Su Santidad hizo referencia a asuntos candentes de actualidad durante su rueda de prensa en vuelo de vuelta de su reciente viaje apostólico. Entre ellos, habló de las vacunas, y lo hizo con un discurso objetivamente desconcertante.
Que el Santo Padre defienda decididamente la vacunación contra el covid, aunque no sea exactamente asunto de su competencia, no tiene nada de raro; no hace sino sumarse a la totalidad de los líderes mundiales en este asunto.
Lo raro, lo sorprendente, es que sus palabras delatan una información bastante defectuosa, por decirlo suave, de cuál es ahora mismo el debate en torno al desarrollo de la pandemia y la acción de las vacunas en el mercado. Habrá que pensar que quienes le rodean no le mantienen debidamente informado, porque la alternativa resultaría muy poco caritativa.
Empieza diciendo:
“Es un poco extraño, porque la humanidad tiene una historia de amistad con las vacunas. De niños para el sarampión, para otras, para la poliomielitis. Todos los niños nos hemos vacunado y ninguno decía ‘mu’”.
Ayudemos a despejar la ‘extrañeza’ del Santo Padre.
En este caso parte de una falacia muy extendida por los medios, un caso de libro del ‘hombre de paja’, a saber: que la renuencia a administrarse estas terapias experimentales (que los fabricantes no llaman ‘vacunas’ en sus solicitudes de aprobación) se debe mayoritariamente a una desconfianza hacia la vacunación en general. Todos conocemos la etiqueta demonizadora de ‘antivacunas’ alegremente arrojada contra quienes dudan sobre la eficacia de estos productos. Sólo que no es cierto. Mayoritariamente, este grupo no solo no tiene nada que objetar a la vacunación en general, sino que suele estar vacunado y vacuna a sus hijos con las convencionales del calendario de vacunación. Es decir, sus objeciones van contra estos productos concretos, no contra la categoría terapéutica.
El mismo ejemplo que pone el Papa delata el núcleo del debate, del que pasa de largo sin mencionarlo siquiera.
Las vacunas de la polio o el sarampión llevan muchas décadas con nosotros, conocemos sobradamente tanto su eficacia como sus efectos secundarios a largo plazo y, fundamental, en países como España, son voluntarias. Y todo el mundo (anécdotas aparte) se las pone, sin problemas. Por eso nadie decía ‘mu’, y el que ahora no nos dejen decir ‘mu’ es el eje del problema.
A continuación, el mensaje se vuelve bastante raro:
“Quizás esto ha venido por la virulencia, la incertidumbre, no sólo de la pandemia, sino también por la diversidad de vacunas y también por la fama de algunas vacunas, ‘que son otra cosa’, ‘un poco de agua destilada’. Esto generó miedo en la gente”.
Llevo siguiendo muy de cerca el asunto desde el principio, he leído miles de comentarios, objeciones, explicaciones, anécdotas, desde disparatadas conspiranoias a sesudos estudios de profesionales de primera: nunca, jamás, he encontrado un ‘negacionista’ (funesto término, que empleo para que se me entienda) que explique su renuencia porque crea que la vacuna es “agua destilada”, tampoco por la variedad de las vacunas. No digo que no exista; de todo hay en la viña del Señor; pero, desde luego, no es predominante en absoluto.
La idea general que transmiten las palabras, incluso por su forma, es que sólo se opone a las vacunas un grupo ignorante, supersticioso y embrutecido que desconfía de la ciencia. Como, no sé, el inventor de la propia técnica de inoculación del ARN mensajero, el doctor Robert Malone. O el descubridor del VIH y Premio Nobel, Luc Montagnier. O el doctor Michael Yeadon, exvicepresidente de Pfizer, o… La lista, créanme, es interminable. Todos ellos puede estar absolutamente equivocados, naturalmente. Pero no son cuatro payasos indocumentados, y el problema es que ni siquiera se les deja debatir pública y abiertamente.
“Después, otros que dicen que es un peligro porque con la vacuna entra el virus dentro. Muchas discusiones que han creado esta división. También en el colegio cardenalicio hay algunos negacionistas y uno de ellos, pobre, estuvo ingresado con el virus. Ironías de la vida”.
Corramos un tupido velo sobre esta pulla indisimulada contra el cardenal Burke, será lo mejor.
Y termina:
“Yo no sé explicarlo bien, algunos lo explican por la diversidad de donde provienen las vacunas que no han sido suficientemente experimentadas, y tienen miedo. Se debe aclarar y hablar con serenidad de esto. En el Vaticano estamos todos vacunados, excepto un pequeño grupo que se está estudiando cómo ayudarles”.
VEAMOS: Las supuestas vacunas, nos informan ya oficialmente, no evitan que la persona inoculada contagie o se contagie. Ni siquiera evita que enferme. Supuestamente hace más leves los síntomas, pero los números no justifican muchas alegrías, y el hecho de que países con un arrollador éxito de vacunación, como Israel, haya visto dispararse las vacunaciones debería, como mínimo, iniciar un debate abierto, ese “aclarar y hablar con serenidad de esto” del Papa.
En cuanto al modo de “ayudar” a ese pequeño grupo en el Vaticano, aconsejamos el remedio universal en el que siempre insiste el Santo Padre: diálogo y más diálogo. Y, sobre todo, escucha atenta.
Carlos Esteban