Algunas reflexión rápidas e incompletas hilvanadas con el correr de las horas:
1. ¿Qué pasó?
Con la publicación de Traditionis custodes hemos visto al Bergoglio más cruel y malvado de los últimos tiempos; el Bergoglio que los argentinos conocimos muy bien como arzobispo de Buenos Aires. Nadie, creo yo, imaginaba que su motu proprio podía contener tanta saña y tanto odio. Odio a sus enemigos y odio a la fe católica. Bergoglio no se ha contentado con romper algunos cristales en una noche de noviembre; Bergoglio ha decretado el exterminio de los fieles tradicionalistas. Es la Solución Final, pues todo en el documento apunta a que estos fieles mueran de inanición y no puedan reproducirse. Deja un tendal de víctimas; católicos heridos y apaleados, justo cuando la Iglesia se está desmoronando y la mayor parte de los que se consideran católicos —clero y fieles— no son más que zombis, muertos que se creen vivos.
Así como Benedicto XVI había dicho refiriéndose a los fieles amantes de la tradición que “todos tenían un lugar en la Iglesia”, Francisco acaba de decir que ya no lo tienen. No hay ya lugar para nosotros en la iglesia francisquista, pero sí hay lugar y arrumacos para los adúlteros, los homosexuales y los herejes de distinto pelaje. Y esto no es un retruécano o una chicana: es una realidad, y negarlo es negar la evidencia.
El experimento del Papa Benedicto XVI de la “hermenéutica de la continuidad” fracasó rotundamente, y el motu proprio de Francisco ha sido su lápida. Es que la lectura de Traditionis custodes lo dice con todas las letras: la lex orandi de la iglesia actual —y se refiere a la iglesia del Vaticano II—, es el novus ordo. La misa tradicional, por tanto, corresponde a la lex orandi de una Iglesia que ya no existe. Es lógico, entonces, que los fieles que pretende seguir con esa liturgia no tengan lugar en la nueva iglesia. Estoy siguiendo un razonamiento llano, y no acudiendo a suposiciones. Esta es la realidad terrible con la que nos enfrentamos; la expresión más refinada del rupturismo de la Escuela de Bolonia, la que ha sido ahora canonizada. Giuseppe Alberigo estará de parabienes en el lugar donde se encuentre.
Por eso, y como tantas veces dijimos en este blog desde sus inicios hace más de quince años, el problema es el Vaticano II. Es lo que con claridad y valentía ha dicho en los últimos tiempos el arzobispo Viganó. Aquí no se trata de emparchar documentos confusos o de suavizar aristas, y tampoco de apelar a hermenéuticas de dudosa eficacia. El Concilio Vaticano significó una ruptura con la Tradición de la Iglesia católica. No sé cuál es la solución, pero urge que aparezca alguna porque la iglesia “oficial” se está viniendo a pique. De eso no cabe duda alguna.
¿Qué pasará?
No soy adivino ni vidente, pero se pueden hacer algunas conjeturas. Y partamos de un dato que nos beneficia: Bergoglio publicó su motu proprio en su momento de mayor debilidad (no puedo explicarme por qué motivo espero casi nueve años para hacerlo); ya lo decía Sandro Magister hace pocos días: el Papa está solo; lo han abandonado hasta sus amigos. Las estancias de Santa Marta huelen a muerto; Bergoglio es un hombre débil y moribundo. Otro hubiese sido el cantar si el documento salía a uno o dos años de su elección, cuando estaba en el apogeo de su fama y tenía crédito en la Iglesia y en el mundo.
Esta debilidad puede provocar la rebelión más o menos agresiva de muchos. Es un signo alentador, por ejemplo, las declaraciones del arzobispo de Los Ángeles o las reflexiones de un sacerdote toledano, y me consta además, que muchísimos sacerdotes de a pie, que no son precisamente tradicionalistas, están furiosos. Bergoglio ya hizo demasiadas maldades; buena parte de los católicos ya perdieron la paciencia, y será mucho más fácil la rebelión. No son los años de Pablo VI cuando todos bajaron mansamente la cabeza y aceptaron la imposición de Bugnini.
Pero aunque espero alguna resistencia aquí y allá por parte del clero, no me ilusiono. Los obispos sobre todo, y también la mayor parte de los curas son cobardes, y aunque no estén de acuerdo, no harán nada. Me han comentado que en una diócesis argentina, a menos de dos horas de publicado el documento, los sacerdotes responsables anunciaban a sus fieles que la misa tradicional se suspendía hasta recibir las autorizaciones correspondientes.
En países latinos como España, Argentina y otros muchos, me temo que las pocas misas Summorum Pontificum que existían serán acotadas y no se darán nuevas autorizaciones. En otros países, como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, donde la liturgia tradicional está mucho más viva y presente, estimo que las cosas seguirán como hasta ahora. Utilizarán el principio hispánico de “Se acata pero no se cumple”, porque muchos obispos no dejarán a decenas de miles de fieles en la calle de un día para otro, y otros muchos no cumplirán porque los únicos fieles en serio que tienen en sus diócesis son los que asisten a la liturgia tradicional, y limitarlos, sería quedarse literalmente sin fieles y sin sacerdotes.
En lo inmediato, quienes llevarán la peor parte serán los institutos fundados al amparo de la desaparecida Comisión Ecclesia Dei y que ahora pasan a la supervisión de la Congregación de Religiosos, quedando en manos del cardenal Braz de Aviz que debe estar ya relamiéndose la boca. No sería raro que en septiembre u octubre, pasadas las vacaciones europeas, comiencen a anunciarse las primeras visitas apostólicas a los seminarios de la Fraternidad San Pedro, del Instituto Cristo Rey, del Instituto del Buen Pastor y de otros similares. Y ya sabemos cómo terminarán esas visitas: en pocos meses, los seminarios serán cerrados y a los seminaristas se les ofrecerá internarse en campos de concentración diseñados para su reeducación en la lex orandi de la nueva iglesia. Lo único que podría salvarlos, quizás, sería una pronta muerte Bergoglio.
En cuanto a los fieles, creo que cada uno se salvará como pueda de acuerdo sus circunstancias. En muchos casos, las misas serán autorizadas por los obispos y seguirán celebrándose; en otros, acudirán a las misas de la FSSPX, que son los grandes ganadores de esta situación. Otros, acudirán a los ritos orientales, católicos u ortodoxos, y otros volverán a las misas novus ordo, tratando de buscar la más potable que puedan encontrar en los lugares donde habitan.
¿Qué hacer?
El consejo más sabio que se me ocurre es el que ha dado la página Rorate Coeli: Keep calm and go to the Latin mass. Y cito:
Sacerdotes: Continúen. No cambien nada con respecto a las misas tradicionales en latín que están celebrando, excepto para celebrar aún más misas.
Obispos: Continúen. No sientan la necesidad de inventar problemas en vuestra diócesis donde no los hay. ¿Se están ofreciendo misas tradicionales en latín por parte de buenos y santos sacerdotes a los laicos católicos sedientos de sacramentos tradicionales? ¿Es esto un problema? Si ofrecer un sacrificio reverente —cuerpo, sangre, alma y divinidad— es un problema, en ese caso no podemos ayudarle. Pero si los católicos de su diócesis están siendo alimentados y nutridos a través de los libros de 1962, entonces, por favor, fomente aún más esta situación. El resto de la Iglesia se está muriendo rápidamente. ¿Por qué cortar el único miembro sano? No esperamos necesariamente que hablen en contra del Papa actual; pero tampoco tienen que salir a los caminos de sus diócesis para abofetear a los católicos tradicionales. Somos sus ovejas, tanto como otros que actualmente matan bebés y reciben la comunión.
En cuanto a nosotros los laicos, creo que el principio universal a aplicar debe ser “Fuego a discreción”, según la capacidad y prudencia de cada uno. La estrategia que promovíamos desde este blog seguía el principio siempre vivo en la curia vaticana: hacernos los muertos para que no nos maten. Era el caso del funcionario soviético al que amenazaban con matar a su familia si se atrevía a hacer algo contra el régimen y, por lo tanto, callaba. Ahora, el Papa Francisco asesinó a toda la familia; ya no hay motivos para apaciguar las olas o para pedir recato o mesura. Si hasta ahora tiramos una pachamama al Tíber, creo llegada la hora de tirar otras al Rin, al Ebro y al Paraná; de apoyar todas las iniciativas de resistencias que surjan. Por ejemplo, la iniciativa de la asociación Juventus Traditionis de acudir a Roma para la décima peregrinación Summorum Pontificum a fin de defender la misa, y quienes no puedan ir para manifestarse en la Plaza de San Pedro, siempre podrán hacerlo frente a las iglesias catedrales de cada diócesis: “Devuélvannos la misa”.
En otros casos, se tratará de sostener moral, emocional y hasta económicamente a los sacerdotes fieles que decidan seguir celebrando la liturgia de siempre en la Iglesia de siempre, y que serán perseguidos por sus obispos.
En fin, que no me parece a mi que, por el momento, puedan diseñarse estrategias colectivas. Por ahora, sólo hay una: oponerse al vengativo y detestable jesuita porteño elegido Papa el malhadado día del 13 de marzo de 2013.
The Wanderer
Apostilla: Una vez más, vale la pena recordar que el motu proprio de Bergoglio habría sido imposible sin la exagerada exaltación del papado romano de la que hablamos hace pocos días. A ningún papa anterior al siglo XX se le habría ocurrido abrogar, literalmente, la tradición litúrgica de la Iglesia. Eran los custodios de la tradición y no sus dueños. Pero Pío IX les enseño que ellos eran la tradición: Io sono la tradizione.