Javier Olivera Ravasi (Argentina, 1977) es un sacerdote católico, apostólico y romano. Cuenta con sendos doctorados en Filosofía (Pontificia Universidad Lateranense de Roma) e Historia (UNCUYO), así como con el título de abogado (UBA). Aunque se ha desempeñado como un prolífico autor y docente académico, quizá sea más conocido por su faceta de director del portal Que no te la cuenten.
Desde ese espacio ha lanzado lo que denomina una «contrarrevolución cultural y espiritual». A saber, la batalla en contra de las imposiciones del mundo moderno que atentan contra el sentido común y la fe cristiana. Una batalla que debe darse más allá de cualquier perspectiva de éxito porque, según escribió su compatriota el padre Castellani, Dios no nos pide que venzamos, sino que no seamos vencidos.
SILVIO SALAS para El American
Partiendo de que la posición cristiana conservadora es muy precaria para conseguir por sí misma avances destacables, ¿qué grupos considera que pueden aliarse en una contrarrevolución? ¿Qué líneas rojas deben ser marcadas en la búsqueda de crear un frente común?
Si me preguntan respecto de los límites que hay que establecer cuando uno comienza a hacer algún tipo de alianza con gente que no tiene el mismo pensamiento o los mismos principios que uno, recomendaría una obra clásica de la literatura católica llamada Revolución y Contra-Revolución. Es de un autor que no puede ser tildado de liberal ni mucho menos, que es Plinio Corrêa de Oliveira. En ese libro, un pequeño librito, él va trazando cuáles son esos límites que debe tener en cuenta aquel que intente hacer una verdadera contrarrevolución. Puntualmente hablar de «contrarrevolución» es ir en contra de lo que se define como revolución, que es querer dar vuelta a todo.
La revolución intenta dar vuelta a todos los valores, todos los modos de obrar, todas las creencias que nos vienen de nuestro mundo occidental y cristiano. Este escritor brasilero —muy pero muy importante— afirma que hay quienes son directamente contrarrevolucionarios y que comparten nuestra visión, y otras personas que no tienen esa visión idéntica que pudieran ser llamados «semicontrarrevolucionarios». Dicho de otra manera: no piensan exactamente igual que nosotros, pero están en la lucha contra algunos de nuestros enemigos.
Es válido aliarse siempre y cuando uno plantee de entrada cuáles son sus propios principios sin mimetizarse con estas personas con las que se está aliando y, a su vez, sin tergiversar ni prostituir la propia causa.
Las líneas rojas son bien claras: en primer lugar, los derechos de Dios. No se puede ir en contra de los derechos de Dios. En segundo lugar, contra los derechos del hombre. Pero no en el sentido que los derechos humanos modernos liberales e izquierdistas nos dicen; sino los derechos humanos o los derechos del hombre que se encuentran ya en las Sagradas Escrituras, en el Catecismo, que son los de la Iglesia. Concretamente, la inviolabilidad de la vida humana y el trabajo en pos del bien común; que implica el bien común espiritual en primera instancia y, evidentemente, el bien común temporal. Eso sería lo no-negociable. Creo que hoy se podría plantear sobre un tema muy de moda que es la imposición de la ideología de género, una ideología nefasta; o sobre la eutanasia. En fin, hay varios otros temas. Pero no hay principio que pueda ser negociado, no lo hay, y uno debe recalcar eso bien con cualquiera que intente aliarse.
A propósito de su mención a los derechos humanos, ¿cuál cree que ha sido su significado en la historia contemporánea? Desde coordenadas muy diferentes como el comunitarismo de Alasdair MacIntyre (Tras la virtud), el conservadurismo de Russell Kirk (Los sabios saben qué maldades están escritas en el cielo) o la Nueva Derecha de Alain de Benoist (Beyond Human Rights) se ha criticado la noción misma de «derechos humanos». Estos nos han sido presentados como un freno contra la barbarie, pero en muchos casos terminan siendo usados como su principal justificación (véase, por ejemplo, la narrativa mediática que alentó la desastrosa y contraproducente «intervención humanitaria» en Libia).
El problema de fondo de los hoy por hoy llamados derechos humanos es un problema terminológico y después conceptual. O sea, qué se entiende por derecho y qué se entiende por humano. Si por derecho simplemente se entiende aquello que el gobernante dice, independientemente de la legitimidad de esa orden o de la validez de ese mandato (hablando más bien desde el punto de vista técnico-jurídico). Puesto más simple, si es justo lo que el gobernante dice por solamente decir que el gobernante lo dice. «L’État, c’est moi» en palabras de Luis XlV. A partir de allí entramos en el mundo del positivismo jurídico, que comienza con el mundo liberal y que ha llevado a lo que estamos viviendo actualmente.
En el momento en que le preguntan a Kelsen si el derecho positivo planteado por el nacionalsocialismo, que es un gobierno que sube al poder de modo democrático, es justo o no va a decir claramente que sí. Afirmará que sí bajo su lógica jurídica positivista. Por eso es que la primera cosa que hay que preguntarse acá es qué se entiende por «derechos humanos», porque al parecer algunos creen tontamente que los derechos del hombre o los derechos humanos nacen con la Revolución Francesa. La verdad es que cuestiones como la jornada laboral de 8 horas por día estaban ya presentes, por medio de España, en las Leyes de Indias en el s. XVl.
La persona como tal —como individuo subsistente de una naturaleza racional, por ser hija de Dios— y la dignidad que posee —sea como varón o como mujer— es muy anterior a 1789, a la Revolución Francesa. Lo que ocurre es que se ha querido hacer una especie de mundo moderno, un mundo donde se comienza desde cero, donde todo lo anterior fue oscurantista y lo anterior significa lo católico, lo cristiano concretamente.
Bueno, por lo tanto, voy de vuelta al inicio: si derecho es lo que el legislador dice que debe ser derecho estamos en un problema, porque esto se presta para todo tipo de abuso. Encima del derecho antiguamente existía en primer lugar el orden natural y, en último término, el orden sobrenatural. Ahora ha sido eliminado el mundo sobrenatural porque todo es oscurantismo, todo lo que fue cristiano previamente al mundo positivista liberal moderno es malo. Liberado el mundo sobrenatural y a su vez liberado el mundo natural, el orden natural, quiero decir, ¿qué es lo que es derecho? ¿Lo que el gobernante dice que es derecho? El Leviatán de Hobbes es esto.
Primero qué es derecho y segundo qué es un humano. Esa es la pregunta: ¿qué es un ser humano? Y bueno, un ser humano es lo que, de vuelta, el gobernante o que quien detenta el poder dice que es humano. Con lo cual puede ser una persona no humana un orangután. Acá en el zoológico de Buenos Aires tenemos una persona no humana, la orangután Sandra; o, aunque parezca raro esto, tenemos «humanos no personas», como algunos califican a los embriones. Tal es el caso del fallo de la corte de México, que en vez de decir «personas no humanas», siempre dice «humanos no personas».
Los embriones son humanos no personas, ¿entonces qué es un derecho humano? Tenemos que empezar desde ahí, definiendo los términos, porque en la salud de la terminología estriba la salvación del discurso. Para el mundo moderno, derecho humano es lo que el gobernante que detenta el poder dice que es derecho y que es humano; para el mundo antiguo no, no ha sido así, al contrario, se ha basado siempre en el derecho natural y previamente en el derecho sobrenatural, en el derecho divino del cual hoy nadie habla. Estos no se contraponen entre sí.
Dijo Chesterton, según recuerdo en Ortodoxia, que una vez que se abandona el mundo sobrenatural, el mundo ya no vuelve al mundo natural. Entiéndase, el mundo puramente natural de Aristóteles, Cicerón; en fin, el mundo pagano (en el buen sentido). Según Chesterton, una vez que Dios irrumpe en la historia —Nuestro Señor Jesucristo— se pasa del mundo sobrenatural directamente al mundo antinatural, y ya no al mero orden natural que existía previamente a la llegada del Redentor, el Buen Jesús. Por eso es que el tiempo que estamos viviendo hoy donde se plantean los derechos del hombre y se olvidan los derechos de Dios, que al final son en los que se debería basar los derechos del hombre, terminamos en esto de que «El hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus). De nuevo, dándole la razón a Hobbes.
Uno de los tópicos que suele tratar en su trabajo y que le atrae mayor polémica es el de la Leyenda Negra (la demonización de España y el desprecio por la herencia cultural y religiosa que nos ha legado), pero quería conocer su opinión más general sobre la ola de iconoclasia y endofobia que recorre Occidente. El vandalismo y los desórdenes que desatan, por ejemplo, agrupaciones como BLM o Antifa.
La propaganda antihispánica y anticatólica data del s. XVI y XVII, donde las potencias protestantes contrarias a España y a su imperio querían debilitarla socavando su imagen. Obviamente nos encontramos allí ante un aprovechamiento político. La pregunta está bien planteada respecto de ahora, ¿por qué ahora se sigue con ese caballito de batalla de destruir las estatuas, de hacer una relectura histórica, etc.? Según aquello de Orwell: «Quien controla el presente, controla el pasado; quien controla el pasado, controlará el futuro». Es una suerte de suicidio de Occidente, algo que ya han planteado varios autores. No solamente hay una decadencia, ojo, sino que hay un suicidio de Occidente concreto y colectivo.
Se quiere dejar de lado, y esto no se entiende a mi juicio, que hay una lucha de fondo teológica y no solamente política. Hay realmente una lucha del mal contra el bien. No puede verse meramente desde una perspectiva predicamental, horizontal. Es un planteamiento teológico, en el fuerte sentido de la palabra, como lo llamó Donoso Cortés y no puramente político. Se va contra lo que fue la civilización occidental y cristiana, y se tiene que romper con todo vestigio que dicha civilización produjo en su momento.
¿Cómo juzgaría la invención de los delitos de odio? El Estado declarándole la guerra a un enemigo tan difuso e indefinido como lo es un sentimiento humano.
En cuanto a la persecución con la excusa de la discriminación o la intolerancia, entiendo yo que el mundo moderno, a pesar de plantear que es laicista, ateo o que cada uno tiene su vida personal y la creencia que desea, no posee en él sociedad alguna que no tenga su esperanza puesta en algo o en alguien. Y el mundo moderno ha puesto su esperanza en aquello que mencionábamos antes: los aparentes derechos humanos o derechos del hombre, que son dictados por quien detente el poder en el momento. Esto ya venía de la época de Rousseau. En El contrato social se planteaba que aquellas personas que no se pudiesen amoldar a la nueva sociedad posmonárquica que Rousseau promocionaba —y que no llegaría a ver, pero de la que va a ser uno de los preparadores — deben ser tratados como unos “insociables”. Algo que sucedió después con la zona llamada de La Vendée o La Chouanerie, los contrarrevolucionarios que no se plegaron a la maldita Revolución Francesa.
«existen las «herejías progres» y, en consecuencia, una inquisición progre«
Esta sociedad moderna —laicista y anticristiana — tiene también sus creencias, sus dogmas y sus ritos; por lo tanto tiene que tener, de igual manera, entiéndase bien el término, su propia «inquisición progre». Así como se critica que en tiempos de Cristiandad donde la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados existía una regulación de las herejías como delito y como pecado, de igual forma en la actualidad existen las «herejías progres» y, en consecuencia, una inquisición progre que so capa de atención a la no-discriminación o la persecución de todo tipo de intolerancia o fundamentalismo termina imponiendo un dogma moderno donde en el centro está el hombre, que es un hombre caído.
Usted difunde ideas propias y las de los grandes pensadores cristianos de la historia, pero ¿qué formas de resistencia pueden adoptar las personas comunes frente al progresismo dominante? Hay muchos que, por frustración, desisten de la ambición de cambiar el mundo a través de la política tradicional ¿Está familiarizado con la opción benedictina que propone Rod Dreher? ¿Cuál es su opinión al respecto?
Respecto a qué hacer, mi formación es de tipo clásico. Entiéndase, de las Humanidades clásicas. Gracias a Dios he tenido muy buenos formadores en el ámbito de la filosofía, de las letras, de la historia. Incluso en mi época de laico conocí grandes autores que mi maestro, el doctor Octavio Sequeiros, nos hizo leer durante años. Tales como Aristóteles, Cicerón, Platón, los trágicos griegos; así como la filosofía romana, pasando a su vez por todos los autores contrarrevolucionarios franceses. Ese es el bagaje que uno trae de más joven.
«Como Dios no es comunista, a todos nos pide cosas distintas»
Ahora bien, ¿qué debe hacer el resto de la gente, como usted menciona? La opción benedictina la conozco, me parece interesante. Pero como Dios no es comunista, a todos nos pide cosas distintas. No todo el mundo está dispuesto, ni tiene vocación, para irse y recluir en una especie de comunidades iniciales familiares bajo la regla de San Benito o con un planteamiento de ese tipo. Hay quienes también deben, como cristianos, influir en el ámbito social y tienen vocación para ello. No se puede pedir que simplemente se recluyan en pequeños núcleos, por más buenos que sean, pero que no sigan la vocación que Dios ha suscitado en ellos.
Dios tiene en su secreto con cada alma, un secreto por medio del cual quiere que cada alma llegue al cielo. Es decir, que se haga santo, se santifique uno. A algunos les pedirá seguir la opción benedictina; a otros les pedirá que salgan al ruedo, se embarren y que intenten implantar un orden social cristiano, haciendo que Cristo reine —como San Pablo dice— hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
¿De qué forma ha influido la tecnología en su labor sacerdotal y de divulgación cultural? ¿Qué uso deberíamos darle los cristianos?
Yo utilizo la regla ignaciana del «tanto cuanto». San Ignacio de Loyola sostenía que el hombre tanto ha de usar de los medios en cuanto estos lo ayuden a alcanzar el fin para el que ha sido creado, y tanto debe apartarse de ellos cuanto se lo impiden. ¿Cuál es el fin para el cual el hombre ha sido creado? Amar, hacer reverencia, servir a Dios nuestro Señor y, de ese modo, salvar el alma. Por tanto, todos los medios lícitos que estén a nuestro alcance hay que utilizarlos.
En mi caso concreto, claramente la tecnología ha influido. Es un modo de meterse en los aerópagos modernos. San Pablo en Los Hechos de los Apóstoles fue a hablar y predicar en el Areópago de Atenas, esa plaza pública donde se juntaban las personas a discutir sobre filosofía o teología. Hoy gran parte de los areópagos modernos están en internet y en los medios de comunicación, es allí donde también se debe predicar. Y quien tiene la vocación, como es la mía, de tratar de ser un comunicador de la fe, debe aprovechar los espacios donde está la gente para sembrar la verdad. A fin de cuentas la verdad, sea cual fuere, es la que nos hace libres.
¿Cómo recibió las críticas del presidente Andrés Manuel López Obrador, un anticatólico y negrolegendario empedernido? ¿Son un signo de que está haciendo bien su trabajo?
Las recibí, inicialmente, con mucho asombro. No me imaginaba que un presidente o sus asesores tuvieran tiempo para ver un video de un sacerdote que se dedica, o se intenta dedicar, a la contrarrevolución cultural. Evidentemente me puso muy contento porque, sin proponérselo, me hicieron una gran propaganda. Pero, por otro lado, también pude entrever que lo que está intentando López Obrador es poner en práctica una nueva dialéctica laicista —que incorpora leyendas negras, masonería, etc.— para usar contra la Iglesia.
Buscaron una grabación de 2013 y, por cierto, la reprodujeron en forma incompleta. Lo que en ese material también se mencionaba, aparte de que a Benito Juárez se lo conoce como «El Indio Juárez» y de que incluso hay una biografía famosa titulada Un indio zapoteco llamado Benito Juárez (como también aparece en los libros de texto oficiales), es lo que yo dije después: que el presidente Juárez había llegado al cargo por su vinculación a una secta condenada por la Iglesia, que es la masonería. Secta en la cual han participado casi la totalidad de los lideres mexicanos hasta la fecha. Esto es lo que en realidad debe haber causado tanta molestia.
Claramente interpreto el episodio como un signo de que estamos en la buena senda. Porque, como dice aquella cita de Goethe que suele atribuírsele erróneamente a Cervantes: « (…) sus estridentes ladridos solo son señal de que cabalgamos».