Cuando la Iglesia española prepara una nota para responder a la aprobación de una de las leyes más peligrosas de nuestro tiempo, la engañosamente llamada Ley de Protección de la Infancia, uno espera ver a los pastores alarmar sobre la acción de los lobos. Lo que hemos tenido, en cambio, es la reacción del explorador que espera que el cocodrilo le coma el último.
Estamos solos. En la guerra cultural, frente a unas élites decididas a arrebatarnos a nuestros hijos y modelarles a su imagen y semejanza, de acuerdo a su modelo antropológico radicalmente anticristiano e incluso ajeno a la civilización, no podemos contar con nuestros pastores como aliados.
El mensaje fundamental que quieren dejar claro en su nota es que solo el 0,2% de los casos de abusos infantiles son perpetrados por clérigos, en defensa ante las declaraciones de Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, que señaló a la Iglesia como cómplice de esos abusos por encubrimiento.
Eso es, al parecer, lo que más les importa de todo este asunto: quitarse el ‘muerto’ de encima. Y ni siquiera con respecto a los fieles, su grey: solo sus ‘cuadros’, los clérigos, como si fueran una empresa preocupada por su imagen de marca.
En cuanto a la propia ley, ni una crítica, ni la más leve, ni una objeción apenas insinuada: fuera de la acusación de Belarra, todo es estupendo, una “buena noticia”, sin más. Lo pone en el nombre, ¿no? ‘Protección de la Infancia’. ¿Quién podría ser tan desalmado como para estar en contra de que se “proteja a la infancia”. No los obispos, Dios nos libre. Si lo dicen nuestros gobernantes, seguro que está bien (pero no nos toquen el IBI ni la X). Espectacular.
La ley exuda ideología, toda ella sustitutiva de la antropología cristiana que ha primado durante siglos en Occidente, incluso después de la primera gran descristianización de Europa. Pero eso a nuestros pastores no les quita el sueño. Como no se lo quita que la ley se pase por el arco del triunfo el convenio de Estambul y reconozca como autoridad a funcionarios públicos que no son jueces para determinar la separación de los niños de sus progenitores, por ejemplo.
Por citar: «Incorporación de la perspectiva de género en el diseño e implementación de cualquier medida relacionada con la violencia sobre la infancia y la adolescencia.» Cualquier medida, y perspectiva de género hasta en la sopa, hasta lo que nadie en su sano juicio pudiera relacionar ni remotamente con el género, aunque ya el mismo concepto de ‘género’ es una inaceptable trampa léxica sin sentido.
Todo son comisiones, nuevas agencias, nuevas profesiones, promoción de esto y de lo otro, y todo lo aplaudimos porque, hey, es para ‘proteger a la infancia’, lo dice el Gobierno, y el Gobierno es un hombre honrado que nunca nos mentiría.
La ley es un paso más en la deslegitimación de los padres y las familias como responsable de los menores, aumentando la influencia del Estado sobre las mentes y las actitudes de nuestros hijos. Y nuestros hijos, al parecer, no interesan demasiado a nuestros obispos, que se dan por satisfechos dejando claro que ellos son culpables, pero muy poquito.
Carlos Esteban