Duración 18 minutos
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Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
Se desprecian las enseñanzas de los padres, se ignoran las tradiciones apostólicas y las iglesias están llenas de las invenciones de los innovadores. Los pastores han sido cazados y en su lugar traen lobos rapaces para despedazar el rebaño de Cristo. Los lugares de oración son abandonados por los que allí se reunieron, los páramos están llenos de gente que llora. Los ancianos se quejan al comparar el pasado con el presente; Los jóvenes son aún más dignos de lástima porque ni siquiera saben lo que se les ha quitado. ( Epístula 9: 2)
Ya no sabemos casi literalmente nada sobre la Revolución y los años previos a la Revolución. Cada documento ha sido destruido o falsificado, cada libro ha sido reescrito, cada pintura ha sido repintada, cada estatua, calle y edificio ha sido renombrado, cada fecha ha sido alterada. [2]
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«¿Desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo».
«Los Diez Mandamientos son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos».
El papa Francisco no deja de escandalizar a los laicos, los sacerdotes fieles y todo el mundo secular (al fin y al cabo, el cargo le proporciona jurisdicción universal sobre todos ellos). Su más reciente y escandaloso ataque a la Misa Tradicional por medio de Traditionis custodes ha llevado a muchos católicos tradicionales a poner en tela de juicio el dogma de la infalibilidad del Papa. ¿En qué consiste esa infalibilidad? ¿Qué es lo que protege la infalibilidad? ¿Puede un papa proclamar una herejía? Todas estas preguntas están en este momento en boca de gran cantidad de católicos. Desgraciadamente, esta confusión no tiene nada de nuevo, porque el beato Pío IX mismo reconoció poco después de la proclamación del dogma que éste no se entendía bien.
« [La infalibilidad pontificia] es una cuestión cuyo verdadera sentido no entienden bien todos los hombres, y menos aún los laicos.»[1]
Debido a esta confusión, muchos se están viendo tentados a rechazar de plano el dogma mencionado y pensando en apostatar y pasarse a la Iglesia Ortodoxa, mientras otros exageran la infalibilidad más allá de sus verdaderos límites tentados a caer en la papolatría o el sedevacantismo (perdón por repetirme). Es imprescindible que en un ambiente así los católicos tengan clara la verdadera naturaleza del dogma, con todo su alcance y sus límites.
El dogma de la infalibilidad pontificia fue definido el 18 de julio de 1870 en el Concilio Vaticano I, si bien la Iglesia lo creía desde el tiempo de los Apóstoles. Este dogma sostiene que Dios garantiza que el Romano Pontífice no enseñará jamás un error cuando se exprese en unas condiciones determinadas. Pastor Aeternus, el documento que definió el dogma, establece claramente las circunstancias concretas en el que el Papa se expresa de modo infalible. En el nº9 declara:
«Enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.»
Demuestra que son necesarias tres condiciones para que una declaración sea infalible:
1. Que el Sumo Pontífice se exprese como pastor supremo de la Iglesia (o sea, como papa).
2. Que defina una verdad relativa a la fe o las costumbres.
3. Que la haga vinculante para todos los fieles (es decir, todos los cristianos bautizados).
Esta tercera condición es la que tantísimos católicos han entendido en gran medida mal. El Papa sólo está salvaguardado por la infalibilidad cuando formula una declaración que todos los cristianos bautizados están obligados a creer si quieren salvarse.
Determinación de los límites de la infalibilidad
En respuesta a la confusión reinante en torno a la infalibilidad de la que habló Pío IX, monseñor Fessler, secretario del Concilio Vaticano I, intentó definir claramente qué es y qué no es infalibilidad. No sólo eso; trató de contrarrestar los crecientes ataques contra el recién definido dogma que proliferaron durante la segunda mitad del siglo XIX. Al haber participado tan de lleno en la definición del dogma, el obispo Fessler entendía mejor que nadie el asunto y podía hablar con mucha autoridad. En 1871 publicó un libro titulado The True and False Infallibility of the Popes,en el que explicó cumplidamente el alcance y límites de infalibilidad pontificia y refutó uno por uno los trillados argumentos que cada día se arrojaban contra ella. La finalidad principal de la obra era rebatir las objeciones compiladas por el Dr. Schulte, catedrático de derecho canónico de la Universidad de Praga y uno de los más acerbos críticos de del Papa desde el Concilio Vaticano I. La obra de monseñor Fessler expone con gran autoridad la cuestión, pues fue aprobada por el beato Pío IX, que afirmó que el libro exponía con bastante lucidez la verdadera definición del dogma.
Monseñor Fessler define la infalibilidad del Papa conforme a las condiciones arriba señaladas:
«Por nuestra parte, observamos que la opinión de los teólogos católicos es que hay dos notas que distinguen a un pronunciamiento ex cathedra; no sólo eso: ambas notas tienen que darse a la vez. Es decir, que (1) el objeto o tema a decidir tiene que ser una cuestión de fe y costumbres; y (2) es preciso que el Sumo Pontífice exprese, en virtud de su suprema autoridad doctrinal, su intención de declarar que esa doctrina concreta en materia de fe y moral es parte integral de la verdad necesaria para la salvación revelada por Dios; y para que sea tenida como tal por toda la Iglesia Católica,[2] debe publicarla y darle una definición formal. Estas dos notas tienen que darse a la vez».[3]
Si nos fijamos en las indudablemente heréticas doctrinas de Francisco con respecto a muchas cuestiones, desde la salvación de ateos empecinados hasta la de afirmar que el proselitismo es pecado, en ningún momento ha declarado que una de sus doctrinas heréticas sea parte integral de la verdad necesaria para la salvación. Ello obedece a que el dogma de la infalibilidad se lo impide.
Cuando Fessler definió la infalibilidad, definió asimismo lo que no es la infalibilidad:
(2) Ciertamente un acto pontificio no es una definición ex cathedra.
(3) No todo lo que han afirmado los papas en su vida diaria o en libros de su autoría, o en cartas ordinarias, son definiciones dogmáticas ni ex cathedra.
(4) Lo que diga un pontífice, ya sea a una persona en particular o a toda la Iglesia, incluso en un rescripto solemne, en virtud de su suprema jurisdicción al promulgar leyes disciplinarias, decretos judiciales y sentencias penales, así como en actos de gobierno eclesiástico, no constituye una declaración dogmática infalible o ex cathedra.
(6) Es más, si cuando nos encontramos ante una auténtica definición dogmática de un pontífice, sólo debemos considerar y aceptar como ex cathedra aquella parte que esté expresamente calificada de definición; no se debe incluir nada que se mencione de modo accesorio.[4]
Habida cuenta de cuánto le gusta al pontífice actual la teología de altos vuelos (aeronáuticos, se entiende), esta afirmación tiene mucho peso. Las declaraciones (supuestamente) improvisadas que hace en conferencias de prensa, entrevistas y demás no se pueden considerar en modo alguno doctrina infalible de la Iglesia, sino meras opiniones falibles de un hombre que puede fallar mucho. Y aun cuando se dirige a toda la Iglesia, sólo sería infalible en la medida en que vinculara a los fieles a una verdad moral o teológica necesaria para la salvación, cosa que el papa Francisco no ha hecho en su vida. En realidad, la sola idea de vincular a los fieles a una creencia cualquiera es la antítesis del relativismo y el liberalismo del ideal modernista.
Sedevacantismo
Al estilo de los buitres, los sedevacantistas dan vueltas en círculo alrededor de los animales enfermos. Hacen presa en los católicos debilitados por las herejías y tremendas imprudencias de nuestro pontífice. Paradójicamente, caen en el mismo error que los liberales papólatras a los que tan ruidosamente se oponen. Unos y otros inflan el dogma de la infalibilidad papal por encima de sus verdaderos límites, es decir, los que fijó monseñor Fessler. Sostienen que toda afirmación que hace el Romano Pontífice desde su cátedra de maestro supremo está salvaguardada por el dogma de la infalibilidad, y que por consiguiente cuando un papa enseña una herejía eso es señal infalible de que no es el verdadero papa. Afirman que ningún hereje puede ser elegido al solio pontificio, e invocan la bula Cum ex apostolatus officio de Paulo IV como doctrina infalible a este respecto. Cierto es que dicha bula prohíbe que los herejes ejerzan el cargo de papa; ahora bien, no se trata de una definición de doctrina, sino de una norma disciplinaria. Mucho antes de que llegase a pensarse siquiera en la posibilidad del sedevacantismo, el obispo Fessler ya habló de esa tesis:
«Está fuera de toda duda para nosotros que esta bula no es una definición en materia de fe y costumbres ni una declaración ex cathedra. Se trata simplemente de un decreto de la suprema autoridad del Papa como legislador, con el que hizo uso de su autoridad punitiva; no de su autoridad como supremo maestro (...) Es indudable que Pablo IV considera la posibilidad (por improbable que sea) de que quien mantiene con pertinacia una doctrina herética puede ser elegido papa, así como de que una vez que haya ascendido al trono pontificio pueda seguir sosteniendo doctrinas heterodoxas, y hasta podría ser que las expresara en una conversación con otras personas. Pero no que llegase a enseñar a toda la Iglesia esa doctrina herética como expresión de su suprema autoridad docente (ex cathedra). Con su especial asistencia, Dios impide que el Papa y la Iglesia hagan declaraciones así».[5]
El mismo documento que invocan los sedevacantistas en apoyo de su premisa de que ningún hereje puede ser papa prevé en sus propias palabras la posibilidad de que tal cosa ocurra y socava con ello su propio argumento. De estar aún en vigor Cum ex apostulatus officio, evitaría que un hereje llegara a ser elegido pontífice; sin embargo, el Código de Derecho Canónico de 1917 abrogó la ley anterior sin dejar ninguna disposición equivalente.
El gran peligro del sedevacantismo está en que al exagerar erróneamente la infalibilidad pontificia intranquiliza las almas. En su libro, Fessler censura esa misma actitud:
«Si presenta un rescripto pontificio, que entra dentro de la legislación reversible o son meros actos de gobierno, como definición pontificia en materia de fe y costumbres, o bien si a partir del repertorio de auténticas definiciones dogmáticas de los papas saca alguna observación secundaria, dicha de pasada, afirmando que es ex cathedra, conduce al error a sus lectores; suscita innecesariamente sospechas de los gobernantes y los pone en contra de la doctrina católica declarada por el Concilio del Vaticano; por último, de forma consciente o inconsciente (sólo Dios sabe de cuál de las dos maneras) genera grandes prejuicios la Iglesia Católica».[6]
Herejías pontificias
Aparte de los últimos pontificados, al menos tres veces en la historia de la Iglesia se ha dado el caso de que un pontífice exprese una herejía. A pesar del escándalo que constituyó para la Iglesia, en modo alguno anuló o desacreditó el dogma de la infalibilidad. Durante la crisis arriana del siglo IV, el papa Liberio firmó la fórmula de Sirmio, que afirmaba que Dios Padre era mayor que Dios Hijo, tremenda blasfemia contra la Santísima Trinidad, conocida después como la blasfemia de Sirmio.[7] En el siglo VII, Honorio I afirmó que la herejía monotelista, por que fue condenado no por uno, sino por tres concilios ecuménicos.[8] Y en el siglo XIV, Juan XXII enseñó que las almas de los fieles difuntos no alcanzarían la visión beatífica hasta después del juicio final, creencia anatemizada por Benedicto XII.[9]
Entonces, ¿cómo es que esta realidad indiscutible de que ha habido papas que han enseñado herejías no desacredita el dogma de la infalibilidad? La explicación está en que ninguno de ellos enseñó esas herejías ex cathedra. Esos pontífices heterodoxos hablaban de cuestiones de fe, y Liberio hasta refrendó con su firma la blasfemia de Sirmio mientras ejercía como papa, pero ninguno de ellos hizo vinculante para los fieles su herética doctrina como creencia necesaria para salvarse.
Dicho de otra manera: a sus declaraciones heréticas les faltó la última condición para ser definiciones infalibles ex cathedra. Del mismo modo, el papa Francisco en sus innumerables afirmaciones y decretos heréticos y vergonzosos, desde afirmar de buenas a primeras que el proselitismo es pecado, pasando por sus encíclicas Amoris laetitia y Fratelli tutti hasta llegar a Traditionis custodes, no ha hecho sus doctrinas heréticas vinculantes para los fieles con miras a la salvación.
Es más, un papa jamás puede obligar a los fieles a creer una doctrina herética como necesaria para la salvación, ya que Cristo precisamente prometió a su Iglesia que las puertas del Infierno no prevalecerían contra Ella. De eso mismo nos protege precisamente el dogma de la infalibilidad papal. Por las virtudes teológicas de Fe, Esperanza y Caridad, sabemos que Dios no permitirá que ningún papa enseñe una doctrina herética ex cathedra, por muchas herejías que arroje por su sucia boca. Así como un demonio, por mucho que se esfuerce, no puede resistir lo que le ordena un alter Christus durante un exorcismo, tampoco puede un papa resistir la promesa de infalibilidad asociada a su cátedra por mucha malicia o debilidad que tenga.
Al papa Francisco tenemos que resistirlo en su último y vergonzoso ataque a la Iglesia Católica. Recordemos la fiel resistencia del obispo Roberto Grosseteste a Inocencia IV:
«No es posible, pues, que la Sede Apostólica, a la que Cristo mismo le confirió autoridad para edificar y no destruir, promulgue un precepto tan odioso y perjudicial para la raza humana como éste. Si no, sería degeneración, corrupción y abuso de la más santa y plenaria autoridad. Nadie sujeto y fiel a la mencionada Sede con inmaculada y sincera obediencia que no esté apartado cismáticamente el Cuerpo de Cristo y dicha Sede puede obedecer órdenes y preceptos como éste; así lo promulgara el más elevado coro de los ángeles, está obligado a rebelarse y oponerse con todas sus fuerzas».[10]
Cobremos ánimo recordando que Cristo ya ganó la batalla en el Calvario y que los furiosos asaltos del Diablo son los inútiles esfuerzos de quien se niega a reconocer la derrota.
«Y Pedro saliendo de la barca, y andando sobre las aguas, caminó hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, se amedrentó, y como comenzase a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al punto Jesús tendió la mano, y asió de él diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”»[11]
Cuando nos azoten los vientos del presente pontificado y nos escandalicen nuestros pastores; cuando vacile nuestra fe, recordemos que Jesucristo es dueño de la situación; alarguémosle la mano, como San Pedro.
Michael Massey
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[1] Pope Pius IX, Breve al obispo Fessler, 27 de abril de 1871.
[2] En este caso la segunda condición de Fessler se puede subdividir en la 2ª y 3ª como outlined antes.
[3] Fessler, The True and False Infallibility of the Popes, p. 65.
[4] Íbid, p. 89.
[5] Íbid, pp. 89-90.
[6] Íbid, p. 68-69.
[7] V. San. Hilario, Contra Valente y Ursacio libro II Ch. VII; y Sozomeno, Hist. Eccl., lib. IV, cap. XV.
[8] V. Hefele, A History of Christian Councils Vol. V, p. 182.
[9] V. la constitución Benedictus Deus.
[10] Stevenson, Francis Seymour. Robert Grosseteste: Bishop of Lincoln, p. 309-310.
[11] Mateo 14, 29-31.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)