Como por desgracia me ocurre frecuentemente, la respuesta al comentario de un lector, Oscar Alejandro Campillay Paz, me ha salido más larga que los propios artículos, así que he decidido cortar por lo sano y convertirla en artículo. Además, se trata de un tema interesante, la cuestión de si hay contenido heterodoxo en Amoris Laetitia y cómo hay que interpretar ese contenido, que ha salido frecuentemente en el blog.
En negro pondré las afirmaciones de Óscar Alejandro Campillay y mis comentarios, como siempre, irán en rojo.
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Cómo católico no afirmo la impecabilidad de Nuestro Santo Padre Francisco, ni lo hago de nadie, ni de Óscar Alejandro, ni de Bruno Moreno.
Ciertamente, no afirma de forma teórica que el Papa sea impecable o perfecto. Pero, en la práctica, cuando se muestra razonadamente que una conducta del Papa es criticable y grave, se pone como una furia e insulta a los que lo muestran. Eso es defender, de hecho, la impecabilidad del Papa como si fuera un dogma de fe. Es una heteropraxis que corresponde a una heterodoxia implícita por su parte, que intenta imponer a los demás.
Lo que si afirmo es lo que establece la doctrina; el Papa es infalible en materia de Fe y Moral, cuando habla ex cáthedra.
Cierto, pero irrelevante. Este Papa no lo ha hecho nunca, de modo que nada tiene eso que ver con absolutamente nada de lo que se ha discutido en este blog.
Lo que sí afirmo, es que un texto magisterial cuando presenta temas o enfoques que puedan presentarse a confusión, o a más de una interpretación posible, debe elegirse siempre la interpretación que esté en concordancia y continuidad con el magisterio precedente, es decir una hermenéutica de la continuidad y no de la ruptura.
Me temo que no entiende bien lo que está diciendo. En efecto, se trata de una regla general e fundamental para interpretar cualquier afirmación magisterial. Aunque esa formulación particular corresponda a Benedicto XVI, es un principio tradicional, que siempre ha existido y sin el cual no se podría entender el magisterio de ninguna época. Obviamente, en la enseñanza de la Iglesia hay una continuidad sustancial, por la que la Iglesia enseña siempre el mismo depósito de la fe. Eso sí, usted ha citado una formulación incompleta, de andar por casa, del principio. El principio no afirma que todo lo que pueda decir una autoridad de la Iglesia sea conforme con la fe católica, sino que, al contrario, incluye necesariamente rechazar todo aquello que se pretenda enseñar cualquier autoridad eclesial y que sea contradictorio con la fe de la Iglesia. Si no se incluye esta precisión obvia, para nosotros serían iguales los prelados herejes y los católicos, veneraríamos a la par los textos de Atanasio y los de Arrio, los de Pablo de Samosata y los de San Gregorio, los de Honorio I y los del tercer Concilio de Constantinopla.
Lo que sí afirmo en que en el supuesto que un texto o expresión de una autoridad superior, sea el Papa o los Obispos reunidos, sea evidentemente y sin duda de interpretación, heterodoxo, será a todas luces, materia no magisterial.
De nuevo, no entiende bien lo que afirma, por no hacer las distinciones fundamentales. En sentido estricto, lo heterodoxo no puede ser, por su propia naturaleza, magisterial. Eso es evidente. Nadie tiene autoridad, ni en la tierra ni en el cielo, para enseñar con la autoridad de Cristo algo que es contrario a la fe católica. Quien pretenda hacerlo está usurpando una autoridad que no se le ha dado ni se le puede dar. Eso no significa que los obispos, que son seres humanos falibles, incluido el obispo de Roma, no vayan a intentar en ocasiones imponer magisterialmente afirmaciones heterodoxas. Esas afirmaciones no son en sentido estricto magisteriales (por ser heterodoxas), pero sí lo son en el sentido amplio de que ellos las pueden presentar como tales, para que como tales sean recibidas por los fieles. Si existe un magisterio infalible (lo definido por un Papa ex cathedra o lo definido dogmáticamente en un concilio ecuménico) eso necesariamente quiere decir que hay un magisterio falible, del Papa y de los obispos reunidos o sin reunir. Luego ese magisterio puede incluir heterodoxias. Luego defender a capa y espada que eso no puede ocurrir (como ha hecho usted repetidas veces en este blog) es absurdo y no lleva a ningún sitio. Como hemos dicho, esas afirmaciones contrarias a la fe no serán magisteriales en sentido estricto, pero sus autores las presentarán como tales (de otro modo, no sería magisterio falible). Y, cuando lo hagan, como ya lo han hecho en otras ocasiones durante la historia, habrá que rechazar esas afirmaciones heterodoxas. Que es lo que se ha dicho en este blog sobre las graves afirmaciones erróneas que contiene Amoris Laetitia, entre otros documentos. Su postura de que el Papa o los obispos reunidos no pueden nunca errar al enseñar en materia de fe es equivalente a negar que existe el magisterio ordinario o magisterio falible, porque, si su magisterio es falible, pueden errar en lo que enseñan. De otro modo el concepto mismo de magisterio falible e infalible carece de sentido.
Lo que sí afirmo es que A.L. tiene importantes elementos magisteriales y también, otros eminentemente pastorales, más observaciones, reflexiones y pistas teológicas absolutamente personales del Papa.
Eso es evidente y se ha señalado a menudo en este propio blog. De nuevo, un principio fundamental para entender el magisterio es distinguir lo que hay en él de materia magisterial y lo que hay de materia que no lo es, como sugerencias, los “sueños” a los que tan aficionado es este Papa, afirmaciones sobre temas no magisteriales, etc. Dicho eso, es indiscutible que el Papa ha pretendido presentar como magisteriales sus afirmaciones sobre la comunión de los divorciados en una nueva unión, las ha remachado una y otra vez y las ha convertido en criterio para toda la Iglesia, permitiendo y elogiando lo que siempre ha estado prohibido, porque la fe exige que se prohíba. Por mucho menos que esto el Papa Honorio fue condenado como hereje y el Papa San León dijo que él que “en vez de purificar a esta Iglesia apostólica, se esforzó, por una traición sacrílega en destruir la fe inmaculada”.
Lo que si afirmo es que, no solo es posible, sino que es la única opción válida, leer A.L. en concordancia con el Magisterio precedente, especialmente F.C.
De nuevo, no hace las distinciones oportunas. Leer Amoris Laetitia en concordancia con el magisterio precedente implica necesariamente (salvo que lo que se esté haciendo sea un simple ejercicio de salvar las apariencias) rechazar lo que en ella haya que sea contrario a ese magisterio de siempre de la Iglesia. La concordancia no puede existir entre una afirmación y su contradictoria. Me alegra que haya mencionado usted Familiaris Consortio, donde se afirma expresamente lo contrario que en Amoris Laetitia sobre la comunión de los adúlteros impenitentes. No puede haber concordancia ni continuidad entre que los divorciados vueltos a casar están en situación objetiva de pecado grave y no pueden comulgar y que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar porque seguir adulterando es lo que Dios quiere para ellos. Luego leer esos dos documentos (y Veritatis Splendor y todos los anteriores) en continuidad requiere necesariamente rechazar lo que se dice en Amoris Laetitia sobre la comunión de los adúlteros, la inexistencia de actos intrínsecamente malos, la (horrorosa) afirmación de que Dios quiere que pequemos gravemente en ocasiones, etc. Así lo hizo San León con los textos del Papa Honorio, por ejemplo, y no pretendió que lo que enseñaban esos textos era concorde con la Tradición de la Iglesia. Eso y no otra cosa es lo que se ha hecho en este blog y en este portal. Y eso y no otra cosa es lo que usted ha criticado una y otra vez con graves acusaciones contra los que aquí escribimos.
Es lo que han hecho multitud de moralistas. También es lo que se ha hecho en este portal, léase por ejemplo la precisa reflexión de Fray Nelson Medina en “A.L. , ante la confusión, qué?”
Claro, pero hay que hacerlo bien. Y teniendo en cuenta cómo el propio Papa ha interpretado posteriormente esa exhortación. Usted, significativamente, omite que ese artículo de Fray Nelson es inmediatamente posterior a la publicación de la exhortación e intentó hacer una interpretación ortodoxa, más o menos forzada, de las afirmaciones heterodoxas. Pero esa interpretación ya no es posible cuando el propio autor, posteriormente, se ha encargado de confirmar que la interpretación correcta es la heterodoxa y “no hay otras interpretaciones”. Lo que es inadmisible es pretender interpretar hoy Amoris Laetitia en contra de la interpretación que ha dado el propio Papa en su carta a los obispos de Buenos Aires y en su práctica. Si el Papa dice que debe interpretarse como la han interpretado los obispos de Buenos Aires (como la defensa de la comunión de los adúlteros impenitentes y la negación de los actos intrínsecamente malos) es que hay que interpretarla así. Si la práctica del Papa en su propia diócesis de Roma donde se da de comulgar a los adúlteros y al felicitar a las diócesis que dan la comunión a los adúlteros confirma la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia, entonces no cabe ninguna otra interpretación.
Es por ello que no hemos escuchado oponerse por ejemplo al Cardenal Sarah, a Mons. Munilla, o a el Papa emérito Benedicto XVI.
Ni usted ni yo sabemos por qué hablan o dejan de hablar el cardenal Sarah, Mons. Munilla o Benedicto XVI, salvo quizá en el caso de este último, que no debe hablar como Papa, porque ya no lo es, y prudentemente debe guardar silencio para que no parezca que lo hace. El argumento ex silentio es debilísimo y pretender que su interpretación de ese silencio es correcta no pasa de wishful thinking. Se puede interpretar el (relativo) silencio de los obispos buenos de mil maneras. La más probable (y que me consta que es la acertada en varios casos) quiza sea la intención de no hablar públicamente contra Amoris Laetitia (pero sí privadamente), por el deseo de seguir defendiendo la buena doctrina (contraria a Amoris Laetitia y otros textos) sin que les echen de sus sedes, para así poder defender a sus fieles de la mala doctrina. Es decir, la idea de “si me echan a mí, vendrá otro peor, así que mejor que no me echen”. Otros tienen miedo de escandalizar a los fieles más sencillos, que no se enteran de nada y no saben todavía que el Papa ha enseñado graves errores. Otros simplemente tienen miedo de lo que les pueda pasar. Otros muchos creen que lo mejor es esperar a que se muera el Papa y venga otro mejor. Y otros, aunque esos ya no son realmente obispos buenos, ponen al Papa por encima de la Tradición y la fe de la Iglesia, de manera que defienden lo que diga cualquier Papa, aunque sea lo contrario que han enseñado siempre. En cualquier caso, todo esto es irrelevante, porque, si en tiempos de San Atanasio, “el mundo se despertó arriano” e innumerables obispos se pasaron al arrianismo, eso no hizo que el arrianismo fuera más verdad o menos herético. Lo importante no es quién dice qué, sino si lo que se dice es cierto o erróneo.
Lo que si afirmo es que el Papa no ha negado ninguna verdad de la doctrina, ni es hereje, ni nadie en la tierra tiene potestad ni autoridad para afirmar lo contrario.
Esta afirmación es evidentemente errónea, además de engañosa. Errónea porque, si nadie pudiera decir eso de un Papa, no habría podido hacerlo el tercer Concilio de Constantinopla sobre Honorio y tampoco podrían haberlo hecho los sucesores de Honorio. Si eso fuera verdad, los teólogos de París y el resto de la cristiandad no habrían podido decirlo del Papa Juan XXII, ni tampoco su sucesor. Si eso fuera así, Santo Tomás no habría enseñado que, cuando hay peligro para la fe, los súbditos pueden corregir públicamente a los prelados. Y engañosa porque pretende ilegítimamente que el hecho verdadero de que la primera Sede no puede ser juzgada por nadie equivale a que nadie puede afirmar que un Papa ha dicho una herejía. Una cosa es que nadie (a no ser quizá un concilio imperfecto) pueda hacer un juicio canónico al Papa y otra muy diferente que un católico no pueda y deba rechazar las heterodoxias que diga cualquier pastor, incluido un Papa. Que esto último es legítimo es evidente, porque nos lo manda la propia Palabra de Dios por boca de San Pablo: si nosotros o un ángel del cielo os enseñara algo diferente al Evangelio que habéis recibido, sea anatema. Si esto se puede decir de un Apóstol, se puede decir igualmente de cualquier obispo o Papa, excepto en el caso particularísimo de que hable ex cathedra. Al final, todas sus afirmaciones se basan en el (comprensible pero rechazable) voluntarismo de empeñarse en que el Papa no ha dicho nada contrario a la fe cuando lo ha hecho de forma evidente. Ojalá no lo hubiera hecho, pero lo ha hecho. Todo esto se le ha explicado muchas veces, con gran paciencia, mostrándole una y otra vez los textos del Papa en que expresamente se enseñan cosas contrarias a la fe. Pero le da igual, porque cree usted firmemente en una serie de dogmas que nada tienen de católicos (sobre la impecabilidad práctica del Papa, sobre su supuesta infalibilidad también en su magisterio falible y sobre la necesidad de acallar cualquier voz que señale lo contrario) y que le impiden ver la realidad. De ahí que insulte a todo el que se atreva a recordar la incómoda realidad. ¿Qué quiere que le diga? La realidad es la realidad, aunque no nos guste
Por otro lado, le agradecería explicite y pruebe, cuándo y a quiénes he insultado. Que si logra probarlo, me imagino que creerán mucho menos en mí.
Concedido. Citemos simplemente algunas cosas que ha dicho en mi blog: que necesito censurarle para silenciarle, que me he alejado de la verdad, que actúo contra mi conciencia, que somos enemigos del Papa, que nos escondemos dentro de la Iglesia, que somos soberbios y maliciosos, que acostumbro a eliminar los comentarios que me afectan, que le temo, que calumniamos, que nos molesta la coherencia de los demás, que mentimos, que intentamos mostrar al Papa como antipático, que elegimos titulares engañosos, que soy de una cobardía impresentable, que tengo un problema de madurez psicológica, que no puedo engañar siempre a todos, que renuncio a debatir como un hombre de bien, que le recuerdo a un niño enrabietado, que soy un soberbio, que me limito a escribir y no hago nada más, que me burlo del Vicario de Cristo, que cometemos burdas faltas de respeto al Papa, que engañamos en nuestras noticias sobre el Papa, que somos enemigos del Papa, que maquinamos desde dentro la ruina de la Iglesia, que nos provoca escozor lo que dice el Cardenal Sarah, que somos desobedientes, que me burlo de su sinceridad, que ataco con virulencia, que mi pretendido diálogo es un monólogo, que tengo miedo de publicar sus comentarios, que miento al decir por qué hago las cosas, que insultamos al Vicario de Cristo, que soy un hipócrita, que digo tonterías infantiles, que no tenemos valentía, que no respetamos a los demás, que adolecemos de impotencia de ideas y un largo etcétera porque ya me he cansado de leer sus comentarios pasados.
Todo ello, envuelto en lenguaje pasivo-agresivo y mucha referencia al “buen Dios” y a lo malo que es usted y lo importante que es respetar a todo el mundo, como si los insultos aderezados con buenismo y miel fueran menos insultos. Y añadiendo el desviar invariablemente los temas hacia lo buenos o malos que son los otros comentaristas y el hacerse el ofendidito después de insultar constantemente a los demás. Por eso, y no por otra cosa, se borran sus comentarios y, como no se enmienda, seguirán borrándose.
Saludos y que Dios le bendiga abundantemente.
Bruno Moreno