¿Qué es la muerte? La muerte es la separación temporal del alma y del cuerpo.
¿Por qué es la muerte una separación? Porque la muerte no hace más que desunir las partes de que está compuesto el hombre, pero no las destruye. La muerte no destruye el alma, que por ser una sustancia simple y espiritual, es naturalmente inmortal. No destruye los elementos del cuerpo, pues nada de cuanto Dios ha creado vuelven a la nada.
¿Por qué hemos dicho que es temporal esta separación? Porque el día deja resurrección, el alma volverá a juntarse con su propio cuerpo.
¿De qué despoja la muerte al hombre? La muerte despoja al hombre de todo lo que posee en este mundo, y reduce su cuerpo a polvo. “Pero el hombre, una vez muerto, y descarnado y consumido, dime ¿Qué se hizo de él?” (Job., XIV, 10).
¿Qué nos enseña la fe tocante a la muerte? Nos enseña: 1° que la muerte es inevitable. “Polvo eres, y a ser polvo tornarás” (Gen., III, 19). 2° Que la muerte es el castigo del pecado. “La muerte se fue propagando en todos los hombres, por aquel solo Adán en quien todos pecaron” (Rom., V, 12). 3° Que moriremos una sola vez. “Está decretado a los hombres el morir una sola vez” (Hebr., IX, 27). 4° Que la muerte fija irrevocablemente nuestra suerte. “Si el árbol cayere hacia el Mediodía o hacia el Norte, doquiera que caiga, allí quedará” (Ecl., XI, 3) – “Mientras tenemos tiempo, hagamos bien a todos” (Gal., VI, 10), porque viene la noche de la muerte, cuando nadie puede trabajar” (Juan IX, 4).
¿Quiénes son los que niegan estas dos últimas verdades de nuestra santa fe? Los partidarios de la metempsicosis, los cuales pretenden que las almas pasan por una serie indefinida de existencias, transmigrando de un cuerpo a otro más o menos perfecto, según que hayan vivido con mayor o menor santidad en el cuerpo precedente.
¿Conocemos la hora de nuestra muerte? Dios se ha reservado el secreto no solamente del tiempo y del lugar de nuestra muerte, sino también de la manera como hemos de morir y del estado en que se encontrará nuestra alma en aquella hora decisiva. “Velad vosotros, ya que no sabéis ni el día ni la hora” (Mat., XXV, 13).
¿Por qué permite Dios que ignoremos la hora de nuestra muerte? Para enseñarnos que siempre debemos estar dispuestos a comparecer delante de Él. “Estad siempre prevenidos, porque a la hora que menos pensáis vendrá el Hijo del hombre” (Luc., XII, 40).
¿Es la muerte igual para todos los hombres? No: pues la del justo es preciosa a los ojos del Señor (Salmo CXV, 15), y la de los pecadores es funestísima (Salmo XXXIII, 23).
¿Por qué es preciosa la muerte del justo? 1° Porque la muerte es el término de su destierro. “Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado” (Salmo CXIX, 13). 2° Porque lo saca de su prisión. “Saca de esta cárcel a mi alma para que alabe tu santo nombre” (Salmo CXLI, 8) – “Oh qué hombre tan infeliz soy yo! ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte” (Rom., VII, 24). 3º Porque lo introduce en la morada de la luz y de la felicidad. “Amaneció la luz al justo, y la alegría a los de recto corazón” (Salmo XCVI, 11).
La muerte ¿es para el justo una verdadera muerte? No: pues para el justo, morir es entrar en la verdadera vida. “No moriré, sino que viviré y publicaré las obras del Señor” (Salmo CXVII, 17).
¿Por qué es horrible la muerte del pecador? 1° Porque para él la muerte es la pérdida eterna de todo lo que ha amado. “¿Conque así me ha de separar de todo la amarga muerte?” (I Reyes XV, 33). 2° Porque lo precipita en la muerte eterna. “Horrenda cosa es por cierto caer en manos del Dios vivo” (Hebr., X, 31).
Ya que la muerte decide nuestra suerte eterna, ¿qué debemos hacer? Debemos: 1° Pensar a menudo en la muerte. Nada hay más saludable que este pensamiento para desasir nuestra alma de los bienes corruptores de la tierra, e inclinarla a reducir el cuerpo a servidumbre, pues dentro de poco esos bienes le serán quitados y el cuerpo será pasto de los gusanos. “He dicho a la podredumbre: Tú eres mi padre; y a los gusanos: Vosotros sois mi madre y mi hermana” (Job., XVII, 14). 2º Persuadirnos íntimamente de que la muerte está cerca. “En verdad que como una sombra pasa el hombre” (Salmo XXXVIII, 7) – “Estoy cierto de que pronto saldré de él (el cuerpo)” (II Pedro I, 14). 3° Poner pronto en orden nuestra conciencia. “Dispón de las cosas de tu casa; porque vas a morir, y estás al fin de tu vida” (Isaías XXXVIII, 1). 4° Estar siempre dispuestos a comparecer delante de Dios, pues la muerte vendrá como un ladrón (Mat., XXIV, 43). 5° Desear ardientemente el morir con la muerte de los santos. “Ojalá pueda yo lograr el morir como los justos, y que sea mi fin semejante al suyo” (Núm., XXIII, 10) – “Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y estar con Cristo” (Filip., I, 23).
Juan Cruz