Hace pocos días, el Papa Francisco publicó un nuevo documento en donde restringe resueltamente la celebración de la Misa Tridentina, una de las joyas de tradición católica de Occidente.
Esta reciente medida viene generando una cascada de reacciones en todo el mundo. A las pocas horas, el Arzobispo de San Francisco (EE.UU.) sostuvo que continuará celebrando la Misa Tridentina[1]. Unos días antes, se había filtrado que el Papa tenía pensado limitar la misa tridentina, y Mons. Schneider se anticipó diciendo que eso sería “un abuso de poder”[2]. Entrevistado por Diana Montagna, luego de haberse conocido la medida, Mons. Schneider afirmó que Francisco parece “un pastor que, en lugar de tener olor a sus ovejas, las golpea furiosamente con un palo”[3].
El Padre Francisco José Delgado (sacerdote diocesano licenciado en Filosofía y Teología, párroco de las parroquias Lominchar y Palomeque en Toledo, España) escribió: “El Papa no puede cambiar la Tradición por decreto ni decir que la liturgia posterior al (Concilio) Vaticano II sea la única expresión de la lex orandi en el Rito Romano”. Además, agregaba el sacerdote: “Como eso es falso, la legislación que brota de ese principio es inválida y, de acuerdo con la moral católica no debe ser observada, lo cual no implica desobediencia”. El tuit fue retirado[4]. Sin embargo, su contenido puede leerse aquí[5].
Recientemente, cabe mencionar las declaraciones de Rob Mutsaerts, obispo auxiliar emérito de Hertogenbosch, Holanda: “El Papa Francisco pretende ahora que su motu proprio corresponde a un desarrollo orgánico de la Iglesia, lo que contradice totalmente la realidad. Al hacer prácticamente imposible la Misa en latín, acaba rompiendo con la antigua tradición litúrgica de la Iglesia Católica Romana. La liturgia no es un juguete de los papas; es patrimonio de la Iglesia. La Misa Antigua no se trata de nostalgia o gusto. El Papa debe ser el guardián de la Tradición; el Papa es un jardinero, no un fabricante”[6].
Por qué el ataque a la Misa Tridentina
Muchos católicos consideran como asunto secundario la forma en que se celebra la Misa, y reducen las diferencias entre el rito tradicional y el moderno a una cuestión de idioma o preferencias estéticas. Pero el tema es mucho más complejo. Como enseñan los teólogos, se reza lo que se cree: lex orandi, lex credendi. El rito que se profesa es una forma de lenguaje, al igual que los sonidos que emitimos con la garganta. Por otra parte, los textos de la Misa Tridentina contienen un formidable contenido teológico de enorme profundidad.
Se trata de una rúbrica confeccionada en el marco del Concilio de Trento, a los fines de unificar la pluralidad de ritos existentes y presentar un frente común a la herejía protestante, el principal desafío de la Iglesia Católica en esos momentos. Por ejemplo, en la ciudad de Toledo, España, se celebraba únicamente el rito mozárabe. San Pío V tomó entonces el rito que se celebraba en Roma –el dámaso gregoriano, que databa del siglo IV– y lo universalizó para toda la Iglesia. Sin embargo, mantuvo vigentes los ritos de más de 200 años de antigüedad, y suprimió aquellos cuya vigencia fuese menor a 200 años.
Por este valor simbólico del rito tradicional (solemne declaración de principios, enérgica respuesta a la Reforma Protestante, pieza clave de la tradición católica durante siglos), a partir de los años 60’ y 70’ del siglo XX –época a la que se llama “el posconcilio” por venir luego del Vaticano II (1962-1965)– cardenales, obispos, párrocos y teólogos progresistas persiguieron y hostigaron no sólo a los sacerdotes que celebraban la misa tridentina sino también a los fieles que asistían a ella. Odiaban el rito tradicional porque impulsaban una pseudo teología católica que ya no se definía contra las herejías, y coquetearon tanto con el protestantismo como también con lo más nefasto de la filosofía contemporánea.
La presión de estos jerarcas tuvo lugar a través de la tortura psicológica y moral, forzando a los fieles a secundar órdenes infames bajo el ropaje de “virtud de la obediencia”. En este contexto, suprimir la Misa Tridentina era un objetivo fundamental del proyecto de los progresistas de cambiarle la cara a la Iglesia Católica: por estos motivos criminalizaron el rito surgido al calor de la Contrarreforma. Pocos sectores tradicionalistas conservaron este rito, y a la cabeza de ellos estuvieron los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Mons. Lefebvre el 1 de noviembre de 1970.
Todo esto ocurrió durante el pontificado de Pablo VI y la tendencia fue revertida lentamente con Juan Pablo II y, sobre todo, con Benedicto. Se llegó a tal nivel de persecución que la misa tridentina, al menos de facto, fue suprimida en la casi totalidad de las diócesis. Por estos motivos, en Summorum Pontificum, Benedicto XVI retoma lo que Juan Pablo II había dicho en su Quatuor abhinc annos –donde se permitía la misa tradicional–, además de relanzar las conclusiones de varios cardenales que en 1986 determinaron que el rito tridentino no había sido abolido nunca y que los obispos no pueden prohibir a los sacerdotes que lo celebren. Fue un importante avance que Juan Pablo II estableciera una comisión integrada por estos cardenales (Ratzinger entre ellos), que se dictaminara que el rito aprobado por San Pío V jamás había sido derogado y que tampoco podría serlo.
Más aún, en su Mensaje a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, 21 de septiembre de 2001, Juan Pablo II afirmó: “En el Misal Romano, llamado ‘de S. Pío V’, como en varias liturgias orientales, hay hermosas plegarias con las cuales el sacerdote expresa el sentido más profundo de la humildad y la reverencia ante los misterios sagrados. Estas plegarias revelan la sustancia propia de cualquier liturgia”.
En el prefacio de un libro sobre liturgia, 2004, el entonces cardenal Ratzinger escribió: “El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es la ley; más bien, es el guardián de la Tradición auténtica (…) Su gobierno no es el de un poder arbitrario, sino el de la obediencia en la fe. Por eso, con respecto a la liturgia, tiene la tarea de un jardinero, no la de un técnico que construye nuevas máquinas y tira las viejas a la basura. (…) el rito es un don que se da a la Iglesia, una forma viva de parádosis, la transmisión de la Tradición”[7].
Por eso, con esta medida de Francisco, estamos ante una bofetada no sólo a Benedicto XVI y a Juan Pablo II sino a todos los fieles que lucharon esforzadamente por la misa tradicional durante décadas, como así también a los que asistimos a misa tradicional.
Si es verdad que rezamos lo que creemos, precisamente porque los progresistas no creían lo mismo que se creyó siempre, no querían rezar eso. Porque, además, lalex orandi determinaba la lex credendi y generaba una cierta lex vivendi: una forma de vivir según los ritmos de la liturgia, y todo esto iba conformando una psicología propia del católico tradicional. Además, como en el imaginario público la misa tridentina está asociada al tradicionalismo –calificado despectivamente de integrismo, reacción, fanatismo, etc.– ningún sacerdote progresista deseaba celebrarla: no sea que se “contaminen”.
Un odio que viene de lejos
Lo cierto es que –con este documento, denominado Traditionis Custodes– Francisco reaviva el odio de los progresistas contra la tradición católica, estableciendo “de derecho” un modus operandi que, en la práctica, él ya estaba llevando a cabo en la Iglesia: la obstaculización de la Misa Tridentina.
Como cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio puso numerosas trabas a la aplicación del Sumorum Pontificum: mientras el cardenal –en los papeles– cumplía con el Papa entonces reinante, socavaba sus decisiones en el terreno de los hechos. Dispuso solamente dos parroquias para celebrar el rito tridentino: Nuestra Señora del Carmen, calle Rodríguez Peña esquina Av. Córdoba; y la cripta de la parroquia San Miguel Arcángel, calle Bartolomé Mitre esquina Suipacha, ambas de la Ciudad de Buenos Aires.
En el resto de la diócesis, los párrocos no habilitaron la misa tridentina. Así, por ejemplo, este rito fue prohibido en la parroquia San Pablo Apóstol (barrio de Colegiales), donde se celebró unas semanas.
Por otra parte, el sacerdote Ricardo Dotro –encargado de celebrar en la parroquia San Miguel Arcángel– mortificaba a las personas que comulgaban de rodillas, instaba a los asistentes a realizar los movimientos más rápido, molestaba su concentración, incorporaba al rito tridentino elementos del rito moderno, entre otras acciones. En entrevistas que le hicieron, afirmaba que la autorización dada servía para empujar a los “retrasados” en “el avance de la Iglesia”, y que celebraba la misa por “pura compasión”. Era habitual que se le acercara gente a felicitarlo por celebrar la misa tridentina, pero él les negaba el saludo. A un grupo de laicos le dijo que lo hizo “por obediencia al cardenal” pero que era “una carga insoportable”. Dotro además forzaba a que los laicos leyesen las lecturas, cuando en el rito tridentino corresponde al sacerdote. De todo esto hay testimonios.
Ahora Bergoglio, desde la silla petrina, despliega ya sin disimulo y con ropaje jurídico una conducta que –en realidad– hace años llevaba aplicando.
Esta medida empuja a los fieles tradicionales a asistir al rito Novus Ordo Missae, que en la mayoría de casos –en la Argentina y en el mundo– viene acompañada de infinitos abusos litúrgicos y hasta sacrilegios; al limitarse las misas tridentinas los fieles serán llevados a asistir a las celebraciones en las condiciones en que se vienen realizando.
Se trata, por tanto, de un hostigamiento con olor a oveja, realizado por “el papa de la misericordia”: no son los pajarracos feministas, no son los comunistas de hoz y martillo, no es la izquierda con sus bombos, no son los jacobinos franceses con la guillotina. Es algo mucho peor: es la persecución de vestido blanco, la consumación de un plan trazado contra la liturgia católica que nos remonta cincuenta años en el pasado, manifestando un odio verdaderamente demoníaco.
Por este motivo, aunque el pontificado de Bergoglio sin dudas es anticristiano, el problema litúrgico no empezó en el 2013. Hace más de cinco décadas que se ha vuelto común la arbitrariedad por parte de los jerarcas. Con honrosas excepciones que conocemos y valoramos, los párrocos y los obispos han sido cómplices por acción u omisión. Es un hecho que, por la fuerza, sin derecho y contra el derecho, se quiere suprimir la misa de la tradición católica. Grandes inteligencias, como el padre Leonardo Castellani, fustigaron este despotismo que pinta la idiotez del subordinado como una virtud, y que retrata la resistencia a las medidas injustas como acto de soberbia.
Prohibir la misa tridentina es un clarísimo mensaje –por si faltaba– que no hace falta explicitar, pero que no obstante conviene hacerlo: Francisco está desautorizando la lucha contra la herejía, está atacando lo mejor de Trento, arremetiendo contra la Tradición bajo pretexto de que limita un rito, empuja a los fieles a que asistan al triste, irreverente y patético cambalache en que se ha convertido –en infinidad de casos– la Misa Nueva.
Pachamama sí, Misa Tridentina no
Los grupos de fieles afectos a la liturgia tradicional son de los más vivos de la Iglesia hoy. Por el contrario, los grupos de bautizados progresistas atraviesan largos años de infertilidad. Sin embargo –y en paralelo con el cierre del seminario de San Rafael, Mendoza (Argentina), el más fecundo del país–, el Papa Francisco intenta pisarle la cabeza a los tradicionalistas. Otra vez. Pretende aplastar justamente al grupo que está creciendo. Mientras tanto, con los grupos más estériles de la Iglesia (que rechazan la fe y la tradición católica) se tiene una “paciencia” infinita.
Enfoquemos aquí: miles de sacerdotes y obispos vienen declarando públicamente barbaridades sin que ese comportamiento tenga consecuencias. Un integrante de la Pontificia Academia para la Vida rechaza la Humanae Vitae y la doctrina moral sobre la vida[8], y pretende “reevaluar” la calificación de las relaciones homosexuales[9]; el P. James Martin rechaza el catecismo[10] y es felicitado públicamente por Francisco[11]; los sacerdotes alemanes bendicen lo que Dios reprueba sin consecuencias[12], la mitad de los obispos norteamericanos da la comunión a los políticos abortistas[13].
Los luteranos comulgan en misas católicas[14], los políticos aborteros como Alberto Fernández pueden comulgar[15], pero los tradicionalistas no pueden asistir a la Misa Tridentina. Sobre todo esto que ha pasado, Bergoglio escribe –a modo de justificación– que quienes desean participar en la liturgia antigua crean divisiones. Bergoglio no quiere tradicionalismo en la Iglesia: cualquier otra cosa, sí.
La autoridad, el mando y la justa orden
Esta medida alimentará la confusión ya existente en torno al legítimo ejercicio de la autoridad. Los malos teólogos enseñan que el subordinado sólo debe rehusarse a obedecer órdenes manifiestamente injustas: “le ordeno que mate a ese inocente”; “le ordeno que le robe a tal persona tal cosa”. Sin embargo, una orden teóricamente legítima puede ser ilícita si sus efectos previsibles son nefastos, aunque el objeto de la medida no sea desordenado per se.
Por ejemplo, aunque el obispo tenga formalmente el derecho, puede constituir una medida deshonesta poner su mejor teólogo al frente de una parroquia donde apenas dos personas asisten a misa, en vez de permitirle predicar a cientos de feligreses en otro lugar más concurrido. Cosa que Bergoglio hizo cuando era cardenal, por ejemplo, con el padre Martín Poladian, eximio teólogo que terminó como párroco de una iglesia a la que asistían dos feligreses, luego de haber dado sermones ante varios centenares en la Basílica de San José de Flores, una de las más grandes y bellas de Buenos Aires.
Por parte del subordinado, no existe obligación de obedecer las órdenes que estén fuera de la competencia de la autoridad: el mando que el jefe recibe le viene dado para cumplir con los fines de su misión y quien manda sólo tiene competencia para ordenar en cuanto al cumplimiento de esos fines. No puede impartir órdenes inmorales así como tampoco dictar normas por enemistad manifiesta (ya sea hacia personas en particular o hacia la Iglesia en general).
En este sentido, aunque la nueva normativa está dentro de la competencia del Papa, es importante preguntarnos si acaso la enemistad manifiesta de Francisco para con la Tradición Católica la volvería nula. En efecto, existen sobrados indicios de rechazo hacia los fieles y sacerdotes más tradicionales durante este pontificado. Por otro lado, es palmaria la carencia de argumentos sólidos para restringir la misa tridentina: se señala a los cristianos que prefieren la liturgia tradicional como responsables de las restricciones que Francisco aplica a la misa tridentina. Ahora son ellos, no el Papa Francisco, los responsables de las limitaciones del rito tradicional: habrían malversado el privilegio dado por Benedicto.
¿Desde cuándo se puede suprimir el uso de un rito porque quienes lo practican supuestamente sean de una forma u otra? ¿Qué tipo de criterio es éste? ¿No es evidente que estamos ante una típica falacia ad hominem?
Con Traditiones Custodes se da a entender que la finalidad de Benedicto XVI era únicamente atender a los deseos de algunos nostálgicos, como un gesto de mera “magnanimidad” para con ellos, como si se tratara de un privilegio sujeto a la condición de buen comportamiento. Así, el argumento de Bergoglio para limitar la misa tradicional es que quienes la frecuentan son mala gente.
Siguiendo este razonamiento, entre los que asisten al Novus Ordo hay egoístas, envidiosos, mentirosos, adúlteros, estafadores, explotadores de empleados, cobardes, trepadores, obsecuentes. ¿Habría que restringir el Novus Ordo por estos motivos?
¿Nos damos cuenta de que es un planteo sin sentido? Los motivos que explican esta limitación son ideológicos, no una defensa de la fe ni de la doctrina.
El documento de Francisco por el cual contradice a Benedicto XVI, imponiendo más restricciones a la Misa Tridentina, lleva el tramposo título de Traditionis Custodes. El nombre es exactamente lo contrario de lo que el documento significa, porque lejos de custodiar la tradición lo que en realidad hace es mancillarla: otro recurso de la Guerra Semántica.
Así, Francisco –poniéndose por encima de Benedicto y de la tradición– determina que el rito tradicional no forma parte de la liturgia de la Iglesia Católica, puesto que, según él, la lex orandi de la Iglesia sólo se expresa en el Nuevo Misal.
Para fundamentar su decisión de establecer el Rito Nuevo como única expresión de la lex orandi, Francisco dice que San Pío V abrogó en el siglo XVI los ritos que no tuvieran más de doscientos años de antigüedad. Sin embargo, la misa tridentina posee al menos cinco siglos de antigüedad, y numerosos elementos de ella se remontan incluso más atrás en el tiempo. Es patente que Bergoglio concluye lo contrario a su propio argumento.
Cabe enfatizar, además, que las leyes o normas irracionales no son leyes: si se pretende hacer del ad hominem una ley, entonces se sanciona un prejuicio. Obedecer o dar nuestro consentimiento a esta medida significa –en palabras brillantes de Juan Manuel de Prada[16]– pedirnos que al entrar en la iglesia nos quitemos no sólo el sombrero sino también la cabeza.
Ni nuestra fe ni la virtud de la obediencia ni la caridad nos pueden exigir que nos quitemos la cabeza. Sin embargo, dice de Prada, “esto, exactamente esto, es lo que me acaba de pedir Bergoglio”. Y explica: “Soy católico y no puedo ser irracional. No puedo aceptar una cosa y la contraria; no puedo dividir en dos mi cabeza. No puedo obedecer indicaciones contradictorias, como si fuese un cadáver o un robot que responde a impulsos eléctricos”. Y por lo tanto: “La obediencia no puede asentir a algo absurdo, no puede someterse a mandatos contradictorios por ahorrarse disgustos o complicaciones. El Dios en el que creo es Logos; y por lo tanto no puede pedirme que me quite la cabeza. El ‘motu proprio’ de Bergoglio me lo pide y no pienso hacerlo”.
Prudencia, obediencia y resistencia a la autoridad
La prudencia es la regla maestra. De ahí que sea posible dejar de obrar ciertas cosas buenas y esto porque –según las circunstancias– un acto bueno puede generar un mal. Ejemplo: devolver lo robado es algo bueno, pero si se robó un arma y su dueño ha perdido la razón, no debe devolverse. Lo mismo pasa aquí en torno a la autoridad: aunque obedecer sea bueno en general, en este caso particular sería nefasto. Este documento del Papa Francisco es una muestra de profunda enemistad hacia los fieles tradicionales y, por lo tanto, no obliga en conciencia.
Esperemos que sean muchos los sacerdotes y obispos que tengan la santa audacia de resistir esta medida. El deber de la jerarquía es guardar celosamente la verdad, custodiar la tradición, preservar la Palabra de Dios, y todas estas obligaciones se cumplen con la transmisión y la celebración de la Misa Tridentina. La misa de siempre es un excelente medio para cumplir los fines propios del sacerdocio. Esta medida del Papa, como muchas otras de idéntico espíritu anti tradicional, constituye el nervio de algo que no sólo podemos sino que debemos combatir.
Los sacerdotes y los fieles deben desobedecer a Francisco. El pecado no sería celebrar la misa tridentina. El pecado sería dejar de rezarla porque eso le da más poder al hombre que tiraniza la Iglesia desde el 2013: Jorge Mario Bergoglio. Es la hora de la santa desobediencia, la cual, en realidad, es la obediencia a un principio superior. El Papa no puede cambiar la Tradición por decreto, tanto como no puede limitar el rezo del Padrenuestro, el Avemaría o el Gloria. No es el monarca absoluto, debe ser el custodio de la tradición. La medida es abusiva, y una medida contra el bien común de la Iglesia es nula.
Esto nos lleva al punto de si un pontífice puede ser resistido legítimamente. Nos limitaremos a reproducir las afirmaciones de grandes teólogos: “Pedro no necesita nuestra adulación. Aquellos que defienden ciega e indiscriminadamente cada decisión del Sumo Pontífice son los que menoscaban la autoridad de la Santa Sede: destruyen, en lugar de fortalecer sus cimientos” (Melchor Cano); “si el Papa con sus órdenes y sus actos destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos” (Francisco de Vitoria); “Si el Papa dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será lícito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido” (Francisco Suárez);“Usted debe resistir de frente a un papa que abiertamente desgarra la Iglesia, por ejemplo, al rehusar conferir beneficios eclesiásticos, excepto por dinero o intercambio de servicios… caso de simonía, que aun cometido por el papa, debe ser denunciado” (Tomás Cardenal Cayetano); “habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive públicamente, por los súbditos. Así, San Pablo, que era súbdito de San Pedro, le arguyó públicamente” (Santo Tomás de Aquino); “En respuesta a la pregunta: “¿Qué debe hacerse en casos en que el Papa destruya la Iglesia con sus malas acciones?: Ciertamente pecaría; tampoco se le debería permitir actuar de tal forma, ni debería ser obedecido, en lo que fuera malo, pero debiera ser resistido con cortés reprensión (.)… Él no tiene el poder para destruir; por lo tanto, si hay evidencia de que lo está haciendo, es lícito resistirlo. El resultado de todo esto es que si el Papa destruye la Iglesia con sus órdenes y sus actos, puede ser resistido y la ejecución de sus mandatos, prevenida. El derecho a la resistencia del abuso de autoridad de los prelados viene de la Ley Natural” (Sylvester Prieras, teólogo dominicano, respondió a las 95 tesis de Lutero); “Así como es legal resistir al papa si asaltara la persona de un hombre, es lícito resistirlo si asalta las almas o perturba al estado o se esfuerza por destruir la Iglesia” (San Roberto Belarmino).
El conjunto de todas las medidas que el Papa Francisco viene aplicando desde el inicio de este pontificado habilita a los católicos a resistir sistemáticamente no sólo a “Traditionis Custodes” sino también a la persona del Papa, quien ha demostrado sobradamente ser un adversario de la catolicidad de la Iglesia. Por obediencia a Dios, preparémonos para desobedecer a Bergoglio.
[1] Cfr. https://bit.ly/3xi2Vbb
[2] Cfr. https://bit.ly/3i2R78a
[3] Infocatólica reproduce la entrevista aquí: https://bit.ly/3x1IYFi
[4] Cfr. https://twitter.com/padrefjd/status/1415996306292621314?s=21
[5] Cfr. https://bit.ly/2US8AaA
[6] Cfr. https://bit.ly/371aSH1
[7] Prefacio a “El desarrollo orgánico de la liturgia. Los principios de la reforma litúrgica y su relación con el movimiento litúrgico del siglo XX antes del Concilio Vaticano II” por Dom Alcuin Reid, San Francisco 2004. Cfr. en Amazon, https://amzn.to/3i8Wumq
[8] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31347. Ver también: https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31497. Y también: https://bit.ly/3iR40RS
[9] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=35809.
[10] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31323
[11] Cfr. https://bit.ly/3rC4JKI
[12] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40521
[13] Cfr. https://lat.ms/3x8wbRw
[14] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40573
[15] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=36917
[16] Cfr. https://bit.ly/2VgIMod