Antes de fallecer, el cardenal Pell escribió un artículo para el diario británico The Spectator. Esto, en principio, no debería tener nada de especial. Los obispos y sus colaboradores escriben infinidad de artículos, cartas pastorales, sermones, planes pastorales, declaraciones, notas de prensa y todo tipo de documentos, que prácticamente nadie lee.
Este artículo, sin embargo, es diferente. En efecto, el cardenal, quizá sintiendo la muerte cercana, decidió expresarse sin los habituales eufemismos y circunloquios episcopales y escribió lo que gran cantidad de obispos no se atreven más que a susurrar a sus amigos y colaboradores cercanos: el rey sinodal está desnudo.
El artículo, de hecho, empieza con una fuerte descalificación: el sínodo “se afana en construir lo que consideran que es el “sueño de Dios” de la sinodalidad. Desgraciadamente, este sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica a pesar de las aparentes buenas intenciones de los obispos”. Un lenguaje tan claro y negativo sobre una actividad oficial de la Iglesia es prácticamente desconocido en las declaraciones episcopales modernas.
Como prueba de lo que afirma, el cardenal presenta el folleto de 45 páginas en el que se resumen las discusiones de la primera etapa sinodal de “escucha y discernimiento” que ha tenido lugar en todo el mundo y que, en opinión del purpurado es “uno de los documentos más incoherentes que Roma ha emitido nunca”. El documento, titulado “Amplía el espacio de tu tienda” compara a la Iglesia con una tienda y pretende que en esa tienda ya no solo quepan los conversos, los bautizados que tienen fe y han cambiado su vida, sino “cualquiera que tenga el suficiente interés para escuchar”. En consecuencia, se urge a los participantes a dar la bienvenida a todos y a ser radicalmente inclusivos, de acuerdo con el lema “nadie está excluido”.
Este enfoque se basa, según el cardenal, en la idea de que hay que “escuchar en el Espíritu” y escuchar también “el grito de los pobres y de la Tierra”. De ese presupuesto surge el concepto de sinodalidad “como una forma de ser para la Iglesia que no se debe definir, sino solo vivir”. Por lo visto, la sinodalidad “gira en torno a cinco tensiones creativas, empezando por la inclusión radical y moviéndose hacia la misión con un estilo participativo, practicando la ‘corresponsabilidad con otros creyentes y personas de buena voluntad’”. Como consecuencia, hay que dejar atrás las disputas y pasar al diálogo, rechazando “la distinción entre creyentes y no creyentes”.
¿Qué significa esto? Que “debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, los anticonceptivos, la ordenación de las mujeres y los actos homosexuales”, así como “la poligamia, el divorcio y los nuevos matrimonios”, “algunos sentían que no se puede establecer ni proponer ninguna postura definitiva sobre estas cuestiones”. En cambio, sí son males objetivos la posición inferior de la mujer en la Iglesia y el clericalismo. Esta actitud es especialmente peligrosa en un momento en que, “fuera del sínodo, la disciplina se está disolviendo, especialmente en el norte de Europa, donde unos pocos obispos no han sido corregidos” después de mostrar su rechazo de la doctrina de la Iglesia sobre temas como la homosexualidad.
Esto no debería sorprender a nadie, teniendo en cuenta que, como el propio cardenal Pell recuerda, el Relator del sínodo, el cardenal Jean-Claude Hollerich, que es el principal redactor y gestor del proceso sinodal, “ha rechazado públicamente la enseñanza básica de la Iglesia sobre la sexualidad, afirmando que contradice la ciencia moderna”. No es extraño que el cardenal Pell, justamente indignado, afirme que “en una época normal, esto habría hecho que su permanencia en el puesto de Relator fuera inadecuada y, de hecho, imposible”.
Llegados a este punto, el cardenal abandona cualquier cautela y expresa con total claridad la opinión que le merece el proceso sinodal hasta el momento: “¿Qué debemos pensar de este popurrí, de esta sobreabundancia de buena voluntad New Age? No es un resumen de la fe católica ni de la enseñanza del Nuevo testamento. Es incompleto, hostil de modo significativo a la Tradición apostólica y no reconoce en ningún lugar el Nuevo Testamento como la Palabra de Dios, normativa para cualquier enseñanza sobre la fe y la moral. El Antiguo Testamento es ignorado, el patriarcado se rechaza y no se reconoce la Ley mosaica, incluidos los diez mandamientos”.
A esto se suma que el procedimiento sinodal tiende a dejar de lado la autoridad de los obispos y de los ministros ordenados. En primer lugar haciendo únicamente hincapié en un gobierno de la Iglesia “menos jerárquico y más circular y participativo”. En segundo lugar, porque no permite que los obispos voten y presenten propuestas, sino que solo pueden transmitir las opiniones del comité organizador al Santo Padre, lo que “no es el procedimiento debido y se presta a la manipulación”. Esta forma de organizar el sínodo, para el cardenal, “carece de justificación bíblica o tradicional”.
Las conclusiones actuales del sínodo “no cuentan con la aprobación de la gran mayoría de los católicos practicantes del mundo”, solo “ahondan las divisiones” y permiten que “unos pocos puedan aprovechar la confusión y la buena voluntad”. En esencia, además de guardar silencio sobre los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria), llevan al “aumento de la confusión, el ataque a la moral tradicional, la inserción en el diálogo de una jerga neomarxista sobre exclusión, alienación, identidad, marginalización, los sin voz y las cuestiones LGTBQ y el postergamiento de las nociones cristianas de perdón, pecado, sacrificio, sanación y redención”.
El cardenal Pell recuerda que “los principales actores de todos los sínodos (y concilios) católicos” han sido los obispos” y propone que “de forma amable y cooperativa esto se afirme y se ponga en práctica”, para que las “iniciativas pastorales se mantengan dentro del límite de la sana doctrina”. En su opinión, “los obispos deben darse cuenta de que hay que hacer algo, en el nombre de Dios, más pronto que tarde”.
Después de leer la opinión del cardenal acerca del proceso del sínodo sobre la sinodalidad, sin embargo, es legítimo preguntarse si algo que está tan viciado de raíz puede sanarse de alguna forma o sería mejor hacer borrón y cuenta nueva.
Bruno Moreno