INTIMIDAD DIVINA
(Meditaciones sobre la vida interior para todos los días del año)
“En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme
si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)
“Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mat 20,18-19) Es la tercera vez que Jesús anuncia a sus íntimos la pasión que ha de padecer, y también esta vez no es entendido. La primera vez Pedro había protestado enérgicamente; al anunciársela por segunda vez, los tres discípulos predilectos no habían captado el sentido de las palabras del Señor, pero no se habían atrevido “a preguntarle acerca de este asunto” (Luc 9, 45); en esta tercera ocasión, el anuncio de la pasión es seguido de la petición presuntuosa que Santiago y Juan lanzan por boca de su madre: “Él le dijo: ¿qué quieres? Dícele ella: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino” (Mat 20, 21). Jesús habla de pasión, de desprecios, de muerte ignominiosa; los apóstoles están preocupados únicamente de asegurarse los primeros puestos. Es la eterna tendencia del orgullo -triste herencia del pecado original- que pretende afirmarse e imponerse en todos los campos, no excluido el religioso. Para entender, aquellos hombres necesitarán ver a su Maestro literalmente “ ridiculizado, azotado, crucificado”, y después resucitado como ha profetizado él mismo. Por el momento Jesús les amonesta “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?”. Se repite la lección del Tabor: es imposible llegar a la gloria sin pasar por el camino estrecho de la Cruz. A la cual se debe añadir otra: no se comprende, y menos se puede vivir, el misterio de la Cruz sin la humildad. Para quien aspira a honores, a triunfos, a gloria del mundo, la Cruz es un escándalo, es un enemigo que atenta contra la propia felicidad, que coarta la libertad. El soberbio, que quiere ser dueño indiscutido de su propia vida, se rebela contra cualquier forma de sufrimiento físico o moral que pueda impedirle la afirmación de su capacidad y valores. En esa actitud es muy fácil caer en el riesgo de convertirse de apóstoles en enemigos de la Cruz de Cristo. Sólo los humildes son capaces de doblar sus espaldas, como Jesús, bajo el peso de la Cruz, de aceptar, como él, ultrajes, humillaciones, trato injusto. Y sólo en los humildes la Cruz realiza esa obra de purificación y de aniquilamiento que prepara al hombre para resucitar con Cristo.
Padre Gabriel de santa María Magdalena