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Renunciando provisoriamente a Indochina debido a las abstrusas restricciones sanitarias, abandonados a la Providencia y como forzados por la Voluntad de Dios -en la medida en que nos fue dado discernirla-, nos lanzamos a una obra dificilísima hecha para Su mayor gloria: lanzar un postulantado en una zona remotísima del África Negra, en la frontera de Malawi y Zambia, dos países que ignorábamos por completo y que apenas, si alguna vez, habíamos mencionado en alguna conversación casual.
Fueron muchos los jóvenes que nos escribieron consultando por la vocación, pero a varios les dijimos que no la tenían y a los demás los dejamos esperando ya que la burocracia covidiana mantuvo casi todas las fronteras del orbe cerradas durante interminables meses.
Finalmente, después de (y durante) muchas peripecias, inauguramos el postulantado al mismo tiempo que fundábamos una misión en un enorme territorio donde jamás vivió un sacerdote, una zona que cuenta con 104 aldeas (según la última actualización del listado). Dispuestos a dormir en carpa y a pasar impensables aventuras por Cristo llegaron los primeros tres jóvenes a discernir su vocación y a misionar. Hace unas semanas, desde Nigeria oriental, llegó el cuarto.
Uno de los cuatro, que se llama Jeremías y es un flamante abogado recibido en la UBA (Universidad de Buenos Aires), el sábado pasado, recibió su sotana, culminando así un semestre de heroico postulantado, donde vivió más aventuras por Cristo que millones personas durante toda su vida.
Marchó campo traviesa para predicar la fe entre los montes por aldeas ignotas jamás pisadas por el hombre blanco; fundó y formó un feliz monaguillado que ya da asombrosos frutos vocacionales y cultuales; aprendió bastante bien dos lenguas africanas y un poco de otras, logrando hablar y escribir bien en citumbuka y swahili y decir algo en algo en iwo, cinika y cicewa; escribió y fotografió varias de sus experiencias misioneras en textos que se viralizaron edificando a muchísimas almas y despertando consultas vocacionales que nos siguen llegando; mantuvo siempre la alegría en medio de contratiempos fuera de toda previsión; viajó a los saltos en una 4×4 entre gallinas vivas y bolsas de comida (y no una vez sino con frecuencia); ayudó a los más pobres de los pobres; fue asistente en exorcismos; estudio rudimentos de liturgia, doctrina y espiritualidad; leyó San Juan de la Cruz, Fortescue y Baltasar Gracián; armó una especie de club de atletismo; aprendió a cantar el Oficio Divino en latín; llevó la difícil economía misional (que exige una total y casi demencial fe en la Providencia); devino liturgo donde las almas no saben la señal de la Cruz; atajó mil imprevistos de lo más imprevisibles y, ante todo, buscó a seguir a Jesús por medio de la oración, la caridad y la predicación.
Finalmente, después de vivir a salto de mata y comenzar las jornadas saltando de la cama para adorar a Dios cantando las Horas y sirviendo en la Misa, llegó la anhelada hora y, ante nuestro pedido, el Obispo, gozoso, le impuso la sotana, que desde hace tres días lleva felizmente, como queriendo gritar a los cuatro vientos que no hay nadie como Dios y que vale la pena morir mil veces por Su gloria.
Oremos por su perseverancia y santificación, para que la sotana se le haga piel (y hasta costra) y por los frutos de su formación que ahora continúa.
Que la doctrina de Santo Tomás se le infiltre por las venas y la gracia del Espíritu Santo lo haga reventar de gozo sobrenatural.
¡Viva Cristo Rey!
Padre Federico Highton, SE
Misionero de Infieles
16 XI 21, África Oriental