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sábado, 14 de agosto de 2021

Athanasius Schneider: «La situación actual es muy similar a la opresión comunista»



(Valeurs Actuelles)- Contra la cultura de la nada, hay que desarrollar una cultura del sentido común, afirma el obispo auxiliar de la archidiócesis católica de Astana, en Kazajistán.

Nacido en 1961 en Kirguistán bajo el dominio soviético y nombrado obispo por Benedicto XVI en 2005, mons. Athanasius Schneider es secretario general de la Conferencia Episcopal de Kazajistán. En su libro Christus vincit, ofrece un análisis incisivo de las controversias que agitan actualmente a la Iglesia: laicismo, islam, límites del poder pontificio, crisis doctrinal. Un hermoso consuelo, lleno de claridad y esperanza, para los católicos que sufren. Esta entrevista se realizó antes de la publicación de Traditionis custodes del papa Francisco.

Excelencia, su libro lleva el subtítulo El triunfo de Cristo sobre la oscuridad de la época. ¿No es un sinsentido hablar de victoria de Cristo cuando el cristianismo parece que está desapareciendo? El mensaje de la Iglesia parece hoy más débil que nunca…

Su pregunta nos remite a la naturaleza misma del mensaje de Cristo. Si el cristianismo fuera una institución humana, usted tendría razón y sería un sinsentido. Pero como obispo católico, estoy llamado a testimoniar el origen divino de la Iglesia. Los bautizados de todo tipo saben, con la certeza de la fe, que Cristo encarna la victoria, incluso en la situación presente de confusión general. En medio de esta oscuridad, debemos renovar nuestra confianza en el Señor que ha «vencido al mundo» (Juan 16,33). En numerosas ocasiones, en la historia de la humanidad, Cristo ha utilizado medios sencillos para permitir estas victorias. En la Biblia, el triunfo de David contra Goliat representa uno de los pasajes más célebres de las Escrituras: nos dice que nada es imposible para Dios. En vuestro país, la figura de Juana de Arco representa precisamente esto: ante un poder corrupto, fue condenada y quemada viva. Desde el punto de vista humano entonces pareció que ella había perdido. Pero ahora es la gran gloria de Francia, más allá incluso de las filas de los bautizados. Es así como Dios confunde a menudo a los soberbios, a los que son prisioneros de sus enfoques terrestres. Para Carlos de Foucauld, «la Iglesia es una aparente derrota en una perpetua victoria». Dios utiliza a menudo instrumentos sencillos, en apariencia frágiles, para que su mensaje sea victorioso. Actualmente, no hay razón para que no recurra a los mismos métodos. Creo que la victoria de Cristo pasa precisamente, hoy en día, por los «pequeños» y los «humildes» de la Iglesia, los que no forman parte del establishment o de sus estructuras administrativas. Las familias valientes, los jóvenes con sed de verdad y claridad son, en mi opinión, signos que poco a poco llevan adelante la victoria de Cristo en medio de la oscuridad de nuestro tiempo.

Usted habla de «oscuridad de nuestro tiempo». ¿Cuál es esta oscuridad en su opinión?

Desde el Renacimiento asistimos a un proceso lento que se aceleró con los filósofos de la Ilustración. La modernidad quiso eliminar a Dios de la sociedad para sustituirlo por el hombre, al que ha querido situar en el centro de todo. Ante todo, se trataba de relegar a Dios a la esfera privada antes de arrancar del hombre, poco a poco, su deseo de Dios. La idea misma de transcendencia tiende a desaparecer. Ahora bien, si la humanidad elimina a Dios, que es la luz del mundo, entonces es inevitable que aparezca la oscuridad. La fe transmitida por Cristo y comunicada por la Tradición de la Iglesia es la luz del mundo. Es el único y verdadero camino divino que lleva a la verdad. Esta manera de comprender la realidad garantiza un ecosistema total de civilización. Por desgracia, la oscuridad aumenta visiblemente allí donde los hombres -incluidos algunos hombres de Iglesia- han dejado de lado a Cristo y a la coherencia del Decálogo que le acompaña. Cristo es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre», escribió el evangelista (Juan 1,9).

Este antropocentrismo radical representa, en mi opinión, la raíz más profunda de la oscuridad actual. Al dejar de lado «Tú adorarás a un solo Dios»; al sentir la naturaleza el terror del vacío, el hombre moderno ha acabado multiplicando los ídolos. El relativismo ha engendrado una mentalidad de supermercado en lo que atañe a la religión porque considera que todas las creencias son equivalentes. El materialismo ateo, consecuencia directa del comunismo, deifica el cuerpo, el bienestar, las aficiones o el amor por el confort. El antropocentrismo radical destroza otro mandamiento del Decálogo: «No matarás». Como afirmó con fuerza el papa Juan Pablo II, el aborto sigue siendo un tema dramático para nuestro mundo, convierte al hombre en enemigo del ser más débil e indefenso. Cuando vemos que ciertas especies de animales están más protegidas que el embrión humano, ¡cómo no considerarlo grotesco!

Por último, el sexto mandamiento, que protege el amor, el matrimonio, la familia, sufre especialmente de esta horizontalidad moderna. La banalización del divorcio y del amor libre, la ideología de género y de los lobbies LGBT buscan eliminar totalmente la noción misma de familia tradicional tal como Dios la creó: un hombre, una mujer y los hijos. Atacar la célula fundamental de la sociedad demuestra un nuevo paganismo en el que el hombre se rebela contra Dios y contra él mismo. Los cristianos deben aportar más que nunca la luz verdadera y negarse a permanecer callados.

Aportar la luz verdadera, ¿no es una misión imposible dado que el cuestionamiento exigido es total o severo? Lo que usted considera que es oscuridad, para nuestros contemporáneos es luz o progreso. ¿No es tarde para conseguir tocar sus inteligencias?

Creo que debemos empezar a aportar la luz del sentido común. Las estructuras de las élites administrativas o internacionales, a menudo desconectadas de la realidad, tienden a hacer perder este «sentido común». Durante mi infancia en la dictadura soviética fui testigo de este vivir contra el sentido común; en ella se te obligaba a convertirte en una marioneta, es decir, un esclavo. Se necesita una alianza entre los hombres de buena voluntad, católicos o no, para restablecer una cultura del sentido común. Un axioma célebre de la teología católica enseña que «la gracia presupone la naturaleza».

Es urgente reiterar el funcionamiento de la naturaleza, del pensamiento, de la lógica, enseñar la belleza y la coherencia de los mandamientos de Dios. Sólo ellos pueden dar sentido a la humanidad, siempre que ésta los acepte y los abrace. Durante un viaje muy largo en tren a lo largo de mi país, tuve ocasión de hablar en profundidad con un kazajo autóctono, un musulmán muy piadoso. Cuando le hice descubrir los diez mandamientos, él supo ver en ellos la sabiduría natural que emanan. Los mandamientos de Dios no representan una obligación, sino una verdadera liberación. El médico que prohíbe el azúcar a un diabético no lo hace por crueldad, sino por su bien. Esta disciplina de vida, como la que reclama el éxito deportivo para ganar la copa, obliga a esforzarse. La paz del alma y de los hombres tiene este precio.

Esforzarse implica valentía. Ahora bien, actualmente el miedo parece dominar el comportamiento de los hombres. El miedo a no gustar, el miedo a la muerte… ¿En qué registro hay que vivir hoy la valentía?

La valentía de la justicia me parece la más importante. La justicia es la virtud que consiste en dar a cada uno lo que le es debido. Es justo el hecho de proteger y defender lo que es bueno. Practicar la valentía en el mundo en el que vivimos nos obliga, concretamente, a no ocultar nuestra fe, nuestros desacuerdos de sentido común en el ambiente de trabajo, la universidad. Esto es vivir «en justicia». Es importante, por ejemplo, negarse a comprometerse con eventos LGBT en el marco de la propia actividad profesional. ¿Las consecuencias podrían ser el despido? Los católicos no deben ser esclavos, sino personas libres e independientes, hasta arriesgarse, si es necesario, a nadar contracorriente. La práctica de la valentía es inherente a la vida del cristiano.

Cuando usted era niño vivió la opresión comunista. ¿Diría usted que ser cristiano hoy en día en un Occidente apóstata exige más valentía que vivir la fe bajo la opresión soviética?

La situación actual es muy similar a la opresión comunista, si bien, hay que dejarlo claro, las modalidades represivas son diferentes. En la época del comunismo, practicar la fe podía significar acabar en la cárcel. El mundo occidental no encierra a los disidentes. Pero el aislamiento o la exclusión social tiene el valor de una cárcel. El espíritu sigue siendo el mismo. Si no te arrodillas delante de los ídolos de la corrección política, estás declarando tu muerte social. Ayer como hoy, la solución sigue siendo la misma: solo la verdad hace libres.

La juventud se desinteresa de la cosa pública (abstenciones récords), le faltan referentes de civilización (se vuelven más salvajes), no le interesa la salvaguarda de su cultura o la cuestión del más allá, muchos jóvenes creen con la convicción de que tener hijos daña al planeta… Ante tal desencanto, ¿qué es lo que más le falta a la juventud actual?

Todos estos elementos son la consecuencia de un gran vacío espiritual y de una cultura líquida. La modernidad está marcada por un egoísmo exacerbado. A falta de una transmisión rigurosa del sentido del deber, la noción de «bien común» es a menudo desconocida para la juventud. Sin embargo, la juventud no es culpable de todo esto, sino víctima. El materialismo vil, la cultura de la nada la han dañado profundamente. El papa Pío XII recordaba que la juventud está hecha para la exigencia y el heroísmo, la aventura, la audacia. Para darle a la juventud la posibilidad de expresar lo mejor de ella misma, es aconsejable darle el gusto por el esfuerzo, recurriendo a los métodos tradicionales para que se curta, como el deporte en equipo o el scoutismo, abriéndola a las virtudes de la admiración a través de los valores de la belleza y la armonía.

Entre los detractores de la modernidad y sus afectos deletéreos encontramos a personalidades como Éric Zemmour, Michel Onfray o Alain Finkielkraut. Aunque no son católicos, sin embargo parece que defienden los ideales del cristianismo con mucha más pertinencia que los propios creyentes. ¿Por qué los cristianos ya no saben dar razón de su fe?

No podemos engañarnos: la enfermedad de la Iglesia en estos últimos años se manifiesta en una suerte de complejo de inferioridad ante las ideas dominantes del mundo. Para no ser perseguida por los medios de comunicación, sobre todo desde el Vaticano II, la mayoría del clero, incluso del episcopado, se niega a levantarse para decir «no» y prefiere abrazar las teorías progresistas del momento.

Dejarse llevar por la corriente siempre ha sido una tentación para los hombres. En mi opinión, es necesario que la Santa Sede lleve a cabo una acción más expresiva que una todas las fuerzas de los hombres de buena voluntad que desean restablecer los valores fundamentales de la humanidad y que están arraigados en la ley natural. Son los que se encuentran en el Decálogo. Es el paso necesario en el trabajo de evangelización de los hombres de hoy. Los hombres que buscan sinceramente la verdad esperan de nosotros, los católicos, este testimonio.

Publicado por el padre Danziec en Valeurs Actuelles.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.