Lo siento, amigo lector. Sé que estás enredado en las compras navideñas, en instalar el Belén y el abeto, o en el desenlace del Mundial de Qatar. Siento fastidiarte la fiesta, pero tengo muy malas noticias: desde hace exactamente tres días el Gobierno está dando un golpe de Estado. Supongo que te importará un carajo, que en tu devenir diario tienes (o crees tener) cosas más importantes entre manos (como pagar el recibo de la luz sin caer en la indigencia). No te lo reprocho. Pero, de aquí a nada, lloraremos lágrimas de sangre.
Toda la biografía del presidente Sánchez está cimentada en un conjunto de mentiras. Basó su campaña a la presidencia del Gobierno en cinco promesas concretas:
(1) Ser el adalid contra la corrupción
(2) no gobernar con Podemos
(3) no pactar nunca con Bildu
(4) hacer cumplir la sentencia del Tribunal Supremo contra los golpistas catalanes (5) traer a Puigdemont a España para ponerlo a disposición de la Justicia
y (6) tipificar el delito de referéndum ilegal.
No ha cumplido ni una sola de sus promesas. Ha hecho exactamente lo contrario de aquello a lo que se comprometió, de aquello para lo que fue elegido por los españoles. Por no mencionar asuntos tales como entregar el Sahara a Marruecos y romper nuestra alianza del gas con Argelia sin dar explicación de ninguna clase, como un auténtico sátrapa. No hay antecedentes de un presidente del Gobierno que haya basado su presidencia en un listado de mentiras y en un listado de deslealtades. Sánchez no tiene legitimidad para hacer lo que está haciendo, porque nada de lo que hace se sometió a las urnas. En cambio, sí tenía legitimidad para hacer exactamente lo contrario.
El Gobierno nos tiene acostumbrados a semanas esperpénticas, pero el pasado viernes, en pleno puente de la Inmaculada, descubrimos que ya no hay límites para Sánchez y Podemos. Descubrimos que se deroga efectivamente el delito de sedición, y por lo tanto vamos a ser uno de los pocos países de la Unión Europea que se quede sin esta barrera para proteger al Estado. Descubrimos que se rebajan las penas del delito de malversación y, por tanto, gracias al incorruptible PSOE, ahora hay dos tipos de corrupción: la buena, que es la que le interesa al Partido Socialista (y a sus socios separatistas), y el resto. Y además, casi lo más grave de todo, descubrimos el descarado desmontaje de la separación de poderes del Estado y el fin de la independencia judicial: el Gobierno amenaza, literalmente, con meter en la cárcel a los jueces díscolos. Lo nunca visto.
En palabras pronunciadas ayer mismo por los indignados jueces del Consejo General del Poder Judicial, y de las que se hace eco la prensa española y extranjera, “estamos asistiendo al fin de la separación de poderes”, “el manoseo del Poder Judicial es espectacular”, “ESTO ES UN GOLPE DE ESTADO contra la Constitución”, “este es el momento más delicado de la democracia española desde el 23F”. Palabras muy duras pronunciadas por los jueces en época de villancicos, lotería, polvorones y fútbol. Palabras duras que, por desgracia, pasarán desapercibidas entre tantas luces navideñas y entre tanto escándalo que nos inmuniza. Palabras muy duras que recordaremos pronto. Pronto, sí.
Dentro de nada, si Dios no lo remedia, tendremos una Confederación Cantonal de Repúblicas Ibéricas donde antaño estuvo España. Y la tendremos ante la mirada atónita de la inmensa mayoría de los españoles, que se preguntarán unos a otros: <<¿Cuándo demonios hemos votado esto? ¿Cuándo demonios se ha cambiado la Constitución? ¿Cuándo demonios dimos permiso a nuestros representantes políticos para este absoluto desmadre? ¿Cuándo demonios dimos permiso a Cataluña, a Navarra, al País Vasco, a Baleares, para que se separaran de España? ¿Cómo es que hay jueces condenados por no plegarse a las exigencias del Gobierno, mientras que los golpistas están todos indultados? ¿De qué manera sutil se ha convertido el Tribunal Constitucional en la sede del PSOE? ¿Cómo es que están en la calle los socialistas condenados por los ERE? ¿Quién es el hijo de perra que nos ha trajo esta ruina?>>.
¿Te asombras, lector? ¿Me tomas por loco? ¿Me tomas por alarmista? ¿Te preguntas cómo va a ser esto posible? Yo te lo diré, lector: igual que fue posible en Venezuela, en Rusia o en Nicaragua; apropiándose el Gobierno lentamente, con nocturnidad y alevosía, y con mucha vaselina, del Poder Judicial, del CNI, de los medios de comunicación, de una moribunda monarquía y de todos los resortes del Estado. En otras palabras: anulando los contrapesos del Gobierno tal y como ya ha anulado Sánchez los tradicionales contrapesos internos del Partido Socialista, un erial donde ahora sólo se convocan las Ejecutivas para aplaudir al líder y hacerle las debidas reverencias. O en otras palabras: convirtiendo un presidente democrático en un Caudillo Populista al estilo de Hugo Chávez, de Nicolás Maduro, de Daniel Ortega, de Pedro Castillo, de Vladimir Hijodeputin o de Pablo Iglesias Turrión. En un Caudillo Populista que, por cierto, ya ha expresado públicamente su máximo deseo de psicópata narcisista: “pasar a los libros de Historia” por desenterrar un cadáver. Manda huevos.
Si hay una imagen visual perfecta de lo que es un Caudillo Populista, tal vez sea la que publica esta misma mañana la prensa española. Dice la noticia:
<<Rebelión sindical en La Moncloa por el uso perverso de la normativa sobre el aire acondicionado: el Comité de Empresa de La Moncloa denuncia que, debido al decreto de ahorro energético, los trabajadores han de llevar abrigo y bufanda para soportar el frío, mientras en la “zona noble” del Palacio los políticos trabajan en mangas de camisa>>.
En eso, querido lector, consisten las dictaduras caudillistas cubana, argentina, rusa, venezolana, peruana, nicaragüense o norcoreana: mierda para el pueblo y oro para las élites. Economatos sin víveres para la población general, y caviar iraní para el Régimen. Calefacción para los líderes, y frío para los demás. Así de sencillo. Así de triste. No hay más misterio.
Varios amigos de toda la vida –que sé que me quieren bien– me aconsejan que deje de opinar en las redes sociales:
<<Este es un país cainita. Ten cuidado>>, dice uno. <<Sin querer, le haces el juego a la “derecha”>>, dice otro. <<No te vaya a ocurrir algo malo>> me advierte un tercero.
Llevan razón mis amigos. Pero precisamente por eso, porque me aconsejan no opinar, me veo en la obligación de opinar. Ellos, mis amigos, me sugieren que renuncie (aquí y ahora) a la libre expresión en base a un mal futurible que pudiese caer sobre mi cabeza. Pero no se dan cuenta mis amigos de que el futurible ya no es futurible: es actual, y se llama “acojonar al discrepante para acallar sus razones”. Y en todo caso, yo ya me he resignado a ser un saco de boxeo: gracias a Dios, soy perfectamente fusilable por ambos bandos.
El mal ya no es futurible, amigos y amigas de las redes sociales. El mal ya está aquí.
El Gobierno nos tiene acostumbrados a semanas esperpénticas, pero el pasado viernes, en pleno puente de la Inmaculada, descubrimos que ya no hay límites para Sánchez y Podemos. Descubrimos que se deroga efectivamente el delito de sedición, y por lo tanto vamos a ser uno de los pocos países de la Unión Europea que se quede sin esta barrera para proteger al Estado. Descubrimos que se rebajan las penas del delito de malversación y, por tanto, gracias al incorruptible PSOE, ahora hay dos tipos de corrupción: la buena, que es la que le interesa al Partido Socialista (y a sus socios separatistas), y el resto. Y además, casi lo más grave de todo, descubrimos el descarado desmontaje de la separación de poderes del Estado y el fin de la independencia judicial: el Gobierno amenaza, literalmente, con meter en la cárcel a los jueces díscolos. Lo nunca visto.
En palabras pronunciadas ayer mismo por los indignados jueces del Consejo General del Poder Judicial, y de las que se hace eco la prensa española y extranjera, “estamos asistiendo al fin de la separación de poderes”, “el manoseo del Poder Judicial es espectacular”, “ESTO ES UN GOLPE DE ESTADO contra la Constitución”, “este es el momento más delicado de la democracia española desde el 23F”. Palabras muy duras pronunciadas por los jueces en época de villancicos, lotería, polvorones y fútbol. Palabras duras que, por desgracia, pasarán desapercibidas entre tantas luces navideñas y entre tanto escándalo que nos inmuniza. Palabras muy duras que recordaremos pronto. Pronto, sí.
Dentro de nada, si Dios no lo remedia, tendremos una Confederación Cantonal de Repúblicas Ibéricas donde antaño estuvo España. Y la tendremos ante la mirada atónita de la inmensa mayoría de los españoles, que se preguntarán unos a otros: <<¿Cuándo demonios hemos votado esto? ¿Cuándo demonios se ha cambiado la Constitución? ¿Cuándo demonios dimos permiso a nuestros representantes políticos para este absoluto desmadre? ¿Cuándo demonios dimos permiso a Cataluña, a Navarra, al País Vasco, a Baleares, para que se separaran de España? ¿Cómo es que hay jueces condenados por no plegarse a las exigencias del Gobierno, mientras que los golpistas están todos indultados? ¿De qué manera sutil se ha convertido el Tribunal Constitucional en la sede del PSOE? ¿Cómo es que están en la calle los socialistas condenados por los ERE? ¿Quién es el hijo de perra que nos ha trajo esta ruina?>>.
¿Te asombras, lector? ¿Me tomas por loco? ¿Me tomas por alarmista? ¿Te preguntas cómo va a ser esto posible? Yo te lo diré, lector: igual que fue posible en Venezuela, en Rusia o en Nicaragua; apropiándose el Gobierno lentamente, con nocturnidad y alevosía, y con mucha vaselina, del Poder Judicial, del CNI, de los medios de comunicación, de una moribunda monarquía y de todos los resortes del Estado. En otras palabras: anulando los contrapesos del Gobierno tal y como ya ha anulado Sánchez los tradicionales contrapesos internos del Partido Socialista, un erial donde ahora sólo se convocan las Ejecutivas para aplaudir al líder y hacerle las debidas reverencias. O en otras palabras: convirtiendo un presidente democrático en un Caudillo Populista al estilo de Hugo Chávez, de Nicolás Maduro, de Daniel Ortega, de Pedro Castillo, de Vladimir Hijodeputin o de Pablo Iglesias Turrión. En un Caudillo Populista que, por cierto, ya ha expresado públicamente su máximo deseo de psicópata narcisista: “pasar a los libros de Historia” por desenterrar un cadáver. Manda huevos.
Si hay una imagen visual perfecta de lo que es un Caudillo Populista, tal vez sea la que publica esta misma mañana la prensa española. Dice la noticia:
<<Rebelión sindical en La Moncloa por el uso perverso de la normativa sobre el aire acondicionado: el Comité de Empresa de La Moncloa denuncia que, debido al decreto de ahorro energético, los trabajadores han de llevar abrigo y bufanda para soportar el frío, mientras en la “zona noble” del Palacio los políticos trabajan en mangas de camisa>>.
En eso, querido lector, consisten las dictaduras caudillistas cubana, argentina, rusa, venezolana, peruana, nicaragüense o norcoreana: mierda para el pueblo y oro para las élites. Economatos sin víveres para la población general, y caviar iraní para el Régimen. Calefacción para los líderes, y frío para los demás. Así de sencillo. Así de triste. No hay más misterio.
Varios amigos de toda la vida –que sé que me quieren bien– me aconsejan que deje de opinar en las redes sociales:
<<Este es un país cainita. Ten cuidado>>, dice uno. <<Sin querer, le haces el juego a la “derecha”>>, dice otro. <<No te vaya a ocurrir algo malo>> me advierte un tercero.
Llevan razón mis amigos. Pero precisamente por eso, porque me aconsejan no opinar, me veo en la obligación de opinar. Ellos, mis amigos, me sugieren que renuncie (aquí y ahora) a la libre expresión en base a un mal futurible que pudiese caer sobre mi cabeza. Pero no se dan cuenta mis amigos de que el futurible ya no es futurible: es actual, y se llama “acojonar al discrepante para acallar sus razones”. Y en todo caso, yo ya me he resignado a ser un saco de boxeo: gracias a Dios, soy perfectamente fusilable por ambos bandos.
El mal ya no es futurible, amigos y amigas de las redes sociales. El mal ya está aquí.
El mal se llama intolerancia, totalitarismo y guerracivilismo.
El mal se llama ponerle a otro el sambenito de “fascista” o de “rojo asqueroso”.
El mal se llama creer que nuestra bandera, la española, tan solo puede gustar a los “fachas”.
El mal consiste en que te okupen la casa y tardes años en recuperarla.
El mal se llama declarar “alertas antifascistas” y tomar la calle a la fuerza cuando ganan los adversarios.
El mal se llama suprimir la Historia completa de España de los programas educativos.
El mal se llama “rodear el Congreso” si no te gusta el resultado de las urnas.
El mal se llama prohibir hablar en español en los colegios de Cataluña.
El mal se llama apedrear los mítines del oponente político.
El mal se llama tener sindicatos vendidos al Gobierno y al separatismo.
El mal se llama decir que defiendes la sanidad pública mientras llevas a tus hijos a la Ruber.
El mal se llama denominar a los escraches “jarabe democrático”.
El mal se llama apoderarse lentamente de todo el aparato del Estado.
El mal se llama indultar a los golpistas y aliarse con los filoetarras.
El mal se llama que te expulsen del Congreso por decir que los filoetarras son filoetarras.
El mal se llama sacar a los presos de ETA de la cárcel sin haber cumplido sus condenas y sin una pizca de arrepentimiento.
El mal se llama amenazar a los jueces con la cárcel si no se pliegan a los deseos del Presidente del Gobierno.
El mal se llama censura.
El mal se llama que cualquier hombre sensato evite entrar a solas en un ascensor con una mujer desconocida.
El mal se llama señalar y acosar desde el Gobierno a periodistas de prestigio (Vicente Vallés, Pablo Motos…) para callarles la boca.
El mal se llama hacer pronto diputados a los delincuentes Junqueras y Puigdemont a mayor gloria del Partido Socialista.
El mal se llama difamar al Fari (que en paz descanse) desde el Ministerio de Igualdad.
El mal se llama afirmar que los jueces son «machistas e iletrados» cuando Podemos se equivoca al hacer las leyes.
El mal se llama entregar el Sahara a los marroquíes porque te sale de los huevos. El mal se llama hacer un Código Penal a beneficio de los delincuentes.
El mal se llama afirmar desde el Gobierno que los jueces son unos «fachas con toga», y que hay que sustituirlos por afines al Partido Socialista.
El mal se llama tener a la población pasando frío mientras el Gobierno, en las habitaciones VIP del Palacio de La Moncloa, trabaja en mangas de camisa.
Y el mal se llama, en resumidas cuentas, tener a un Presidente narcisista y mentiroso que, como Luis XIV (el Rey Sol), está convencido de que el Estado es Él. Él. Él. Él. Sólo Él.
Lo dicho, lector. Siento fastidiarte la fiesta, pero la cosa está así. Y no olvides nunca lo siguiente: para que triunfe el mal, sólo hace falta que los buenos se inhiban.
Piensa, al menos, en qué lado de la trinchera te colocarás tú.
Lo dicho, lector. Siento fastidiarte la fiesta, pero la cosa está así. Y no olvides nunca lo siguiente: para que triunfe el mal, sólo hace falta que los buenos se inhiban.
Piensa, al menos, en qué lado de la trinchera te colocarás tú.
Juan Manuel Jiménez Muñoz, médico y escritor malagueño
NOTA: He suprimido algunas expresiones (pocas) o las he cambiado por otras que significan lo mismo, pero en un lenguaje menos hiriente. Asumo la responsabilidad porque no hay ninguna variación en el contenido de este artículo. En cualquier caso, siempre se puede acudir al original, pinchando en el título.