El ala progresista de la Iglesia, los mismos comentaristas que deploraban las actitudes ‘ultraconservadoras’ de Juan Pablo II y llamaban invariablemente a Benedicto XVI por su apellido alemán (y, antes, el Panzerkardinal), nunca hicieron un secreto del hecho de que consideraban a Francisco “su” Papa. Pero la luna de miel está acabando, y la decepción con el Papa de algunos de la «izquierda» eclesial empieza a mostrarse.
El difunto cardenal belga Gotfried Danneels
explicaba con bastante cinismo en su biografía cómo lo que él mismo llamaba ‘la mafia de San Galo’ -un grupo de cardenales progresistas que se reunían en la diócesis suiza regularmente- había seleccionado al cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, como su candidato para suceder a Juan Pablo II y, tras un primer fracaso, a Benedicto XVI.
Y no cabe duda de que Francisco, que apareció en la loggia vaticana junto al propio Danneels, ha dado grandes alegrías a quienes quieren completar el acercamiento al mundo iniciado por el Concilio Vaticano II en la dirección deseada, empezando por aquel “yo nunca he sido de derechas” de una primera entrevista en La Civiltà Cattolica y continuando por su entusiasta padrinazgo de algunas de las causas favoritas de la modernidad, como la migración masiva o el Cambio Climático.
Pero poco a poco el entusiasmo de los renovadores se ha ido enfriando, cristalizando en un sentimiento generalizado de frustración a medida que observaban que el Papa “amagaba, pero no daba” en temas que ellos consideran claves, como todos los que se están revisando en el llamado ‘camino sinodal’ alemán, un desafío a Roma iniciado por sus antaño más decididos partidarios.
La primera gran decepción pública llegó con ‘Querida Amazonia’, el documento postsinodal que daba carpetazo al proyecto a futuro de un sacerdocio femenino y disipaba esperanzas sobre una hipotética abolición del celibato sacerdotal obligatorio.
Llovieron expresiones de decepción, pero la sangre retórica no llegó al río. Ahora, en cambio, las críticas se hacen más duras. La última y de mayor peso ha aparecido en el ‘diario amigo’,
La Repubblica, y de mano de la figura más importante de la llamada Escuela de Bolonia, el grupo de teólogos que considera que el pasado concilio cortó lazos con la Iglesia del pasado, inaugurando lo que que en la práctica puede considerarse un cristianismo nuevo.
Alberto Melloni desgrana un verdadero memorial de agravios, en el que llega a avisar al Papa -a quien llega a acusar de ‘autoritario’- de que cuando, recientemente, el cardenal Marx envió al Papa una carta abierta solicitando su renuncia al arzobispado de Munich y Frisinga (rechazada, finalmente), en realidad el alemán estaba entre líneas pidiendo la renuncia del propio pontífice.
Melloni carga contra el reciente decreto que obliga a dimitir a los líderes de nuevos movimientos tras diez años en el cargo, una medida que suena a defenestración masiva. Uno de los que, en teoría, debería verse afectado por la nueva norma es uno de los más abiertos apoyos del Papa, Andrea Riccardi, líder histórico de la Comunidad de San Egidio, que precisamente acaba de publicar ‘Arde la Iglesia: crisis y futuro del cristianismo’,
en el que puede leerse: “En su actual soledad, el Papa se encuentra obligado a tener que constatar amargamente que su pontificado, ya desde hace tiempo, se precipita hacia un doloroso fracaso”.
Carlos Esteban