Causa consternación, que no sorpresa, la profanación eucarística “celebrada” en Alemania este pasado fin de semana: con el aval y aprobación de las altas jerarquías episcopales en aquella nación se han oficiado Misas donde se ha dado la comunión a todos (católicos, protestantes, fieles de otros credos….etc).
Y decimos que no sorprende porque, parafraseando el refranero sabio del pueblo, “de aquellos barros estos lodos”. Esta profanación NO surge de la nada; no es algo novedoso e ideado de repente. Sencillamente es la consecuencia lógica (en lo racional y en lo teológico) de todo lo vivido con anterioridad desde hace muchos años. Profanación que, dicho sea de paso, no es más que una de tantas, por cuanto, como todo aquel que no quiera cegarse voluntariamente sabe, la profanación de la Eucaristía es hoy día mayoritaria (comuniones con todo tipo de pecados mortales, comunión en la mano…). En una iglesia en la que se ha institucionalizado la profanación eucarística permitiendo a los adúlteros recibir la comunión sin arrepentirse de sus pecados ¿por qué no podría comulgar cualquier otro sea protestante o no?
Por sólo señalar algunos de los lodos:
1- El decreto “Unitatis Reintegratio” sobre el ecumenismo en el concilio Vaticano II (1964), con su ambigüedad práctica
2- El “Novus Ordo” que reforma el rito de la Santa Misa con objeto de acercarse más a los protestantes (1970), un rito elaborado con la participación de observadores protestantes y que tras cincuenta años ha borrado casi por completo de entre los católicos la creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía y en la Santa Misa como Sacrificio propiciatorio e impetratorio, quedando reducida a un mero memorial festivo… a lo protestante.
3- Los encuentros ecuménicos iniciados en 1986 por Juan Pablo II y continuados por Benedicto XVI con un continuo mensaje de que tanto protestantes como católicos pertenecemos a una supuesta misma “iglesia de Cristo”.
4- La declaración conjunta firmada en 1999 entre católicos y protestantes en Augsburgo (Alemania)
5- La “celebración” en 2017 de la reforma protestante en Suecia junto al signo visible de la estatua de Lutero en Roma.
Se podrían señalar muchos más eventos pero con solo estos cinco es suficiente como para concluir que lo sucedido en Alemania este fin de semana no es ni más ni menos que el efecto natural de una dinámica interna en la Iglesia de vaciamiento doctrinal. Por tanto la solución no radica en condenar lo sucedido sino, esencialmente, en desandar lo mal andado desde hace, al menos, 60 años.