Quien lea cuidadosamente la exhortación del episcopado europeo probablemente advierta una omisión que, para el ciudadano corriente, salta a la vista como el proverbial elefante en la habitación. Me refiero a que presentan la decisión de vacunarse como una elección prudente, benéfica, inteligente, informada, solidaria; como un ‘acto de amor’, aunque en otras palabras. Sin mencionar en un solo momento que en Alemania, Italia o Austria pierdes el sustento, el medio para alimentar a tu familia, o debes pagar una multa muy crecida o ir a la cárcel.
Es, cuanto menos, desconcertante, como si un jefe mafioso amenazase a los habitantes de un pueblo que vayan a la romería o les partirán las piernas, y luego el párroco en Misa aconsejara lo mismo sin denunciar al matón y como si la cosa fuera una libérrima elección. Así las cosas, las autoridades civiles y eclesiásticas parecen haberse repartido los papeles de poli bueno y poli malo para el logro de un mismo fin.
Es curioso, asímismo, porque la CEC es un colegio episcopal, es decir, de sucesores de los apóstoles específicamente encargados de la cura de almas de los europeos, y quizá me equivoque, pero no recuerdo que me hayan exhortado con igual urgencia y seriedad a que vaya a Misa o frecuente los sacramentos o cuide, en fin, de la salvación de mi alma inmortal.
Que los obispos nos exhorten a la vacunación no me resulta en absoluto escandaloso dadas las premisas de las que parten: que seguimos en pandemia, que estamos ante una enfermedad grave y sin tratamiento y que las ‘vacunas’ son eficaces y seguras.
Resulta, en cambio, escandaloso que nuestros pastores no tengan absolutamente nada que decir del hecho de que, con tal excusa sanitaria, los gobernantes hayan creado dos categorías de ciudadanos, una de ella de ciudadanos acosados, empobrecidos, privados de derechos, discriminados y condenados a un ostracismo legalizado. Uno esperaba otra cosa de su Iglesia, y quizá aún más de una que blasona de misericordia y preocupación preferente por el descartado, aunque sea tonto y ‘magufo’.
Stefano Fontana, director del Observatorio Van Thuan, entrevistado por CNA con motivo de la huelga de los estibadores de Trieste contra el ‘pase verde’, denuncia que nos encontramos bajo “una dictadura sanitaria que muchos intelectuales, desde Ilich y Chesterton a Huxley y Foucault, habían predicho”.
Añade Fontana que se pasa por alto el hecho de que “nadie está obligado moralmente a vacunarse mientras la vacuna se halle en fase experimental y siempre que no exista una situación general de vida o muerte”.
Y estamos en una dictadura sanitaria, sostiene, porque “todo el público y el persuasivo sistema privado se orienta hacia el único objetivo de inducir la vacunación; porque el sistema apela a la ciencia sin que haya un apoyo científico consolidado; y por que se despide o castiga a los médicos y sanitarios que exigen libertad de juicio cuando sus preguntas se consideran subversivas”
Carlos Esteban