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miércoles, 1 de junio de 2022

¿Qué pasa en el mundo? (Roberto De Mattei)



¿Qué pasa en el mundo? El pasado 24 de marzo el diario italiano La Reppublica publicó un suplemento de 16 páginas titulado El mes que transformó el mundo. Se refería a las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania el pasado 24 de febrero.

Aunque el verdadero terremoto que sacude el mundo se remonta a al menos dos años, cuando la pandemia de coronavirus alteró los hábitos cotidianos de la población mundial y echó a pique el mito de la globalización feliz. Cuando todavía no está controlada, se cierne el peligro de una guerra nuclear y una crisis económica de alcance mundial.

En Italia, comisiones nombradas por el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Instituto Superior de Sanidad se ocupan de afrontar estos peligros planetarios. Y ahora se añade un nuevo espectro al de la guerra y la enfermedad: el hambre.

Durante bastantes años ha habido mucha retórica sobre el hambre en el mundo, pero siempre referida a países lejanos. Parecía imposible que pudiese afectar a los países ricos de Occidente. Pero ya está sucediendo. Tanto Rusia como Ucrania se cuentan entre los mayores productores de trigo y maíz del planeta, necesarios para saciar el hambre de la humanidad. En concreto, Ucrania es el granero del mundo, y produce más de la mitad del trigo al Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

Debido a los bombardeos, Ucrania no puede sembrar, ni tampoco exportar por tener bloqueados los puertos, y por su parte Rusia ha decidido cortar las exportaciones. No sólo está el peligro de la escasez de trigo, sino que éste está también estrechamente ligado al bloqueo del comercio de fertilizantes, que puede afectar a los agricultores de todo el mundo y arrastrar consigo un desplome general de la manufactura de productos alimentarios, no sólo el trigo. Téngase en cuenta que el 50% de los fertilizantes que consume Europa proceden de Rusia.

Por otra parte, la guerra de Ucrania ha provocado una violenta escalada de la crisis energética. Si de un día para otro se interrumpiera el suministro procedente de Rusia, probablemente las reservas almacenadas de gas se agotarían antes de fin de año dejando a Europa expuesta a un invierno brutal.

O sea: trigo, fertilizantes y energía. Es posible que Europa consiga organizarse, pero de continuar la guerra el impacto será mucho más grave para las naciones que dependen de productos provenientes de Rusia y Ucrania, como los países del Magreb, Líbano, Egipto, Siria o Libia, que compran a Rusia y Ucrania la mayoría de los cereales que consumen. Europa busca en muchos países el gas que no puede adquirir a Rusia, pero no se puede garantizar su estabilidad, dado que esos países también dependen de los recursos alimentarios que vienen de Rusia y Ucrania. En esos y otros países de África y del Tercer Mundo ya devastados por el covid podría desencadenarse el hambre, provocando oleadas inmigratorias incontenibles hacia Italia y otros países europeos.

Los historiadores Ruggero Romano y Alberto Tenenti (Los fundamentos del mundo moderno: Edad Media tardía, Reforma, Renacimiento, Siglo XXI de Editores, Madrid, 2016), han explicado que la crisis del siglo XIV, que señaló el fin de la civilización medieval, surgió precisamente del entrelazamiento entre carestías, epidemias, guerras y revueltas sociales. La gente interpretó aquellas desgracias como castigos divinos. Desde entonces se hacen rogativas en el campo: a peste, fame et bello libera nos Domine: líbranos, Señor, de la peste, el hambre y la guerra.

En aquel tiempo los hombres eran capaces de entender el sentido sobrenatural de lo que pasaba, la relación entre la conducta de los hombres en cuestiones de fe y de costumbres y las consecuencias de sus actos. Pero el nacimiento del mundo moderno vino acompañado de un proceso de alejamiento de Dios y del orden natural. Y así, en 1917, durante la espantosa Primera Guerra Mundial, la Virgen se apareció en Fátima para hacer un llamamiento sobrenatural a la humanidad que corría desbocada hacia el abismo. Si el mundo no se arrepentía de sus pecados, nuevos castigos aguardaban a la humanidad: guerra, hambre y persecución de la Iglesia y del Santo Padre.

Ahora bien, los castigos de Dios siempre son misericordiosos. Dios nos castiga porque quiere salvarnos de las penas eternas que nos merecemos por las culpas contraídas en este mundo. Nos castiga en el tiempo para salvarnos en la eternidad. El mundo no entiende esta lógica sobrenatural. ¿Y qué pasa cuando esta lógica no es comprendida ni por el clero ni por los fieles católicos más devotos, los que conocen las profecías de Fátima, como los habitantes de Jerusalén, que conociendo las profecías que anunciaban al Salvador no las tuvieron en cuenta?

Al igual que entonces, hoy tampoco se eleva la mirada al Cielo, y en vez de ver en nuestras culpas la causa de los males que nos afligen la achacamos a malvados que conspiran contra la humanidad. Nos dicen que estos dramáticos sucesos que azotan el mundo tienen su origen en la globalización, la interconexión del mundo, que hacen que toda crisis, ya sea sanitaria, política o económica, se expande de manera incontrolable, o quizás controlada.

Sin embargo, olvidamos que junto a la interconexión horizontal del mundo globalizado existe otra conexión vertical entre el Cielo y la Tierra, hilos invisibles que sólo se entrelazan en los actos de adoración y oración que el hombre frágil e impotente debe dirigir a Dios para implorarle ayuda. En Fátima, el ángel enviado por el Señor exhortó a los tres pastorcitos a rezar con estas palabras: «Dios mío, creo, te adoro, espero en Ti y te amo. Perdona a todos los que no creen, no te adoran, no esperan en Ti ni te aman».

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)