Escuchamos habitualmente esa frase a modo de salutación: “Es mi pareja”, “te presento a mi pareja”, “somos pareja”…
Es una de tantas frases manidas de la posmodernidad que identifican a una sociedad vacía, sin identidad, a expensas de la manipulación de los medios informativos financiados por el sistema político liberal vigente sobre todo en Europa y América. Se podría añadir que no es solo la frase del nihilismo actual sino de una dosis que la implementa en hortera y cursi o, dicho de forma más clara: la catetada más sonora del lenguaje moderno. Es digna de análisis crítico:
“Pareja” engloba a toda clase de relaciones. Pueden ser casados, novios, compañeros solo de cama, amigos “con derecho”, divorciados vueltos a juntar, homosexuales…
“Pareja” desprecia la forma natural de relacionarse en forma exclusiva según lo que Dios ha puesto en la naturaleza humana. Así, un hombre y una mujer casados por la Iglesia dejan de presentarse como matrimonio sino que son englobados en el saco común de fornicarios, adúlteros, arrejuntados, o parejas de quita y pon (usando un léxico muy vulgar pero a la vez comprensible).
“Pareja” es el vehículo usado por el modernismo para evitar el aprecio de la ley divina que ha creado hombre y mujer para dar vida y formar la familia como unidad básica en la transmisión de la fe cristiana.
“Pareja” es una forma de evitar toda afirmación de compromiso definitivo a la vez que consolida el llamado lenguaje de “género” según el cual no existe el sexo biológico sino una amalgama de alternativas y modelos de convivencia a elegir por el ser humano sin ánimo alguno de perseverancia fiel. En ese sentido si tiene algo de positivo la expresión ya que toda aquella relación no grata a Dios está condenada a terminar de forma trágica, traicionera o decadente.
“Pareja” en fin es una de tantas expresiones lingüísticas actuales destinadas a convertir cada ser humano en un simple número, o dato, a merced de lo que dispongan los poderes políticos y económicos de occidente. Frente a ello hay que animar a los católicos a usar el vocabulario de siempre, el auténtico y no deformado para presentarse como “novios” (hombre y mujer que se preparan para el matrimonio aún sin compromiso definitivo) o como “marido y mujer” (matrimonio bendecido por Dios para sus fines de procreación y amor mutuo). Y desterrar de una vez esa manera cursi, afectada y progre de hablar que a veces se usa, no del todo voluntariamente, para caer bien en el desarraigado ambiente posmoderno con toda su alergia a lo bueno, verdadero y hermoso que emana de la ley divina y su manifestación natural en la creación.
Padre Ildefonso de Asís