En Savannah, Georgia, el obispo pone fin a un cuarto de siglo de misa tradicional a partir de 20 de mayo. En Glasgow, Escocia, una parroquia con una próspera comunidad tradicional ha recibido la orden de cancelar todas sus misas públicas casi de inmediato de 2023.
Dicen que Einstein definía la locura como aplicar idénticas causas esperando distintas consecuencias. Todo el postconcilio ha sido una reiteración perpetua de esa definición. Podía, quizá, parecer razonable a los padres conciliares que la actualización del milenario rito de la Misa, centro de la vida cristiana, diseñando uno nuevo en un despacho, atraería a un mayor número de fieles. El resultado es tan evidente y catastrófico que llamarlo ‘el elefante en la habitación’ se queda corto: es más como un mastodonte.
Pero, por lo visto, da igual. Si la solución diseñada en la torre de marfil no produce el efecto deseado, hay que insistir y doblar la dosis.
Es la parábola de Bud Light, una marca de cerveza popular en la clase obrera americana, que ha decidido hacer de un ‘influencer’ presuntamente transexual su imagen. El tipo en cuestión, Dylan Mulvaney, hace de su vida pública una verdadera parodia de la feminidad en sus peores estereotipos, actuando como una quinceañera particularmente tópica.
Los usuarios de Bud Light lo han tomado como lo que es, un insulto y un desprecio, y han iniciado un boicot que ha hundido las ventas y la cotización bursátil de la marca. Es un caso clamoroso de lo que sucede cuando ignoras a tu público objetivo y pretendes sermonearle para que se convierta en otra cosa.
La Iglesia, lo hemos repetido a menudo, no es una empresa comercial. Pero responde, en su aspecto humano, a mecanismos similares. Los fieles adeptos a la Misa Tradicional, es cierto, suponen una proporción ínfima, desdeñable, del pueblo católico. Pero también es cierto que es un grupo con un crecimiento exponencial, en un momento en el que la práctica de la fe se hunde en todo el mundo occidental. ¿Qué sentido tiene atacarlos?
Incluso entre los no tradicionales, el acoso produce una penosa impresión, especialmente cuando las opiniones heterodoxas de teólogos y prelados y las celebraciones irreverentes hasta el extremo del Novus Ordo alcanza niveles difícilmente parodiables. Nadie entiende bien ese centrar el ánimo punitivo de la jerarquía en un grupo tan poco amenazante en todos los sentidos, el numérico y el doctrinal.
Carlos Esteban