Si algo llama la atención de las palabras del Santo Padre en vuelo sobre la aceptación a la renuncia del arzobispo de París, Michel Aupetit, es que contradice frontalmente todo lo que creíamos saber de Francisco con respecto a las murmuraciones y presiones de los medios.
Algo creíamos saber sobre el estilo personal del Santo Padre en este aspecto: no cede a las presiones, especialmente a las voces que piden cabezas. Por eso resulta tan sorprendente la explicación que dio en el vuelo sobre su aceptación de la renuncia de Aupetit.
Recordemos: “Con respecto al caso Aupetit, yo me pregunto, ¿qué cosa ha hecho él tan grave como para tener que darle la dimisión. Que alguien me responda, ¿qué ha hecho?”
“Y si no conocemos la acusación, no podemos condenar… Antes de responder yo diré: hagan las investigaciones, eh, porque se corre el peligro de decir: ha sido condenado. ¿Quién lo ha condenado? La opinión pública, la charlatanería… no sabemos… si ustedes saben por qué, díganlo, en caso contrario no puedo responder. Y no sabrán porque fue una falta de él, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, de pequeñas caricias y masajes que hacía a la secretaría, ésta es la acusación. Esto es pecado, pero no es de los pecados más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los más graves son aquellos que tienen más carácter angelical: la soberbia, el odio”.
“Así que Aupetit es un pecador, como lo soy yo – no sé si usted se siente… tal vez – como ha sido Pedro, el obispo sobre el que Jesucristo ha fundado la Iglesia. Cómo es que la comunidad de aquel tiempo había aceptado a un obispo pecador, y él tenía una pecaminosidad con tanto carácter angelical, como era ¡renegar a Cristo! Porque era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse pecadora siempre, todos, era una Iglesia humilde. Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, hacemos de cuenta para decir: mi obispo es un santo… No, este pequeño birrete rojo… todos somos pecadores”.
“Pero cuando la charlatanería crece, crece, crece y le quita la fama a una persona, no, no podrá gobernar porque ha perdido su fama, no por su pecado, que es pecado – como el de Pedro, como el mío, como el tuyo – sino por el parloteo de las personas. Por esto acepté su dimisión, no en el altar de la verdad, sino en el altar de la hipocresía”.
La última frase tiene una interpretación difícil, sobre todo en los términos tan crudos en los que se expresa el Santo Padre. ¿Quiere decir que ha cedido a una decisión que cree injusta por presión de los acusadores, a los que no cree?
No es imposible. En realidad, y al margen de los personajes de este pequeño drama, puede tener sentido remover a un prelado inocente si el pueblo lo tiene por culpable y la situación le impide gobernar de manera eficaz. Después de todo, el ministerio de un pastor no es un premio para el hombre, sino un servicio a las almas de sus feligreses, por lo que tampoco sería un castigo su apartamiento del poder eclesial.
Sin embargo, como decimos, es muy distinto a lo que estamos acostumbrados en la persona del Santo Padre. No pocos de sus colaboradores cercanos -desde Maradiaga a Zanchetta- han sido acusados durante más tiempo de cosas mucho peores que las que se achacan a Aupetit, y el Papa no les ha dejado caer. En ocasiones, incluso, ha reaccionado a las críticas promocionando al criticado, casi en un gesto de desafío.
El Papa no considera que sea cosa de importancia, pecado grave, la aventura sentimental que se le adjudica al pastor, en una mitigación de los pecados de la carne -caricias y masajes, en este caso, según el Papa- que ya ha repetido en alguna otra ocasión. Ignora en su parrafada las otras acusaciones, quizá más relevantes, sobre el estilo autoritario del arzobispo, que ya provocara la renuncia de dos de sus principales colaboradores en la archidiócesis.
Las palabras del Papa podrían señalar un cambio en su política de nombramientos y ceses, prestando mayor atención a la aceptación pública del candidato. Podrían, pero se nos antoja sumamente improbable.
Carlos Esteban