Aniversario / En recuerdo a Antonio Livi, verdadero defensor fidei, a un año de su muerte. Un artículo del blog de Aldo María Valli
En homenaje a Livi y a su temple de defensor fidei vuelvo a compartir con vosotros amplios extractos de la
entrevista que concedió en 2018.
Duración 10:31 minutos
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La pastoral del Papa Francisco, ya aplicada durante décadas al norte de los Alpes, conduce a una Iglesia moribunda. ¿Cómo no se da cuenta el papa Francisco?
Porque a él lo eligieron precisamente para eso. Él mismo lo dijo: «mis hermanos cardenales me han elegido para que me ocupe de los pobres y para que lleve adelante la reforma». En realidad, se trató del grupo de teólogos de Sankt Gallen, en Suiza, Godfried Danneels, Walter Kasper y otros, que ya con ocasión de la elección de Benedicto XVI tenían la idea de que el papa que podía avanzar la reforma en la Iglesia, en el sentido luterano del término, podía ser él, Bergoglio.
Una reforma en sentido luterano; porque la pastoral o política de entendimiento interreligioso con los luteranos y también con todos los demás trata de lograr que los luteranos sean apreciados y aprobados, de forma que el catolicismo sea cada vez más redimensionado en el sentido de arrepentirse de todos sus pecados.
Oficialmente, el teólogo del papa Francisco, el más cercano a él, Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, publica artículos de uno de sus hermanos jesuitas, Giancarlo Pani, el cual sigue diciendo lo siguiente: la Iglesia del siglo XVI se equivocaba, pecó en su relación con Lutero. Lutero tenía razón y actualmente es necesario rehabilitarlo y hacer lo que él quería. Una Iglesia sin sacerdocio, una Iglesia sin magisterio, una Iglesia sin dogmas, una Iglesia sin interpretación oficial de la Sagrada Escritura, puesta a cargo de personas que la interpreten a través de su libre examen según el supuesto espíritu que aquélla les sugiera. Una Iglesia sinodal, en la que los sacerdotes, obispos y papa ya no sean expresión de lo sagrado, sino de la política, de la comunidad, que elige y nombra.
El mismo Papa se expresa así: «Hay que lograr la Iglesia del pueblo». Pero el pueblo es una imagen puramente retórica. Ya no se saber ni lo que quiere decir pueblo, que es una multitud de personas distintas. Incluso en política, la expresión «pueblo» es puramente retórica, cuánto más en teología. Por ejemplo: decir que el pueblo quería cambiar la Misa es una tontería, esto nunca fue ni posible ni acreditado. Al pueblo pertenecen los que, como el Padre Pío en su momento, estaban llenos de fe, y también quienes no tienen fe alguna. Al igual que los que querían reformar cosas porque la Misa en latín no les gustaba y la querían en italiano, aunque no entendieran las palabras de la Misa ni en latín ni en italiano. La Iglesia jamás ha llevado a cabo acciones de forma «democrática», como cuando se eligen representantes procedentes de una base de representados: nunca trató lo que debe enseñar en función de lo que piensa la gente. La Iglesia debe enseñar lo que dijo Jesús: ¡la cuestión es bastante simple!
¿Seguro que la elección del Papa Francisco fue orquestada?
Sí, estoy absolutamente seguro de ello. Entre otras cosas, lo sé por numerosos testimonios. Es una certeza histórica. Las certezas históricas se basan siempre en testimonios. Los testimonios son falibles, pero en mi opinión es muy probable que las cosas fueran así. Nadie ha sugerido ninguna otra tesis. No obstante, a veces se dice una cosa absurda: vamos, que el Papa Francisco fue elegido porque lo quiso el Espíritu Santo. Menuda tontería. El Espíritu Santo inspira a todos los hombres para que hagan el bien, pero no todos los hombres hacen lo que el Espíritu Santo inspira: algunos hacen cosas buenas y otros hacen cosas malas.
Si pienso en el cardenal Kasper, que ya antes era herético y quería destruir la santa Misa, el matrimonio, la Comunión y el derecho canónico, y que ahora dice el Papa que es su teólogo por excelencia y le pide que organice el Sínodo de la familia, me digo a mí mismo: esto está totalmente orquestado. Y todo esto repercute sobre todo: reconocimiento de Lutero, preparación de una Misa en la que la Consagración ya no sea la Consagración, en la que el término «sacrificio» quede eliminado, para que guste a los luteranos.
Estamos ante lo mismo que pasó con Pablo VI, quien, en la Comisión del Concilio Vaticano II presidida por Annibale Bugnini, encargada de preparar el Novus Ordo Missae, dio entrada a luteranos para que dijeran lo que les gustaba y lo que no de la Misa católica. ¡Qué absurdo! Ahora sabemos que se trata de un plan muy bien orquestado, que no data de ahora, sino de comienzos de los años sesenta.
Durante más de cincuenta años, los teólogos heréticos, malvados, han tratado de conquistar el poder y ahora lo han conseguido. Por eso hablo de herejía en el poder. Herejes no son los papas; nunca he dicho esto de ningún Papa. Los papas han sufrido dicha influencia sin oponerse a ella. Han seguido esa idea loca de Juan XXIII, que decía lo siguiente: afirmemos la doctrina de siempre, pero sin condenar a nadie. Esto es imposible; la condena forma parte de la explicitación del dogma, es la otra cara de la moneda. Si se quiere aplicar el dogma en los tiempos actuales, en los que existen herejías, hace falta necesariamente condenarlas. No condenar nada significa aprobar todo; y aprobar todo significa que la fe católica deja de existir.
Ud. habla de herejía en el poder. ¿Qué quiere decir?
No quiero decir personas que profesen formalmente una herejía, porque si fuesen autoridades eclesiásticas resultarían excomulgadas sin poder seguir ejerciendo su función, sino herejías profesadas formal e insistentemente por teólogos que tuvieron mucho poder al comienzo del Concilio Vaticano II, gracias o a causa de Juan XXIII, y también en el postconcilio, porque todos los papas han continuado tratando con respeto a estos teólogos heréticos. Algunos, como Benedicto XVI, tanto como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe como ya Papa, han mantenido una posición ortodoxa y piadosa por lo que se refiere a la adoración de Dios y al respeto de la sacralidad de la Encarnación, pero en definitiva también estaban unidos de hecho a estos teólogos heréticos. Cuando Benedicto XVI, en calidad de Papa, habla de Karl Rahner, dice claramente que ambos estaban de acuerdo en apoyar a los obispos para orientar el Concilio en una cierta dirección, dirección horrible, y que sólo después se separaron por ciertas desavenencias.
Benedicto XVI, como Papa, también ha dicho que Hans Küng le pidió cambiar el dogma de la infalibilidad y que él le respondió: «Sí, lo pensaremos». Quiero decir que ninguno de los papas ha tenido una actitud firme de condena de los teólogos neo-modernistas, sino que por el contrario han tenido una actitud comprensiva con ellos. En mis libros nunca condené personas, sino teorías, cuando éstas eran objetivamente incompatibles con el dogma católico. Las intenciones y relaciones con personalidades no me interesan. Soy experto en lógica y únicamente puedo examinar una proposición, un método, y en este sentido realizo afirmaciones que sean absolutamente ciertas e incontestables. Cuando critico la tendencia a la herejía en Benedicto XVI no ignoro que es santo y que ha hecho muchas cosas buenas en la pastoral de la Iglesia, así como que siempre ha tenido recta intención. Pero esto no quita nada al hecho de que siempre ha manifestado simpatía por el neo-modernismo, que consiste sustancialmente en dos cosas: ignorar la metafísica y querer explicar el dogma con criterios de hermenéutica basados en el existencialismo y la fenomenología; o sea, ignorar – cosa terrible y muy tonta – las premisas racionales de la fe, que santo Tomás denomina praeambula fidei.
Juan XXIII dijo que la Iglesia no condena a nadie, pero en la actualidad la herejía que ocupa el poder condena a quienes defienden la doctrina católica. ¿Qué ha sucedido?
Desde Juan XXIII se tiene la idea de que la pastoral de la Iglesia consiste en traducir el dogma en un lenguaje comprensible, aceptable para el hombre moderno – cosa que es un mito, una fantasía – y en encontrar el bien incluso en las posiciones teóricas más contrarias al dogma. Yo sostengo que se trata de una pastoral que, en cuanto tal, es errónea y nociva para la Iglesia, y en cuanto teoría se trata de una acción, una praxis errónea que doctrinalmente no tiene apoyo alguno de infalibilidad. La praxis puede ser errónea por ser acto derivado de un juicio prudencial que puede juzgarse erróneo por quien expresa otros juicios prudenciales, como los míos, que son juicios no apoyados en la infalibilidad. Así, cuando yo critico esta pastoral, que me parece desastrosa, utilizo juicios, adjetivos y adverbios que dejan claro que se trata de mi opinión. Dios juzgará, pero no hay nada dogmático en el hecho de juzgar la conveniencia de una línea pastoral. Los que hacen daño a la Iglesia consideran dogmáticamente la pastoral del Concilio y de los papas siguientes al mismo como la única necesaria y hablan de «nuevo Pentecostés de la Iglesia» y de «intervención del Espíritu Santo», como si tales juicios prudenciales, que yo considero erróneos, fuesen por el contrario dogmáticamente infalibles e incluso santos y constituyesen lo único que la Iglesia puede hacer.
Por eso hay también opresión por lo que se refiere a aquéllos a quienes critican. Critican una opinión legítima en nombre de una opinión ilegítima, que es pensar que la Iglesia debería necesariamente aplicar este tipo de pastoral fundada en cosas absurdas, como por ejemplo la noción del «hombre moderno», que no existe. En Europa hay una gran diversidad de hombres modernos. La cultura de Polonia, Hungría, Eslovenia o París son completamente diferentes. Piensan que el hombre moderno sería el de París o Francfort, pero ignoran completamente África, América latina, una gran parte de Asia, ignoran que en la conciencia de todos los hombres hay mucho más de lo que leen en los periódicos, revistas, publicaciones académicas. Por ejemplo: me parece falso pensar que el hombre moderno es ateo. Todo hombre tiene la certeza de que Dios existe, basada en el sentido común. Los pastores de almas que confiesan a moribundos lo saben muy bien. Incluso Voltaire, en el último momento, pidió un sacerdote para que le diese la absolución. Sabía muy bien que Dios existe y que Jesucristo es Dios.
¿Piensa que la teología de Joseph Ratzinger podría ser la salida a la crisis de la Iglesia?
Absolutamente no. Por lo que ya he dicho. Ya en su «Introducción al Cristianismo» demostraba una cultura católica influenciada por la cultura protestante, y en teología se comportaba a partir de un combate voluntario contra el neotomismo y la neoescolástica, con sus preambula fidei y su teología natural. Para él, se pasa directamente del ateísmo a la fe, cosa que la Iglesia rechaza dogmáticamente, como afirma el Concilio Vaticano I; la encíclica Fides et ratio dice lo contrario. No se pasa del ateísmo a la fe, se pasa del conocimiento natural de Dios a la fe únicamente a través de los preambula fidei, si se busca la salvación y se tiene la posibilidad de comprender la veracidad del mensaje de Cristo.
En todo caso, me parece que el pensamiento de Ratzinger puede ser criticado como teólogo; otra cosa es su acción pastoral como prefecto de la Congregación para la fe y luego como Papa. Como Papa hizo muy poca pastoral dogmática, hizo pastoral que yo llamo «literaria». Produjo documentos que se derivan más de la teología que del magisterio. Si se hace teología y se pone el trabajo propio al mismo nivel que el de los teólogos, ya no se está haciendo magisterio, que consiste en volver a proponer el dogma para explicarlo. Sus encíclicas son al noventa por ciento pura teología y empleó una gran parte de su pontificado escribiendo los tres volúmenes de su Jesús de Nazaret.
El año pasado Ud. denunció la persecución contra su persona y contra quienes no se alinean con la dictadura el relativismo. ¿Se mantiene aún dicha persecución?
Va de mal en peor, y dicha persecución se justifica con ciertas afirmaciones imprudentes por parte del Papa actual. Todos los fieles a la doctrina, al derecho canónico, los que quieren que no se excluyan las certezas de la fe, son abiertamente acusados de herejía. Herejía pelagiana y gnóstica. En realidad, el Papa mira a aquéllos animados de buenas intenciones que firmaron primero las Dubia y luego la Correctio filialis y les responde: «Sois fanáticos». El Papa y todos los demás ignoran que hay dos niveles en la fe de la Iglesia: el nivel del dogma, las certezas absolutas, que son poco numerosas; y el nivel de las explicaciones y aplicaciones del dogma, que llegan hasta la pastoral; estas últimas son numerosas, pero se refieren únicamente a lo accidental. Sobre lo sustancial, por el contrario, no caben escuelas de pensamiento. La fe de la Iglesia es siempre la misma y quienes se adhieren a ella no pueden ser reprendidos, no deben ser perseguidos: se les debe ayudar a cumplir con su deber y es necesario darles la razón. Llegará el día en que el Papa lo haga; cuando Dios quiera.
¿Qué les pasa a los que no se doblegan? ¿En qué consiste la persecución?
Todo el mundo puede verlo. Pienso lo que les ha sucedido a los Franciscanos de la Inmaculada y a cuantos escriben libros y hacen una pastoral de clarificación y de superación de la desorientación pastoral, cuyos libros y conferencias en muchas diócesis son prohibidas.
Yo, por ejemplo, dirijo una serie de publicaciones que, con el título de Divinitas Verbi, ha producido ya seis números. Pues bien, han sido rechazados en librerías católicas, sin que figuren tampoco en sus escaparates. Tampoco los cita Civiltà Cattolica entre sus recensiones. Esto llama la atención. Avvenire los combate abiertamente. En Italia, toda la prensa católica oficial (Civiltà Cattolica, Avvenire, Famiglia Cristiana, Ediciones Paulinas), practica un ostracismo frente a esta buena doctrina o si acaso la cita en términos despectivos, como si fuese obra de un lunático. El diario de la Conferencia Episcopal Italiana, que acoge los peores tratados de fe y los exalta como si ejemplos que permiten el progreso de la reforma dentro de la Iglesia, cuando yo me dirigí al mismo diciendo que no me parecía bien que Avvenire publicase una catequesis de Enzo Bianchi – que practica un ateísmo disfrazado de «buenismo» y que dice abiertamente que Jesús es una criatura y que Dios se hizo hombre y, por consiguiente, dejó de ser Dios para ser sólo hombre – me atacó duramente. En la sección de cartas al director, que todo el mundo lee, afirmó que soy un lunático, mentiroso, incompetente… yo, que escribí en dicho periódico durante más de treinta años, antes de la «transformación».
Esta «conjura del silencio» por lo que se refiere a los hombres como yo produce un efecto limitativo con ese ostracismo, que perjudica gravemente el trabajo académico y editorial, puesto que si los libros no son aceptados en las librerías ni se venden, resulta inútil escribirlos. Sea como sea, lo importante es reconocer la herejía y la pastoral que la favorece. Es lo que se escribe en la Correctio filialis titulada De hæresibus propagatis, a saber, corregimos al Papa no por ser herético – jamás diría yo eso – sino porque su pastoral favorece la propagación de la herejía. Por lo demás, ha puesto al frente de la Iglesia a los peores herejes, a los que ordena escribir sus encíclicas.
Francisco dijo a Eugenio Scalfari que el Infierno no existe. ¿Le convierte eso en hereje?
No. El Papa sería herético sólo si afirmase estas cosas formalmente. Él deja que se digan. Como lo hace, por ejemplo, dejando decir al General de los jesuitas que no se sabe cuál es la doctrina histórica de Jesús porque en aquella época nadie tenía una grabadora para registrar sus palabras o que el demonio es un símbolo del mal. Éstas no son, por tanto, doctrinas expresadas por él, que, por el contrario, en Gaudete et exultate afirma que el demonio es una persona viva y verdadera. Pide que sean otros los que las digan en el marco de la praxis. Una praxis funcional que crea confusión y un contexto favorable a las reformas que él quiere llevar a cabo, y frente a las que cualquiera que se oponga es acusado de ser jansenista y gnóstico.
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En dicho texto se podía leer, entre otras cosas, la siguiente: “Conozco a Aurelio Porfiri y a Aldo Maria Valli desde hace muchos años, y ello por diversas razones. Me cabe poder expresar algunas ideas sobre este texto, Desarraigados, en el cual los dos autores tratan de plantar cara a algunos problemas de plena actualidad en la Iglesia, una Iglesia en gran crisis, casi líquida, como dice el subtítulo del libro.
Los autores Aurelio Porfiri y Aldo Maria Valli hablan como católicos, sincera y profundamente creyentes, y no temen que cuanto escriben pueda atraerles enemigos: la verdad tiene derechos que son superiores al interés personal. Como dice el Evangelio, la verdad os hará libres, no las conveniencias dictadas por exigencias de carrera…
Querría decir lo siguiente a estos dos amigos míos: no os dejéis silenciar o atemorizar por cuantos os perjudiquen pública u ocultamente. Al revés, sabiendo con certeza que defendéis la verdad del Evangelio frente a la herejía o a la instrumentalización política, ¡alegraos y regocijaos ante la persecución! Sufrir por la verdad de Cristo en esta tierra es título cierto de mérito para gozar de la paz y alegría del paraíso cuando nos diga nuestro Señor Jesús: adelante, siervo bueno y fiel: ¡has sido fiel en las cosas pequeñas y ahora te concedo un gran premio!”.