Su Santidad no puede estar muy satisfecho con la respuesta generalizada a su sorpresivo motu proprio Traditionis custodes. No me refiero a la reacción dolorida y a veces airada de los adeptos a la Misa Tradicional, sino a la fría acogida de una mayoría de los obispos.
El impacto de Summorum pontificum y su liberalización de la llamada Forma Extraordinaria fue, hay que reconocer, más bien marginal en el mundo católico salvo en tres países: Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En ellos proliferaron las parroquias que ofrecen misas en el viejo rito, con un éxito creciente, sobre todo en el sector de la población que menos esperaba y al que nunca se refiere Francisco: los jóvenes.
Y es precisamente en estos países donde los obispos, en quienes ahora se deposita la facultad exclusiva de seguir permitiendo o prohibir el rito que tanto molesta a los renovadores, parecen haber optado por la cautela y la permisividad, manteniendo en la mayoría de los casos las cosas como están. Es significativo que las grandes excepciones de las que hemos informado aquí, la del obispo portorriqueño de Mayagüez, y la de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, se refieren a lugares que no contaba con Misas Tradicionales, o en las que eran muy marginales.
No es que los obispos se hayan vuelto tradicionalistas de repente, lejos de ello. Siguen siendo los mismos vendedores de conversiones ecológicas y escuchas atentas, tan LGTB-friendly como se quiera. Es, sencillamente, que el Summorum pontificum trajo la paz litúrgica a sus diócesis y no ven razón alguna para reiniciar una guerra sin sentido. No comparten, en fin, la visión del Santo Padre sobre la peligrosidad inminente de los tradicionalistas, y prefieren la fiesta en paz.
Los franceses han dado una respuesta conjunta, llena de sutileza y buenas palabras pero inequívoca en su mensaje de fondo: Gracias, no, gracias. Estamos bien como estamos, y los ‘tradis’ representan en nuestras diócesis el elemento más vivo, con más potencial de crecimiento: no les vamos a empujar a las catacumbas.
En Estados Unidos e Inglaterra ha sido más individual, obispo por obispo, una nutrida parte de ellos anunciando de inmediato a sus fieles que, por ahora, las cosas van a seguir como hasta la fecha, con las Misas previstas. Ese “por ahora” hace temer a muchos, pero es improbable que a corto y medio plazo muchos quieran iniciar una guerra de ritos.
Algunos han sido sucintos, con meros anuncios de continuidad para tranquilizar a su rebaño. Pero otros, como el arzobispo de San Francisco Salvatore Cordileone que, haciendo honor a su apellido (corazón de león, en italiano), se ha explayado un tanto en su aviso. “La Misa es un milagro en cualquier forma: Cristo viene a nosotros, en la carne bajo la apariencia de Pan y Vino. La unidad en Cristo es lo que importa. Por tanto, la Misa Tradicional seguirá estando aquí en la Archidiócesis de San Francisco a disposición de los fieles en respuesta a sus legítimas necesidades y deseos”.
Por lo demás, las diócesis más refractarias al viejo rito tienen poco que reprimir: pese a la presunta libertad de Summorum pontificum, un obispo dispone de mil maneras para disuadir a sus sacerdotes de que oficien en la Forma Extraordinaria, de modo que en sus territorios apenas existían tales misas.
Todo esto parece indicar que el Santo Padre ha gastado un montón de pólvora en falso, llamando la atención sobre una obsesión personal que no destaca por su capacidad de diálogo o misericordia, y no ha logrado, en principio, su propósito: los obispos más deseosos de reprimir la Misa Tradicional no tienen Misas Tradicionales en sus diócesis, y los que sí la tienen, por ‘renovador’ que sea su estilo, no están por la labor de ‘hacer lío’.
En cuanto al miedo a las represalias o el deseo de promoción, parecen haberse difuminado. Quizá estén molestos con el lenguaje innecesariamente duro del motu proprio, o calculen que es mejor correr el riesgo de frustrar las intenciones del Santo Padre que quedarse sin fieles, o esperan que, al ser tantos, Francisco no pueda con todos.
Pero también haya otra posibilidad, de la que hablaremos en otra ocasión.
Carlos Esteban