El tema del Covid es de nunca acabar, al parecer. Y ahora, como si fuera poco, parió la abuela.
Es lo que parece haber sucedido en algunas partes acerca de la «objeción de conciencia» respecto de la vacuna (casi) obligatoria.
– «Pero Padre…, ¿qué piensa ud.?».
– Pues lo que hemos dicho y escrito muchísimas veces en los últimos meses.
No somos «anti-vacunas»; para nada (nuestros propios padres se han vacunado), pero con la teología moral que hemos estudiado y amparado en los documentos de la Iglesia, hace meses que venimos «copiando y pegando» el siguiente párrafo en las RR.SS. que ahora transcribimos:
«Cuando hay situaciones nuevas y opiniones encontradas entre teólogos serios sobre la licitud o no de cierta práctica (en este caso, la utilización de vacunas a partir de líneas celulares de fetos abortados -Nota de la CDF, 21/12/21- o los posibles efectos aún desconocidos, etc.), es obligación de cualquier buen confesor, siguiendo a San Alfonso, plantear al penitente la situación y, luego de explicarle las posturas en contraposición (sabiendo que Roma ya ha dado una línea pero no ha obligado a nadie a vacunarse), dejarlo en libertad para que el alma actúe según su recta conciencia se lo dicte. Resumiendo: el confesor no puede decir que peca quien se coloca la vacuna ni que peca quien no se la coloca» (P. Javier Olivera Ravasi).
Ahora bien, en algunos lugares, como en Puerto Rico, las personas se han visto obligadas a vacunarse, salvo que presenten una «Declaración jurada sobre la excepción a vacunarse por razones religiosas«, firmada por el interesado y por el «ministro de culto» correspondiente (como puede verse aquí).
– «Muy bien, ¿y entonces?¿cuál es el problema?».
– Pues que, en algunos lugares, ciertos obispos han prohibido que sus sacerdotes firmen ese certificado.
Nobleza obliga -y hay que decirlo- la vacunación per se, no está «en conflicto con los dogmas de nuestra organización religiosa» (como reza el certificado emanado por el gobierno portorriqueño) pero imponer una medicina está reñido con el más craso sentido común y con la verdadera libertad de conciencia de todo ser humano.
(Extracto de la declaración de la diócesis de Mayaguez)
Sí; así como se lee.
Es por ello quizás que Mons. Daniel Fernández, valiente obispo de Arecibo, se ha visto obligado ayer, 17 de Agosto, a publicar un COMUNICADO aclarando las cosas para su diócesis y diciendo (en palabras más, palabras menos) que, de ser necesario, él mismo firmará esos certificados.
«En nuestra diócesis de Arecibo, si para hacer valer la objeción de conciencia fuese legítimamente requerida la firma de un ministro ordenado, los sacerdotes y diáconos permanentes que libremente estén dispuestos a firmarla al feligrés católico, que con conciencia bien formada así lo pida, pueden hacerlo o referirlo al Obispado de Arecibo.
Además, en ninguna instancia la diócesis de Arecibo preguntará ni exigirá la vacunación ya sea tanto para recibir como para ofrecer cualquier servicio pastoral. No vamos a crear dos clases de feligreses: vacunados y no vacunados.
(extracto del Comunicado de la diócesis de Arecibo)
¿Cómo terminará la historia? Pues terminará como está sucediendo hoy en día en muchas partes del mundo eclesial pues, así como hay personas que hacen una hora por semana para conseguir una misa digna con una predicación católica, algunos se trasladarán a otras diócesis para buscar un certificado y ser fieles a sus propias conciencias y al sentido común…
Cosas veredes Sancho, que non crederes…
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE