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martes, 14 de diciembre de 2021

San Juan de la Cruz



(Juan de Yepes Álvarez; Fontiveros, España, 1542 - Úbeda, id., 1591) Poeta y religioso español. Nacido en el seno de una familia hidalga empobrecida, empezó a trabajar muy joven en un hospital y recibió su formación intelectual en el colegio jesuita de Medina del Campo.

San Juan de la Cruz

En 1564 comenzó a estudiar artes y filosofía en la Universidad de Salamanca, donde conoció, en 1567, a Santa Teresa de Jesús, con quien acordó fundar dos nuevas órdenes de carmelitas. Su orden reformada de carmelitas descalzos tropezó con la abierta hostilidad de los carmelitas calzados, a pesar de lo cual logró desempeñar varios cargos. Tras enseñar en un colegio de novicios de Mancera, fundó el colegio de Alcalá de Henares. Más adelante se convirtió en el confesor del monasterio de Santa Teresa.

En 1577 prosperaron las intrigas de los carmelitas calzados y fue encarcelado en un convento de Toledo durante ocho meses. Tras fugarse, buscó refugio en Almodóvar. Pasó el resto de su vida en Andalucía, donde llegó a ser vicario provincial. En 1591 volvió a caer en desgracia y fue depuesto de todos sus cargos religiosos, por lo que se planteó emigrar a América, proyecto que frustró su prematuro óbito. Canonizado en 1726, fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1926.

La poesía de San Juan de la Cruz

Aunque los versos que de él se conservan son escasos y no fueron publicados hasta después de su muerte, se le considera como uno de los mayores poetas españoles de la época y como el máximo exponente de la poesía mística. Se supone que durante los meses de su encierro en 1577, que pasó en completo aislamiento y sometido a crueles interrogatorios, elaboró sus llamados poemas mayores: Llama de amor viva, Cántico espiritual y Noche oscura.

Por temor a que fueran tomadas por "iluministas", ninguna de estas obras se publicó antes de 1618, cuando, salvo Cántico espiritual que lo fue nueve años más tarde en Bruselas, se editaron con el título de Obras espirituales que encaminan a un alma a la perfecta unión con Dios. En 1692 se publicó en Roma la obra en prosa Avisos para después de profesos, escrita poco antes de morir.

En sus tres poemas mayores, estrechamente relacionadas entre sí, Juan de la Cruz condensó sus propias vivencias personales, derivadas del constante anhelo de que su alma alcanzase la fusión ideal con su Creador; las tres composiciones, de un modo u otro, describen el ascenso místico del alma hacia Dios, y dado que surgieron como trasunto de una experiencia mística que se expresaba en alegorías y símbolos, San Juan de la Cruz consideró que debían ser explicadas. Esto le llevó a la escritura de comentarios en prosa a los poemas.

En Llama de amor viva, San Juan de la Cruz recrea la emoción del éxtasis amoroso, mientras que en Noche oscura, que consta de ocho liras, utiliza la imagen de una muchacha que escapa por la noche para acudir a una cita con su enamorado como representación de la huida del alma de la prisión de los sentidos, en busca de la comunión con Dios.

Cántico espiritual es la obra más compleja y extensa de su producción. En ella, para detallar las diferentes vías que recorre el alma hasta lograr fundirse con la divinidad, desarrolla una recreación, a modo de égloga, del bíblico Cantar de los Cantares. A través de cuarenta liras describe la búsqueda del Esposo (Dios) por parte de su esposa (el alma), que pregunta por él a las criaturas de la naturaleza. Tras encontrarlo, se sucede un diálogo amoroso que culmina con la unión de los dos amantes.

A diferencia de Santa Teresa de Jesús, que adopta el tono coloquial y se nutre de los efectos de la luz para expresar la experiencia de la comunión con Dios, la poesía de San Juan de la Cruz se constituye en un lenguaje vivo que, bebiendo en variadas fuentes, busca la expresión del arrobo y del éxtasis de la unión mística; su propósito es llegar a plasmar, o cuanto menos dejar entrever, esa realidad invisible e inefable que es el amor divino, apelando al simbolismo y a las ricas posibilidades expresivas de un lenguaje elaborado. Son precisamente estos dos factores los que atraen y fascinan aun a los no creyentes, pues sus versos, al operar fundamentalmente como vías expresivas de una experiencia personal íntima, no comprometen creencias, tradiciones o culturas no compartidas por el sujeto.

En tanto que frutos de este arrebato místico, alejado de todo discurso lógico, predominan en los poemas mayores de San Juan de la Cruz los elementos irracionales, subconscientes e intuitivos que se traducen estilísticamente en una tendencia a la síntesis y en una gran densidad expresiva. Para comunicar las sensaciones experimentadas prescinde de todo elemento superfluo y emplea abundantemente el sustantivo, en detrimento de verbos y adjetivos. Con el fin de dar a conocer los gozos que el enlace místico produce, utiliza con profusión los giros afectivos, las repeticiones, las antítesis, las enumeraciones caóticas, el paso súbito de un tema a otro o las referencias alegóricas, basadas, en su mayor parte, en el tema del amor profano. No excluye además el léxico popular y rústico, los dialectismos y los diminutivos, que se presentan junto a voces cultas y palabras de contenido simbólico.

De este modo, combinando la antigua simbología del Cantar de los cantares con las fórmulas propias del petrarquismo, San Juan de la Cruz produce una rica literatura mística que hunde sus raíces en la teología tomista y en los místicos medievales alemanes y flamencos. Su producción refleja una amplia formación religiosa, aunque deja traslucir la influencia del cancionero tradicional del siglo XVI, sobre todo en el uso del amor profano (las figuras del amante y de la amada) para simbolizar y representar el sentimiento místico del amor divino. La estrofa más empleada en sus poemas es la lira, aunque demuestra igual soltura en el uso del romance octosílabo.

Toda su doctrina gira en torno al símbolo de la «noche oscura», imagen que ya era usada en la literatura mística, pero a la que San Juan dio una forma nueva y original. La noche, al borrar los límites de las cosas, le sugiere, en efecto, lo eterno, y de esa manera pasa a simbolizar la negación activa del alma a lo sensible, el absoluto vacío espiritual. Noche oscura llama también San Juan a las «terribles pruebas que Dios envía al hombre para purificarlo»; ateniéndose a este último significado, habla de una noche del sentido y de una noche del espíritu, situadas, respectivamente, al fin de la vía purgativa y de la iluminativa, tras las cuales vendría la vía unitiva, aspiración última del alma atormentada por la distancia que la separa de Dios, y realización de su deseo de fusión total con Él. Antes de acceder a la experiencia mística de unión con Dios, el alma experimenta una desoladora sensación de soledad y abandono, acompañada de terribles tentaciones que, si consigue vencer, dejan paso a una nueva luz, pues «Dios no deja vacío sin llenar».

San Juan utiliza determinados recursos estilísticos con una profusión y madurez poco frecuentes, dando un nuevo y más profundo sentido a las expresiones paradójicas («vivo sin vivir en mí», «cautiverio suave») y a las exclamaciones estremecedoras («¡Oh, llama de amor viva!») habituales en los cancioneros. Lo que mejor define su poesía es su extraordinaria intensidad expresiva, gracias a la perfecta adecuación y el equilibrio de cada una de sus imágenes.

A ello contribuye asimismo su tendencia a abandonar el registro discursivo y eliminar nexos neutros carentes de valor estético para buscar una yuxtaposición constante de elementos poéticos de gran plasticidad. Todo ello, unido al rigor intelectual que el propio autor destacó en sus comentarios, confiere a su poesía un singular equilibrio entre sus imágenes sensuales y el impulso ascético y sublime que la inspiró, y hace de ella una de las cumbres de la lírica renacentista en lengua castellana.