Es urgente, indispensable, organizar un fuerte contraataque cultural contra el Gran Reinicio, la hegemonía de la corrección política, la arrogancia de los indignados y ofendidos. Debemos detener y revertir el borrado de una civilización, la nuestra, que tiene tres mil años; hemos de actuar contra la narrativa liberal y la reducción del mundo a un monopolio privado de unos pocos grupos financieros, económicos y tecnológicos gigantescos. Audaz programa, pero no hay alternativa. O mueres asfixiado, o te vas del caparazón. El problema es enorme: ¿hacia dónde ir, qué principios defender, a qué intereses, clases y grupos sociales recurrir?
Cuando todo es negado y la verdad es sacudida desde los cimientos, es a la verdad que debemos aferrarnos y presionar al enemigo, partiendo de los cimientos. Rechazar el engaño de la corrección política que separa el lenguaje de la verdad. Sólo la verdad nos hace libres, y la libertad es la gran reconquista por la que luchar.
El empobrecimiento, la intrusión del bio-poder en la esfera íntima, la vigilancia, la destrucción de la civilización, la reversión de principios y significados, el mal en lugar del bien, han tomado el poder para conseguir el empobrecimiento material y la destrucción de la esperanza en millones de corazones. No podemos simplemente oponernos a esta o a esa política; hemos de construir un frente para los desheredados y marginados de hoy y mañana, porque el Gran Reinicio concentrará aún más el poder, el conocimiento y las ganancias económicas hacia arriba, aplastando la libertad, difundiendo miseria y prohibiendo el disenso. Ya no queda más alternativa que convertirse en rebeldes y dejar de confiar en el sistema. Ya no es posible imaginar que es posible reformarlo desde dentro. La hegemonía de los dueños del mundo nos infectará, como lo hizo con demasiados otros antes que con nosotros. Sólo existe una forma, la más estrecha e impermeable: proceder paso a paso para reconstruir el camino que se ha tragado la jungla: pero tenemos que pasar por ella, plantar semillas y tejer pacientemente el lienzo de la libertad.
La colocación de semillas y la plantación de árboles requiere confianza en el futuro y una gran generosidad: inevitablemente los frutos serán cosechados por otra generación. El objetivo es recuperar la hegemonía perdida, recuperar el alma, el cerebro y el sentido común que nos arrebató el enemigo. La hegemonía cultural ha sido la clave para conquistar y mantener el dominio político y social a través del consenso. Dejemos de lado las razones por las que se perdió y concentrémonos en el hecho de que ni hemos luchado ni estamos luchando, ni en defensa ni en ataque. Hemos sufrido durante generaciones la iniciativa de aquellos que estaban interesados en "deconstruir" y en pudrir la sociedad. Abandonamos las casas del poder sin reaccionar. Una lección es que la clase dominante puede evitar enfrentamientos peligrosos haciendo revoluciones pasivas. La lección ha sido aplicada por las élites neoliberales, que se han aprovechado del 68, la revolución sexual, el feminismo, la secularización.
Las culturas no marxistas y liberal-progresistas están dominadas hoy más que nunca: han emprendido el camino de la sumisión. Es imposible incluso darles un nombre. Cuando se alían con los dominantes, no son más que marionetas o meros ejecutores de directivas impuestas desde arriba. Hemos acumulado un retraso dramático, que no ha llenado en absoluto la capacidad de utilizar los nuevos medios. Esa capacidad fue una llamada de atención al oponente, que está cerrando apresuradamente todos los canales de comunicación en los que el pensamiento alternativo se había insertado activamente. Estamos en el año cero y el camino tendrá que ser trazado con nuestra propia fuerza e ingenio, sin mapas; ante la indiferencia y el sarcasmo no ya de los enemigos, sino de aquellos que, políticamente, deben apoyarnos. Los perros ladran, la caravana pasa. Frente a la hegemonía cultural del progresismo que nos ha engullido, y frente al dominio abrumador de los medios de comunicación, que se han dotado de la capacidad de establecer la estructura mental de la mayoría; frente a ese absolutismo cultural, todavía no hemos sido capaces de dar con las armas conceptuales, con la fuerza del habla, con el atractivo y con los registros emocionales que nos permitan presentar batalla contra un enemigo tan formidable.
Lo que falta es el frente, es decir, una red articulada de estructuras culturales, sociales, editoriales y de intereses generalizados, que dispute la hegemonía al oponente en cuestiones como la teoría de género, el enfoque del cambio climático, la protección del medio ambiente, el aborto, la educación, la bioética; pero también en cuestiones de finanzas, de economía monopolística, de inseguridad social, de desmantelamiento de identidades espirituales, nacionales y políticas. Hemos sido reducidos a la marginalidad en el debate sobre las libertades fulminadas por la tecnología y la vigilancia, la reducción de la persona a material moldeable y canjeable, la erosión de la dimensión pública y estatal, el ataque al Estado de Derecho, el trágico declive de las instituciones.
La hegemonía está en manos del progresismo globalista, un capitalismo singular (“participativo” se llama en el nuevo lenguaje) en la variante comunista. Privatización oligárquica más poder piramidal, unidos en un régimen totalitario que combina el aspecto más inhumano del capitalismo con el aspecto más atroz del comunismo, combinando la alienación de las relaciones entre las personas con un control social sin precedentes. No estamos ante un oponente, sino ante un enemigo absoluto.
Lo que falta es el frente, es decir, una red articulada de estructuras culturales, sociales, editoriales y de intereses generalizados, que dispute la hegemonía al oponente en cuestiones como la teoría de género, el enfoque del cambio climático, la protección del medio ambiente, el aborto, la educación, la bioética; pero también en cuestiones de finanzas, de economía monopolística, de inseguridad social, de desmantelamiento de identidades espirituales, nacionales y políticas. Hemos sido reducidos a la marginalidad en el debate sobre las libertades fulminadas por la tecnología y la vigilancia, la reducción de la persona a material moldeable y canjeable, la erosión de la dimensión pública y estatal, el ataque al Estado de Derecho, el trágico declive de las instituciones.
La hegemonía está en manos del progresismo globalista, un capitalismo singular (“participativo” se llama en el nuevo lenguaje) en la variante comunista. Privatización oligárquica más poder piramidal, unidos en un régimen totalitario que combina el aspecto más inhumano del capitalismo con el aspecto más atroz del comunismo, combinando la alienación de las relaciones entre las personas con un control social sin precedentes. No estamos ante un oponente, sino ante un enemigo absoluto.
El enfoque adoptado por la derecha en el círculo del sistema para representar su variante liberal clásica, se puede remontar a tres tácticas diferentes, miopes y perdedoras. La primera es la aceptación parcial de las tesis de los enemigos, matizadas, suavizadas y templadas, para conquistar el espectro más tibio y desnortado de la ciudadanía. Todo se cede gradualmente hasta el punto de la confusión con la otra parte, para cálculos a corto plazo debidos a pereza y a incapacidad de una visión alternativa; lo cual delata en definitiva la falta de confianza en las propias ideas. Es lo que protagoniza una derecha de remolque, confusa, cobarde y oportunista, feliz de ser recibida en los salones del poder.
La segunda es la táctica del avestruz, que esconde la cabeza bajo tierra. Estamos renunciando a la batalla de las ideas, no estamos hablando de ellas ni mencionándolas, estamos evitando la confrontación sobre valores y principios, confinando a la gestión económica, la administración de cosas que ahora llaman gobernanza. Es la técnica del poder basado en las ideas dominantes en cada momento, sin proyectos; un poder ejercido por oligarquías económicas y financieras, a las que se añaden burocracias transnacionales y grandes gigantes de las tecnologías.
El tercer comportamiento es la trompeta de la grandilocuencia, el duro pero destartalado ataque emocional, acompañado de gestos y actitudes de desafío, y completado con el arrepentimiento por un tiempo antiguo inexistente. Una forma de entender la lucha política, intelectual y moral contra el globalismo relativista y sus disfraces neomarxistas, que contiene verdades innegables y que ha logrado éxitos; pero termina finalmente en coreografía retórica que facilita en gran medida la demonización, la caricatura, el ridículo y la fabricación fraudulenta de villanos absolutos.
La segunda es la táctica del avestruz, que esconde la cabeza bajo tierra. Estamos renunciando a la batalla de las ideas, no estamos hablando de ellas ni mencionándolas, estamos evitando la confrontación sobre valores y principios, confinando a la gestión económica, la administración de cosas que ahora llaman gobernanza. Es la técnica del poder basado en las ideas dominantes en cada momento, sin proyectos; un poder ejercido por oligarquías económicas y financieras, a las que se añaden burocracias transnacionales y grandes gigantes de las tecnologías.
El tercer comportamiento es la trompeta de la grandilocuencia, el duro pero destartalado ataque emocional, acompañado de gestos y actitudes de desafío, y completado con el arrepentimiento por un tiempo antiguo inexistente. Una forma de entender la lucha política, intelectual y moral contra el globalismo relativista y sus disfraces neomarxistas, que contiene verdades innegables y que ha logrado éxitos; pero termina finalmente en coreografía retórica que facilita en gran medida la demonización, la caricatura, el ridículo y la fabricación fraudulenta de villanos absolutos.
Todo lo que queda es el trabajo paciente de construir un camino en el bosque. La cerrazón de la mente hace que las palabras falten para el pensamiento crítico. Si hay un pensamiento que tiende a ser único, la primera manera de hacer su camino es pensar lo contrario. Los regímenes totalitarios siempre han obstaculizado el pensamiento, a través de una reducción en el número y el significado de las palabras. Pensar lo contrario significa hablar de otra manera: rechazar el lenguaje políticamente correcto, el nuevo lenguaje que nos obliga a separar la verdad de lo que vemos, y el juicio, de su representación verbal. Los maestros de las palabras son los amos del mundo; debemos cuestionar, pues, sus significados. Luchar en la guerra de las palabras es la primera batalla.
La segunda es salir de la jaula liberal para siempre. Hoy en día todo el mundo se declara liberal, pero hoy el liberalismo (¡tremenda perversión de la sagrada palabra “libertad”!) ha quedado reducido a su dimensión económica, en medio de una cínica indiferencia moral y religiosa. Hoy el liberalismo sólo está interesado en defender la propiedad privada de los gigantes, limitar los sentimientos morales y religiosos a la intimidad, y hacer que la dimensión pública sea irrelevante en beneficio de los intereses privados y la hegemonía de la dimensión económica. Es la teorización de la ley de los más fuertes y ricos.
Finalmente hay que volver a la comunidad. ¿Qué ha sido de la comunidad cristiana, la comunidad de los hijos de Dios, antaño tan vigorosa? Nos han recluido, nos han dispersado. Pertenecer es la necesidad principal del hombre. En cada comunidad siempre hay algo, un principio, un lugar, una historia, una creencia colectiva a la que se atribuye un carácter superior y trascendente. Es un recinto sagrado, el templo que contiene la posesión más preciada de esa comunidad. El templo es importante, intangible, superior a todo porque es un patrimonio común no disponible. Es sagrado porque no está a la venta. La comunidad es el lugar cuyos valores no son comercializables, donde se practica la gratuidad y la solidaridad, donde no se mide el dinero. La primera célula con que se construye toda comunidad es obviamente la familia. Y en su destrucción están empeñados para desmantelar la sociedad y ejercer su poder sobre individuos inconexos.
La censura ejercida por el poder cultural progresivo al servicio de la cúpula económica y tecnológica, crea un paradójico sistema de valores vacíos de significado. Hay que pertenecer a una civilización, no a una tribu. El objetivo del enemigo es dejarnos desnudos y pobres: de los derechos, de los principios, de la libertad. Pero no hay civilización si no existe algo que nos una; de ahí la importancia de redescubrirnos como comunidad cristiana y cultivar nuestra identidad, ¡Dios lo quiera!, lo que nos une y nos diferencia en un mundo decidido a que todo sea equivalente, todo con el mismo valor y por tanto irrelevante.
Si no abrimos los ojos y nos ponemos en camino ahora, ¿cuándo lo haremos? ¿Volverá a existir otro momento en que eso sea posible?
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
La segunda es salir de la jaula liberal para siempre. Hoy en día todo el mundo se declara liberal, pero hoy el liberalismo (¡tremenda perversión de la sagrada palabra “libertad”!) ha quedado reducido a su dimensión económica, en medio de una cínica indiferencia moral y religiosa. Hoy el liberalismo sólo está interesado en defender la propiedad privada de los gigantes, limitar los sentimientos morales y religiosos a la intimidad, y hacer que la dimensión pública sea irrelevante en beneficio de los intereses privados y la hegemonía de la dimensión económica. Es la teorización de la ley de los más fuertes y ricos.
Finalmente hay que volver a la comunidad. ¿Qué ha sido de la comunidad cristiana, la comunidad de los hijos de Dios, antaño tan vigorosa? Nos han recluido, nos han dispersado. Pertenecer es la necesidad principal del hombre. En cada comunidad siempre hay algo, un principio, un lugar, una historia, una creencia colectiva a la que se atribuye un carácter superior y trascendente. Es un recinto sagrado, el templo que contiene la posesión más preciada de esa comunidad. El templo es importante, intangible, superior a todo porque es un patrimonio común no disponible. Es sagrado porque no está a la venta. La comunidad es el lugar cuyos valores no son comercializables, donde se practica la gratuidad y la solidaridad, donde no se mide el dinero. La primera célula con que se construye toda comunidad es obviamente la familia. Y en su destrucción están empeñados para desmantelar la sociedad y ejercer su poder sobre individuos inconexos.
La censura ejercida por el poder cultural progresivo al servicio de la cúpula económica y tecnológica, crea un paradójico sistema de valores vacíos de significado. Hay que pertenecer a una civilización, no a una tribu. El objetivo del enemigo es dejarnos desnudos y pobres: de los derechos, de los principios, de la libertad. Pero no hay civilización si no existe algo que nos una; de ahí la importancia de redescubrirnos como comunidad cristiana y cultivar nuestra identidad, ¡Dios lo quiera!, lo que nos une y nos diferencia en un mundo decidido a que todo sea equivalente, todo con el mismo valor y por tanto irrelevante.
Si no abrimos los ojos y nos ponemos en camino ahora, ¿cuándo lo haremos? ¿Volverá a existir otro momento en que eso sea posible?
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet