Al enterarme de que la Santa Sede ha publicado una declaración para regañar a los obispos alemanes por su “camino sinodal”, he estado a punto de pedir al párroco que eche al vuelo las campanas de mi pueblo. A fin de cuentas, el comportamiento de los obispos alemanes, junto con muchos fieles “importantes”, lleva años siendo un gran escándalo para toda la Iglesia.
Estupefactos, hemos podido contemplar cómo sucesores de los Apóstoles han defendido en público y repetidas veces abandonar la enseñanza moral irreformable de la Iglesia en cuestiones como los anticonceptivos o las parejas del mismo sexo, además de poner en duda la fe católica sobre el sacerdocio el matrimonio y otros temas. Todo ello sin que la autoridad de la Iglesia los corrigiera.
Por fin parece que ha llegado el tiempo de la corrección. ¿Habrá que echar las campanas al vuelo? Me temo que no.
Si uno lee la declaración, al principio tiene la impresión de que, en efecto, la Santa Sede ha corregido a los obispos alemanes por pretender que se cambien la fe y la moral católicas, ya que el texto afirma que “el ‘Camino Sinodal’ en Alemania no está autorizado a obligar a los obispos y a los fieles a adoptar nuevas formas de gobierno y nuevas orientaciones de doctrina y moral”. Estupendo, nada que objetar. El famoso Camino Sinodal alemán no tiene absolutamente ninguna autoridad ni sobre los obispos, ni sobre los fieles, ni sobre la Iglesia ni sobre la doctrina o la moral.
El problema viene a continuación, cuando la declaración dice esto:
“No sería admisible introducir nuevas estructuras o doctrinas oficiales en las diócesis antes de que se haya alcanzado un acuerdo a nivel de la Iglesia universal, lo que constituiría una violación de la comunión eclesial y una amenaza para la unidad de la Iglesia”.
Me he quedado asombrado al leer ese párrafo, en el que se afirma que no se pueden introducir nuevas doctrinas “hasta que se haya alcanzado un acuerdo” en toda la Iglesia. Esto es increíble. Como sabe cualquier niño de catequesis de primera Comunión, lo católico es que no se pueden introducir nuevas doctrinas. Punto. La Iglesia no se inventa nuevas doctrinas ni las descubre, sino que transmite lo que recibió del mismo Cristo a través de los Apóstoles, el depósito de la fe. Puede y debe explicar lo mejor posible ese depósito, profundizar en él y aplicarlo a cada situación que vaya surgiendo, pero no cambiarlo ni añadir nada.
Esto es lo que la Iglesia ha creído siempre sobre sí misma: el Magisterio está al servicio del depósito de la fe, no es su dueño. El Concilio Vaticano I lo enseñó con absoluta claridad: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Constitución dogmática Pastor Aeternus). También el Concilio Vaticano II dice lo mismo en múltiples lugares: “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones” (Dei Verbum 7).
Igualmente asombroso es que el motivo de la supuesta corrección sea simplemente la “comunión” y la “unidad” de la Iglesia, de manera que queda abierto el camino a que esas mismas barbaridades contrarias a la fe que defienden muchos obispos alemanes sean asumidas por la Iglesia siempre que el cambio se haga conjuntamente y no por separado. Increíblemente, en lugar de condenar las negaciones de la fe que se están realizando en Alemania a la vista de todos, se piden que esas negaciones de la fe “desemboquen en el proceso sinodal”. ¡Y se afirma que eso contribuirá “al enriquecimiento mutuo” y a dar “testimonio” de unidad y de “fidelidad al Señor”! ¿Se han vuelto locos? ¿Negar públicamente la fe es testimonio de fidelidad a Dios siempre que se haga en unión con las otras diócesis del mundo?
Es terrible. No se hace ni una sola mención de la fe católica, que ha sido pública y repetidamente negada por los obispos alemanes. Es decir, en la práctica, las múltiples menciones que se hacen de la “comunión” eclesial no parecen referirse a la auténtica comunión en la fe que no puede cambiar y que hemos recibido del mismo Dios. Más bien se trataría de una especie de disciplina de partido eclesial, que impide que cada uno vaya por libre a la hora de cambiar la fe, pero no que la Iglesia entera cambie esa fe. El problema no es que, de hecho, los obispos alemanes hayan negado la fe y la moral de la Iglesia, sino que lo hagan por separado.
Desgraciadamente, esto no es nuevo. Empezando desde los dos sínodos de la familia y siguiendo con los de los jóvenes, la Amazonia o el actual sínodo de la sinodalidad, la consigna pública durante este pontificado ha sido siempre que se aceptan todas las opiniones, aunque sean contrarias a la fe. Para “hacer lío”, supongo. Como si la Iglesia pudiera reinventarse en cada momento y no hubiera ya un depósito de la fe que no se puede tocar. Por supuesto, después de los sínodos, incluso cuando no se asumen oficialmente esas posturas contrarias a la fe, el hecho es que nunca se condenan ni se reprende a los que las defienden. Multitud de obispos dijeron barbaridades sobre la indisolubilidad matrimonial en los sínodos sobre la familia y nunca se han molestado en retractarse. En la Academia Pontificia para la Vida se han nombrado miembros que abiertamente rechazan la moral de la Iglesia sobre los temas de los que se ocupa la propia Academia. Se está dando la comunión a los divorciados que viven en adulterio en multitud de diócesis del mundo, incluida la propia Roma. Y no pasa nada. Nunca pasa nada.
Así no podemos seguir. Aunque la Santa Sede no niegue la fe, de hecho y oficialmente permite que se niegue, no corrige esa negación e incluso anima a expresar opiniones contrarias a la fe católica en el sínodo sobre la sinodalidad. Esto, desgraciadamente, apenas se diferencia de abandonar la fe, porque cuando la fe se convierte en una opinión más entre otras, ya no es fe.
No dudo de que la declaración sea bienintencionada y quiera evitar un cisma, pero lo cierto es que todo lo que no se fundamente en la fe es como una casa construida sobre arena: llegan los vientos de la modernidad, las nuevas modas, las exigencias del mundo y la derriban.
Bruno Moreno