad concreta es el entendimiento, ya que la fuerza se puede emplear contra enemigos, no contra una parte de uno mismo que quiere asimilarse rápidamente».[13]
Si aplicamos las recomendaciones de Gramsci a lo que ha pasado en el corazón de la Iglesia de un siglo para acá, podremos ver que la labor de tomar las casamatas eclesiales se ha llevado a cabo con los mismos métodos subversivos. Ciertamente la infiltración del estado profundo en las instituciones civiles y de la iglesia profunda en las católicas se ajusta a este criterio.
EXENCIÓN DEL JURAMENTO EN LAS UNIVERSIDADES ALEMANAS
Por lo que se refiere a la exención del juramento en los departamentos de las universidades alemanas en tiempos de San Pío X, entiendo por la documentación que he consultado [14] que no fue concedida, sino que de facto se consiguió mediante extorsión contrariando los deseos de la Santa Sede gracias a la tolerancia de ciertos miembros del episcopado alemán. El cardenal Walter Brandmüller ha destacado las consecuencias de dicha exención en los seminarios alemanes. Por mi parte, me limito a señalar que son patentes en la formación de Joseph Ratzinger, que asistió a las clases del Instituto Superior de Filosofía y Teología de Freising, del seminario Herzoglisches Georgianum de Munich en Baviera y a la Universidad Ludwig Maximilian de Munich. Además, el jesuita Karl Rahner, entre otros, se formó en Alemania; su currículum le ganó ser nombrado perito del Concilio por iniciativa de Juan XXIII, que era amigo del modernista Ernesto Buonaiuti.
A este respecto, es interesante lo que señaló el profesor Claus Arnold en su estudio The Reception of the Encyclical Pascendi in Germany (sobre la recepción de la encíclica Pascendi en Alemania):
A partir de una investigación general se puede reconstruir que la encíclica Pascendi sólo se pudo aplicar de un modo muy aproximativo, al menos para lo habitual en una burocracia centralizada. Desde esta perspectiva, se observa un alto grado de indolencia y resistencia por parte de los obispos, también en Alemania. Pío X tenía motivos de sobra para estar decepcionado: la secta secreta de los modernistas infiltrados en la Iglesia, cuya existencia se sospechaba, no pudo ser detectada por los obispos, y el juramento antimodernista de 1910 se puede considerar una expresión de insatisfacción por la ceguera de los obispos. Ahora bien, la manera tan generalizada en que no cumplieron con la obligación de delatar y la reacción de los obispos, en muchos casos formalista y, se podría decir, inmunizados para no interpretar, no debería llevarnos a minusvalorar los efectos de la encíclica. [15]
Indudablemente, la disciplina que entonces estaba en vigor tanto en los dicasterios romanos como en las diócesis de todo el mundo impidió el boicot total a las disposiciones dadas por San Pío X. Hasta tal punto que en 1955 el propio Joseph Ratzinger fue acusado de modernismo por el supervisor adjunto de la tesis que lo habilitaría para la docencia, el profesor Michael Schmaus, frente a su colega Gottlieb Söhngen, que defendía con Ratzinger la postura contraria. El joven teólogo tuvo que corregir su tesis en los puntos en que insinuaba una subjetivización del concepto de Revelación.[16]
EL JURAMENTO EN EL CONCILIO
Confirmo que, conforme a las normas canónicas entonces vigentes, todos los obispos que participaron en el Concilio Vaticano II y todos los sacerdotes que trabajaron en las diversas comisiones hicieron juntos el juramento antimodernista y la profesión de fe. Desde luego, los que rechazaron los esquemas preparatorios elaborados por el Santo Oficio y desempeñaron un papel decisivo en el bosquejo de los textos más polémicos faltaron al juramento que habían hecho sobre los Santos Evangelios, pero no creo que para ellos fuera un grave problema de conciencia.
EL CREDO DEL PUEBLO DE DIOS
El Credo del pueblo de Dios promulgado por Paulo VI el 30 de junio de 1968 en la capilla pontificia con el que se concluyó el Año de la Fe tenía por objeto ser la respuesta de la Sede Apostólica a la creciente oleada contestataria en la doctrina y la moral. Sabemos que ciertos cardenales lo recomendaron encarecidamente. Jacques Maritain colaboró en la redacción preliminar, y gracias al cardenal Charles Journet fue recibido en audiencia por Paulo VI entre 1967 y 1968, y presentó además un borrador de una profesión de fe que en cierta forma se oponía al herético Catecismo holandés que se acababa de publicar y que en aquellos meses estaba siendo examinado por una comisión de cardenales en la que participaba Journet. Antes de esto, y también a pedido de Paulo VI, el dominico Yves Congar redactó otra profesión de fe, que fue rechazada. Pero hay otro detalle:
…En una de las secciones, Maritain mencionaba explícitamente el testimonio común de los judios y los musulmanes contra los cristianos sobre la unidad de Dios. Pero en su Credo, Paulo VI da gracias a la bondad de Dios por los «muchos creyentes» que comparten con los cristianos la fe en un solo Dios, aunque sin mencionar explícitamente al judaísmo ni al islam.[17]
Descubrimos así que de no haber sido por la providencial revisión del Santo Oficio, el Credo habría introducido la doctrina de Nostra aetate, adoptada más tarde por los sucesores de Montini y a la que Bergoglio ha dado una expresión coherente en la Declaración de Abu Dabi.
ABDICACIÓN DE LA AUTORIDAD APOSTÓLICA
Aquí descubrimos otro punctus dolens en la conducta que unía a Maritain y a Montini:
En la introducción al texto preparado a petición de Journet, Maritain añadió algunas sugerencias en cuanto al método. Según Maritain, era conveniente que el Papa utilizara un nuevo procedimiento, haciendo su profesión de fe como un simple y sencillo testigo: «El testimonio de nuestra fe: eso es lo que queremos dar ante Dios y los hombres». Para Maritain, una simple confesión de la fe sería de más ayuda para las almas atribuladas, sin necesidad de presentar la profesión de fe como un acto de simple autoridad: «Si el Papa diera la impresión de prescribir o imponer su profesión de fe en nombre del magisterio, o bien tendría que decir toda la verdad, haciendo saltar chispas, o tendría que actuar con consideración, evitando los puntos más controvertidos, y esto último sería lo peor». Lo más eficaz y necesario era confesar clara y firmemente la integridad de la fe de la Iglesia sin lanzar anatemas contra nadie. [19]
Según Maritain, proclamar la verdad íntegra habría causado graves polémicas. La otra opción, o sea la consideración, evitar los puntos más controvertidos, ya había sido adoptada por el Concilio. Una vez más, se optó por la transigencia. La mediocridad quedó erigida como método de gobierno de la Iglesia, la suma del nuevo magisterio que se limitaba a proponer y evitaba «la menor alusión al anatema, pero en nombre del que ocupa la Silla de San Pedro. De ese modo quedaba excluida toda ambigüedad».[20] El Santo Oficio añadió un interesante comentario que podemos reevaluar actualmente, sobre todo después de Fratelli tutti:
Para Duroux, convendría aclarar también que cuando la Iglesia habla de asuntos temporales su meta no es crear un paraíso terrenal, sino simplemente hacer más humana la actual situación de los hombres. Vendría bien una inserción que eliminara las interpretaciones ambiguas de las posturas adoptadas por amplios sectores de la Iglesia, sobre todo en Hispanoamérica en vista de las injusticias políticas y sociales. [21]
Con una profesión de fe así, «que no fuera una definición dogmática propiamente dicha, aunque desarrollada de alguna manera para adaptarse a las condiciones espirituales de nuestro tiempo»[22], se intentó que el Papa dijera lo que había callado el Concilio: hay que señalar que el Credo contiene 15 citas de Lumen gentium y menciona 16 veces las actas del magisterio infalible anterior, si bien se limita a poner su referencia en el Denzinger.
Sea como sea, esa profesión de fe nunca se adoptó con el Juramento, y contribuyó más a silenciar las exasperadas almas de los pastores y los fieles [23] que a traer de vuelta a los rebeldes a la ortodoxia católica.
Me gustaría señalar otro elemento presente en las declaraciones de Maritain que no debemos desestimar: «Si el Papa diera la impresión de prescribir o imponer su profesión de fe en nombre del magisterio»… Aquí está el quid de la cuestión: en la dejación de funciones por parte de la propia autoridad. Según este enfoque, el Papa no debe dar la impresión de que manda ni impone nada, y si Paulo VI lo hizo accidentalmente, actualmente nos encontramos en la situación que esperaba el pensador francés hace cincuenta años: desde luego Bergoglio no parece que prescriba ni imponga su profesión de fe en nombre del magisterio. Y lo de «actuar con consideración, evitando los puntos más controvertidos» se ha convertido en la descarada afirmación de un contramagisterio que a pesar de estar canónicamente desprovisto de toda autoridad apostólica tiene la potencia explosiva de aquel a quien el mundo reconoce como Vicario de Cristo, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles y Romano Pontífice. Por eso, a pesar de no dar la impresión de que lo haga, Jorge Mario Bergoglio explota su autoridad y la visibilidad que le brindan los grandes medios de difusión para demoler la Iglesia de Cristo. Y si el error puede afirmarse impunemente «sin lanzar anatemas contra nadie», se anatematiza mucho a quienes defienden la ortodoxia católica o denuncian los fraudes que se cometen. Huelga decir que «actuar con consideración evitando los puntos más controvertidos» no se reduce hoy en día a los aspectos doctrinales, sino también a la moral, apoyando gravísimas desviaciones en temas como ideología de género, homosexualidad, transexualismo y cohabitación.
RATZINGER Y EL JURAMENTO ANTIMODERNISTA
Está claro que Ratzinger es de los que rechazaron los esquemas preparatorios del Concilio y emprendieron una nueva vía. Es igualmente indiscutible que faltó al Juramento. Sólo Dios, que escudriña lo más recóndito de los corazones, sabe si Ratzinger era plenamente consciente de que cometió un sacrilegio.
A mí me parece también innegable que en muchos de sus escritos afloran su formación hegeliana y la influencia modernista, como tan magníficamente ha explicado el profesor Enrico Maria Radaelli y como confirma con abundantes detalles y a partir de numerosas fuentes Peter Seewald en su nueva biografía de Benedicto XVI. A este respecto, es evidente que las declaraciones del joven Ratzinger señaladas por Seewald contradicen en gran medida la hermenéutica de la continuidad que más tarde teorizó Ratzinger, quizá como una prudente retractación de su anterior entusiasmo.
Con todo, yo creo que con el tiempo, su labor como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y finalmente su elección al solio pontificio han contribuido al menos en alguna medida a que se arrepienta de los errores que cometió y las ideas que profesó. Eso sí, sería deseable que, sobre todo teniendo en cuenta el juicio divino que le aguarda, se distanciara teológicamente de esas posturas erróneas –me refiero en concreto a las expuestas en Introducción al cristianismo– que siguen divulgándose en universidades y seminarios que se jactan de católicos. Delicta juventutis meae et ignorantias meas ne memineris Domine (Sal. 25, 7).
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
7 de diciembre de 2020
S. Ambrosii Episcopi et Confessoris
[1] https://www.lifesitenews.com/blogs/questions-for-archbishop-vigano-concerning-the-oath-against-modernism-and-its-abrogation
[3] Saint Pius X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum, quo quaedam statuuntur leges ad Modernismi periculum propulsandum, 1 de septiembre de 1910. Obsérvese que la Santa Sede solo publica este document en su portal de internet en el texto latino, sin traducción a ninguna lengua actual, como hace con todos los otros documentos recientes.
[4] Sagrada Congregación del Santo Oficio, decreto
[5] San Pío X, encíclica Pascendi Dominici gregis sobre los errores del modernismo, 8 de septiembre de 1907.
[6] Cf. La Civiltà Cattolica, nº4, 106, de 1907: «Queremos y mandamos que los obispos de cada diócesis, pasado un año después de la publicación de las presentes Letras, y en adelante cada tres años, den cuenta a la Sede Apostólica, con Relación diligente y jurada, de las cosas que en esta nuestra epístola se ordenan; asimismo, de las doctrinas que dominan en el clero y, principalmente, en los seminarios y en los demás institutos católicos, sin exceptuar a los exentos de la autoridad de los ordinarios. Lo mismo mandamos a los superiores generales de las órdenes religiosas por lo que a sus súbditos se refiere» (apartado VII de Pascendi). Véase a este respecto Alejandro M. Diéguez, Tra competenze e procedure: la gestione dell’operazione, en The Reception and Application of the Encyclical Pascendi, Studi di Storia 3, edición de Claus Arnold y Giovanni Vian, Edizioni Ca’ Foscari, 2017.
[7] Cfr. AAS, 1967, p. 1058.
[8] Paulo VI, Carta apostólica motu proprio Integrae servandae, 7 de diciembre de 1965.
[9] Profesione di fede e giuramento di fedeltà; considerazioni dottrinali, en Notitiae 25 (1989) 321-325.
[10] Paulo VI, Audiencia general del 25 de abril de 1968.
[11] Casamata (del italiano casamatta:) Bóveda muy resistente para instalar una o más piezas de artillería (Diccionario de la Real Academia Española).
[12] Cf. A. Gramsci, Quaderni del carcere, edited by V. Gerratana, Turin, Einaudi, 1975, pp. 1566-1567.
[13] Cf. Alexander Höbel, Gramsci e l’egemonia. Complessità e trasformazione sociale.
[14] La Civiltà Cattolica, año 65, 1914, vol. 2, La parola del Papa e i suoi pervertitori, p. 641-650. Con relación al discurso de Pío X ante el consistorio el 27 de mayo de 1914 (AAS, 28 May 1914, year VI, vol. VI, n. 8, pp. 260-262): «El Papa se refiere al Juramento Antimodernista, que hará unos cinco años se habría de exigir a los profesores de teología de las universidades del Imperio» (p. 648). El pasaje del discurso de Pío X ante el consistorio es el siguiente: «Si alguna vez os encontráis con alguien que presume de creyente y dedicado al Papa y quiere ser católico pero considera un insulto que lo tachen de clerical, decidles solemnemente que los hijos dedicados del Papa obedecen su palabra y lo siguen en todo. No como los que estudian maneras de eludir sus mandatos o tratan de obligarlo con una insistencia digna de mejor causa a conceder exenciones y dispensas que cuanto más dañinas y escandalosas son.» El 30 de mayo, L’Osservatore Romano respodió con una nota que decía: «Hemos visto que algunos diarios, al comentar el discurso que pronunció el Santo Padre el miércoles pasado ante los nuevos cardenales han insinuado, ya sea para confundir las ideas y alterar las almas, o por otros motivos, que Su Santidad, al hablar de exenciones o dispensas dañinas que insisten en obtener de él se refería al uso del Juramento Antimodernista en Alemania. Esto es totalmente falso, y nos parece que no sería posible un malentendido en este sentido. El único pasaje del discurso que alude a Alemania en concreto, si bien no de forma exclusiva, es la parte que habla de asociaciones mixtas, en la que el Sumo Pontífice no hizo otra cosa que confirmar una vez más los principios que ya había expuesto en la encíclica Singulari Quadam.
[15] «A partir de una investigación general se puede reconstruir que la encíclica Pascendi sólo se pudo aplicar de un modo muy aproximativo, al menos para lo habitual en una burocracia centralizada. Desde esta perspectiva, se observa un alto grado de indolencia y resistencia por parte de los obispos, también en Alemania. Pío X tenía motivos de sobra para estar decepcionado: la secta secreta de los modernistas infiltrados en la Iglesia, cuya existencia se sospechaba, no pudo ser detectada por los obispos, y el juramento antimodernista de 1910 se puede considerar una expresión de insatisfacción por la ceguera de los obispos. Ahora bien, la manera tan generalizada en que no cumplieron con la obligación de delatar y la reacción de los obispos, en muchos casos formalista y, se podría decir, inmunizados para no interpretar, no debería llevarnos a minusvalorar los efectos de la encíclica» (p.87). V. Claus Arnold, The Reception of the Encyclical Pascendi in Germany (Johannes Gutenberg-Universität Maguncia, Alemania), en The Reception and Application of the Encyclical Pascendi, Studi di Storia 3, edición de Claus Arnold y Giovanni Vian, Edizioni Ca’ Foscari, 2017, p. 75 ff.
[16] «Para Schmaus, la fe de la Iglesia se transmitía mediante conceptos definidos e inmutables que definen verdades perennes. Para Söhngen, la fe era un misterio que se comunicaba por medio de un relato. En aquella época se hablaba mucho de la historia de la salvación. Había un factor dinámico, el cual también garantizaba una apertura y que se tuvieran en cuenta nuevos planteamientos.» Entrevista de Gianni Valente y Pierluca Azzaro a Alfred Läpple, Quel nuovo inizio che fiorì tra le macerie, in 30 Giorni, 01/02, 2006.
[17] Sandro Magister, El Credo de Pablo VI. Quién lo escribió y por qué, 6 de junio de 2008.
[18] Sandro Magister señala que «en los años cincuenta, Maritain estuvo cerca de ser condenado por el Santo Oficio por su pensamiento filosófico, sospechoso de “naturalismo integral”. La condena no se dio, también porque tomó su defensa Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI, entonces sustituto secretario de estado, unido por una larga amistad con el pensador francés».
[19] Gianni Valente, Paolo VI, Maritain e la fede degli apostoli, in30 Giorni, 04, 2008.
[20] Esto proponía el dominico Benoit Duroux el 6 de abril de 1968, que en aquel tiempo era colaborador del secretario del antiguo Santo Oficio, monseñor Paul Philippe. Íbid.
[21] Íbid.
[22] Paulo VI, Solemne Profesión de fe que Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968, 30 de junio de 1968.
[23] «Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar». Íbid.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)