Este, y no otro, es el secreto de todo el modernismo teológico: atreverse a descubrir el gran fracaso que ha tenido la Iglesia y reconocer que seguir por el mismo camino no tiene sentido. Han pasado dos mil años desde Jesucristo y la humanidad tiene los mismos problemas, los mismos conflictos, los mismos sufrimientos. Sí, hay algunos santos aquí y allá, pero en esencia todo sigue igual, la masa de los cristianos se confiesan siempre de las mismas cosas y saben en su interior que es imposible no pecar. La Iglesia, sin embargo, se empeña en martirizarles con sus exigencias y mandamientos, convirtiendo su vida en una tortura de culpas y arrepentimientos, un combate sin esperanza contra sus deseos más profundos, en vez de hacer felices a los hombres, que es para lo que existe.
La única solución es abandonar el concepto mismo de pecado y reconocer que todo lo que hace el hombre está bien, que todos somos santos y buenos sin necesidad de ninguna conversión. ¿Engañas a tu mujer y te vas con otra más joven? No pasa nada, la Iglesia te acompañará en tu nuevo camino de santidad y se asegurará de que no escuches la palabra adulterio y otros conceptos ofensivos. ¿Quieres suicidarte, usar anticonceptivos, acostarte con tu novia, robar un poquito a tu empresa o emborracharte todos los viernes? Adelante. Puede que no sea el ideal, pero da igual. Todo va bien y cualquiera que lo niegue es un profeta de desdichas, un retrógrado y un rígido.
La misericordia no da la lata con que hay que cambiar y dejar de pecar, como si fuera una madrastra y no una madre. La verdadera misericordia es la que dice al hombre que está bien como está, que es perfecto en su imperfección y santo en sus pecados. Dios es misericordioso y le gustas así como eres, no necesitas cambiar. Más aún, es imposible cambiar. La esperanza es un espejismo medieval: el ser humano no puede salir del pecado y no necesita hacerlo.
¿Te avergüenzan partes de la fe de la Iglesia? ¿Te resultan antiguas y notas que no están en consonancia con los signos de los tiempos? Abandónalas sin ningún escrúpulo. Lo importante es tu verdad. Dios quiere, sobre todo, que seas sincero contigo mismo, en el sentido de que debes hacer lo que te venga en gana hoy, feliz en tu mediocridad y superficialidad. Aurea mediocritas. En cierto modo, así es como se lleva a cabo el mito de la encarnación: Dios se hace pequeño, se convierte en un dios a tu medida y a tu gusto: ¡un dios a tu imagen y semejanza!
Y, si necesitas una causa, algo que te dé la sensación de que haces cosas importantes y también (¿por qué no?) te permita sentirte mejor que los demás, tienes nuevos ideales blanditos, de esos que no exigen nada concreto, como la ecología, la fraternidad universal o, en general, el progresismo. Tienen todo lo bueno de la religión, pero sin la molesta necesidad de cambiar de vida o abandonar el pecado.
Por fin se ha descubierto la solución al problema de la humanidad. Este, y no otro, es el secreto de todo el modernismo teológico, que podría formularse también de esta manera: los cristianos de hoy somos mejores que Jesucristo.
Bruno Moreno