(s.m.) Tanto más en este tiempo de Adviento, la gran liturgia de la Iglesia católica está literalmente en las antípodas de la rampante nueva religion de la naturaleza, con la tierra como diosa madre.
Que los cielos “hagan llover al Justo” y que la tierra “se abra y germine al Salvador”. Esto es lo que canta y espera la Iglesia, como hará dentro de unos días en el admirable Introito gregoriano “Rorate caeli” del cuarto domingo de Adviento. La naturaleza y el hombre no tienen otra razón última sino en Dios, su Creador y Salvador.
El canto gregoriano es expresión perfecta de esta visión bíblica y cristiana de la tierra. Y esto es lo que explica en esta página de Settimo Cielo el maestro Fulvio Rampi, gran experto y devoto de este canto profano que se hace uno con la liturgia católica, una liturgia cuya ofuscación actual se debe en parte al imperdonable abandono del canto gregoriano.
Rampi enseña prepolifonía en el Conservatorio de Turín y dirige los “Cantori Gregoriani” y el “Coro Sicardo” en Cremona, donde también fue maestro de coro de la catedral. Es uno de los mayores gregorianistas del mundo, autor de importantes libros, ha dirigido y grabado una cantidad impresionante de cantos y sus conferencias pueden seguirse en su página web personal, en italiano y en inglés.
¡Disfruten leyendo y escuchando los ocho audios incluidos en el texto!
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LA ECOLOGÍA SEGÚN EL CANTO GREGORIANO
por Fulvio Rampi
Lo que identifica a cada canto gregoriano -ese “sonido de la Palabra” que la Iglesia latina ha definido en términos exclusivos como “propio”- es ante todo su ubicación en un momento celebrativo preciso, que a su vez se caracteriza necesaria e íntimamente en el plano estético por unos textos propios y una disposición estilístico-formal específica.
A esto se añade la dimensión diacrónica, igualmente esencial, es decir, la pertenencia a un tiempo celebrativo que sitúa cada pasaje en el corazón del itinerario cristológico marcado por el año litúrgico.
Pero en este inmenso tesoro musical es posible también vislumbrar hilos rojos que recorren y marcan el fluir del tiempo litúrgico, los cuales vinculan las distintas piezas a un tema recurrente.
Uno de los hilos que es posible distinguir tiene como tema la tierra, es decir, la mirada que el canto gregoriano reserva, por así decir, a la “cuestión ecológica”.
El tema de la tierra es muy apreciado en la Sagrada Escritura, la cual nos enseña desde el libro del Génesis que el hombre y la tierra están puestos por Dios en estrecha relación con Él y entre ellos. El hombre está moldeado por la tierra, hecho de “polvo de suelo”, pero Dios insufla en él su espíritu. En abierta polémica contra todo mito antiguo y nuevo que sacraliza a la diosa tierra como madre ancestral, la sabiduría bíblica nos recuerda que el hombre es efectivamente terrenal, frágil fruto caduco de la tierra, pero no es hijo de ella, porque ha sido creado por Dios.
En consecuencia, lejos de toda idolatría, Israel no celebra la tierra en sí misma. Todo es un conducto y una referencia cruzada que remite a Aquél de quien todo proviene. Todas las instituciones y acontecimientos de la salvación son dones del poderoso aliento de Dios, que a partir de la creación del hombre sigue fecundando esta tierra y su historia, dándole vida y reviviéndola más allá de toda posibilidad. El canto gregoriano, en su discurrir a través de los tiempos litúrgicos, confirma precisamente esta clave de lectura.
Ya la “Communio” del primer domingo de Adviento, “Dominus dabit benignitatem”, se sitúa en la perspectiva mencionada. El análisis de este pasaje revela la primacía del sujeto, “Dominus”, puesto de manifiesto en particular por el melisma en la sílaba final de esta primera palabra decisiva. El Señor es el sujeto protagonista, del que procede toda la continuación de la antífona: la tierra “dabit fructum suum”, dará su fruto, precisamente porque “Dominus dabit benignitatem”.
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“Dominus dabit benignitatem:
et terra nostra dabit fructum suum”.
El salmo 84, del que está tomado el texto de esta “Communio”, resuena también en el Ofertorio del 3º domingo de Adviento con el versículo 2: “Benedixisti Domine terram tuam”, donde se puede ver cómo el énfasis musical en “terram” está subordinado a la bendición divina, citada en el mismo inicio del pasaje.
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et terra nostra dabit fructum suum”.
El salmo 84, del que está tomado el texto de esta “Communio”, resuena también en el Ofertorio del 3º domingo de Adviento con el versículo 2: “Benedixisti Domine terram tuam”, donde se puede ver cómo el énfasis musical en “terram” está subordinado a la bendición divina, citada en el mismo inicio del pasaje.
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“Benedixisti Domine terram tuam:
avertisti captivitatem Jacob:
remisisti iniquitatem plebis tuae”.
El binomio hombre-tierra, ampliamente desarrollado en el Antiguo Testamento, encuentra solución en Jesucristo. En efecto, la encarnación manifiesta su irreversible vínculo al proyecto salvífico de Dios. El Hijo de Dios, el Verbo a través del cual se ha hecho todo – como recita el prólogo del Evangelio de san Juan – se hace hombre, razón por la cual la tierra recibe ya no una idea, sino a una Persona: ya no la justicia, sino al Justo que la realiza; ya no la salvación, sino al Salvador.
Es lo que se proclama en el IV domingo de Adviento con el Introito “Rorate coeli”, cuyo texto original extraído del profeta Isaías ha sido forzado en clave cristológica por san Jerónimo, en su traducción latina. De este modo el don de Dios, que el Antiguo Testamento había identificado en el don de la tierra, es transferido a la persona de Cristo.
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avertisti captivitatem Jacob:
remisisti iniquitatem plebis tuae”.
El binomio hombre-tierra, ampliamente desarrollado en el Antiguo Testamento, encuentra solución en Jesucristo. En efecto, la encarnación manifiesta su irreversible vínculo al proyecto salvífico de Dios. El Hijo de Dios, el Verbo a través del cual se ha hecho todo – como recita el prólogo del Evangelio de san Juan – se hace hombre, razón por la cual la tierra recibe ya no una idea, sino a una Persona: ya no la justicia, sino al Justo que la realiza; ya no la salvación, sino al Salvador.
Es lo que se proclama en el IV domingo de Adviento con el Introito “Rorate coeli”, cuyo texto original extraído del profeta Isaías ha sido forzado en clave cristológica por san Jerónimo, en su traducción latina. De este modo el don de Dios, que el Antiguo Testamento había identificado en el don de la tierra, es transferido a la persona de Cristo.
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“Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum:
aperiatur terra, et germinet Salvatorem”.
Llegamos así a las tres Misas de Navidad, donde en todos los Ofertorios respectivos se cita el tema de la tierra con amplio énfasis: “Laetentur coeli et exsultet terra” en la Misa de Nochebuena; “Deus enim firmavit orbem terrae”, Dios ha hecho firme la tierra, en el Ofertorio de la Misa de la Aurora; y finalmente proclamando en el Ofertorio de la Misa del día: “Tui sunt coeli et tua est terra”.
Precisamente la Misa del día de Navidad es el contexto en el que este tema se hace más presente: en el aleluya “Dies sanctificatus”, por ejemplo, donde en cierto momento se canta: “Hodie descendit lux magna super terram”, pero sobre todo en el Gradual y en la “Communio”, que retoman la misma línea del Salmo 97: “Viderunt omnes fines terrae salutare Dei nostri”, todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios. Con un énfasis especial reservado precisamente a “terrae” en la primera parte de la “Communio”.
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aperiatur terra, et germinet Salvatorem”.
Llegamos así a las tres Misas de Navidad, donde en todos los Ofertorios respectivos se cita el tema de la tierra con amplio énfasis: “Laetentur coeli et exsultet terra” en la Misa de Nochebuena; “Deus enim firmavit orbem terrae”, Dios ha hecho firme la tierra, en el Ofertorio de la Misa de la Aurora; y finalmente proclamando en el Ofertorio de la Misa del día: “Tui sunt coeli et tua est terra”.
Precisamente la Misa del día de Navidad es el contexto en el que este tema se hace más presente: en el aleluya “Dies sanctificatus”, por ejemplo, donde en cierto momento se canta: “Hodie descendit lux magna super terram”, pero sobre todo en el Gradual y en la “Communio”, que retoman la misma línea del Salmo 97: “Viderunt omnes fines terrae salutare Dei nostri”, todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios. Con un énfasis especial reservado precisamente a “terrae” en la primera parte de la “Communio”.
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“Viderunt omnes fines terrae
salutare Dei nostri”.
Con la Epifanía, al tema de la tierra se une el de la adoración. Hay que subrayar el hecho que no sólo están llamados a la adoración los Magos, los reyes del mundo y las naciones, (como nos dicen el Aleluya, el Ofertorio y la Communio), sino que también la tierra misma, toda la tierra, está llamada a adorar al Señor.
En efecto, en el segundo domingo después de la Epifanía, el Introito retoma el texto del Salmo 65: “Omnis terra adoret te, Deus”, toda la tierra te adora, oh Dios. El énfasis musical decisivo, tanto melódico como rítmico, está precisamente en el verbo “adoret”: la tierra, toda la tierra, está llamada a adorar a Dios, en resonancia con la manifestación y la realeza celebradas unos días antes en la solemnidad de la Epifanía.
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salutare Dei nostri”.
Con la Epifanía, al tema de la tierra se une el de la adoración. Hay que subrayar el hecho que no sólo están llamados a la adoración los Magos, los reyes del mundo y las naciones, (como nos dicen el Aleluya, el Ofertorio y la Communio), sino que también la tierra misma, toda la tierra, está llamada a adorar al Señor.
En efecto, en el segundo domingo después de la Epifanía, el Introito retoma el texto del Salmo 65: “Omnis terra adoret te, Deus”, toda la tierra te adora, oh Dios. El énfasis musical decisivo, tanto melódico como rítmico, está precisamente en el verbo “adoret”: la tierra, toda la tierra, está llamada a adorar a Dios, en resonancia con la manifestación y la realeza celebradas unos días antes en la solemnidad de la Epifanía.
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“Omnis terra adoret te, Deus, et psallat tibi:
psalmum dicat nomini tuo, Altissime”.
Es interesante cómo también se pone en evidencia en Pascua el tema de la tierra. El Ofertorio de la Misa del día comienza con esta misma palabra, unida a los dos verbos siguientes de signo opuesto: “Terra tremuit et quievit”, la tierra ha temblado y se ha aquietado.
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psalmum dicat nomini tuo, Altissime”.
Es interesante cómo también se pone en evidencia en Pascua el tema de la tierra. El Ofertorio de la Misa del día comienza con esta misma palabra, unida a los dos verbos siguientes de signo opuesto: “Terra tremuit et quievit”, la tierra ha temblado y se ha aquietado.
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“Terra tremuit et quievit,
dum resurgeret in iudicio Deus, alleluia”.
Al día siguiente, “feria secunda” de la octava de Pascua, el Introito retoma el tema con la alusión en clave cristológica al éxodo de Egipto y a la entrada en la tierra prometida: “Introduxit vos Dominus in terram fluentem lac et mel”, el Señor os ha introducido en la tierra en la que mana leche y miel.
El tiempo pascual es tiempo de aleluya, es decir, de júbilo y proclamación. También la tierra participa en ella, y cada domingo de Pascua, después del domingo “in albis”, contiene esta invitación en sus propios cantos, particularmente en los introitos.
Así sucede con el alegre Introito del octavo modo del tercer domingo, con el texto del Salmo 65: “Iubilate Deo omnis terra”. El júbilo de la tierra encuentra raíz y razón en la misericordia, con la que el Señor ha colmado la tierra misma.
Es lo que nos dice el Introito del IV Domingo de Pascua, con las palabras del Salmo 32: “Misericordia Domini plena est terra”. La progresión melódico-rítmica de esta antífona está mucho más contenida por la exuberante “Iubilate Deo” del domingo anterior: aquí estamos en el modo IV, el “deuterus plagale”, la misma modalidad tónica del sorprendente Introito “Resurrexi” del Domingo de Pascua.
En el V Domingo de Pascua vuelve el tema del júbilo, en el Ofertorio que proclama: “Iubilate Deo universa terra”. Y después de la preparación, la adoración, la misericordia, el júbilo, llega el tema del anuncio, que encuentra espacio en el Introito del VI Domingo de Pascua, “Vocem iucunditatis annuntiate”: un anuncio gozoso destinado a llegar hasta los confines de la tierra, “usque ad extremum terrae”, expresado melódicamente con las notas agudas de la melodía de toda la pieza.
dum resurgeret in iudicio Deus, alleluia”.
Al día siguiente, “feria secunda” de la octava de Pascua, el Introito retoma el tema con la alusión en clave cristológica al éxodo de Egipto y a la entrada en la tierra prometida: “Introduxit vos Dominus in terram fluentem lac et mel”, el Señor os ha introducido en la tierra en la que mana leche y miel.
El tiempo pascual es tiempo de aleluya, es decir, de júbilo y proclamación. También la tierra participa en ella, y cada domingo de Pascua, después del domingo “in albis”, contiene esta invitación en sus propios cantos, particularmente en los introitos.
Así sucede con el alegre Introito del octavo modo del tercer domingo, con el texto del Salmo 65: “Iubilate Deo omnis terra”. El júbilo de la tierra encuentra raíz y razón en la misericordia, con la que el Señor ha colmado la tierra misma.
Es lo que nos dice el Introito del IV Domingo de Pascua, con las palabras del Salmo 32: “Misericordia Domini plena est terra”. La progresión melódico-rítmica de esta antífona está mucho más contenida por la exuberante “Iubilate Deo” del domingo anterior: aquí estamos en el modo IV, el “deuterus plagale”, la misma modalidad tónica del sorprendente Introito “Resurrexi” del Domingo de Pascua.
En el V Domingo de Pascua vuelve el tema del júbilo, en el Ofertorio que proclama: “Iubilate Deo universa terra”. Y después de la preparación, la adoración, la misericordia, el júbilo, llega el tema del anuncio, que encuentra espacio en el Introito del VI Domingo de Pascua, “Vocem iucunditatis annuntiate”: un anuncio gozoso destinado a llegar hasta los confines de la tierra, “usque ad extremum terrae”, expresado melódicamente con las notas agudas de la melodía de toda la pieza.
“Vocem iucunditatis annuntiate,
et audiatur, alleluia:
nuntiate usque ad extremum terrae:
liberavit Dominus populum suum, alleluia, alleluia”.
El hilo rojo que, partiendo del Adviento, atravesó también el tiempo pascual, llega finalmente a Pentecostés, desembarco definitivo de un recorrido marcado por la iniciativa divina sobre toda la creación, solemnemente resumida en el incipit del admirable Introito: “Spiritus Domini replevit orbem terrarum”.
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et audiatur, alleluia:
nuntiate usque ad extremum terrae:
liberavit Dominus populum suum, alleluia, alleluia”.
El hilo rojo que, partiendo del Adviento, atravesó también el tiempo pascual, llega finalmente a Pentecostés, desembarco definitivo de un recorrido marcado por la iniciativa divina sobre toda la creación, solemnemente resumida en el incipit del admirable Introito: “Spiritus Domini replevit orbem terrarum”.
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“Spiritus Domini replevit orbem terrarum, alleluia:
et hoc quod continet omnia,
scientiam habet vocis, alleluia, alleluia, alleluia”.
En síntesis: el canto gregoriano, constantemente suspendido entre el cielo y la tierra, se convierte en voz noble y humilde (de “humus”, tierra) de esta misma superabundancia de gracia. Entonando siempre la respuesta adecuada y hecha suya por la Iglesia.
et hoc quod continet omnia,
scientiam habet vocis, alleluia, alleluia, alleluia”.
En síntesis: el canto gregoriano, constantemente suspendido entre el cielo y la tierra, se convierte en voz noble y humilde (de “humus”, tierra) de esta misma superabundancia de gracia. Entonando siempre la respuesta adecuada y hecha suya por la Iglesia.
Sandro Magister