Es comprensible que la gente esté ya hastiada de oír hablar del relato o la narrativa, tanto hemos tenido que citarlo los comentaristas todos estos años. Pero es que sigue explicándo casi todo lo importante que ocurre a nuestro alrededor, especialmente en lo que se refiere al Cambio Climático, la excusa universal para cualquier medida de control, pérdida de derechos y empobrecimiento generalizado. Y es relato, y sólo relato, por lo inmune que resulta a la realidad comprobable.
La última noticia, de The New York Times, es que «El verano ártico podría estar prácticamente libre de hielo marino para la década de 2030», un titular que hubiera ganado mucho si añadiera «otra vez». La afirmación es del zar norteamericano para el clima, el exvicepresidente John Kerry, del que ya informamos recientemente que ha reprochado a los agricultores que atenten contra el clima produciendo alimentos.
El caso es que la afirmación nos suena. Sí, fue en 2009, pueden comprobarlo en Youtube, cuando el propio Kerry, junto al multimillonario Al Gore —vicepresidente con Bill Clinton—, predijeron ese mismo resultado… para 2014. ¿Se acuerdan de cuando desaparecieron los casquetes polares? Yo tampoco.
Mientras, en el mundo real, el Ártico pasa su mes de mayo más frío desde que hay registros. Cualquiera diría que, lejos de calentarse, el Polo Norte se está enfriando a pesar del CO2 antropogénico.
Pero no nos distraigamos con esas menudencias, porque hay cosas que sí han cambiado, y muy señaladamente. Por ejemplo, cuando el profeta del apocalipsis climático Al Gore se presentó como candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos en 2000, su fortuna personal ascendía a 1.7 millones de dólares. Hoy, gracias a su apostolado climático, se estima en 313 millones. A eso le llamo yo una verdad incómoda.
Desde que, a finales de los ochenta, Margaret Thatcher considerase una brillante idea para quebrar la resistencia de los sindicatos mineros dar pábulo y promocionar la teoría de un oscuro científico sueco, el cambio climático antropogénico se ha convertido en la gallina de los huevos de oro para el estamento globalista, para los gobernantes sedientos de control, para los pícaros de las finanzas, para los políticos sin programa electoral o para los líderes ansiosos por ocultar una penosa gestión económica.
Del Papa al último concejal, de actores deseosos de notoriedad a fabricantes de molinillos, de una cínica China que contamina más que nadie pero quiere empobrecer a su rival occidental a una Comisión Europea empeñada en diluir la soberanía de los países de la UE, todos se dicen adeptos del nuevo dogma climático, que sirve para todo. El cambio climático explica las grandes migraciones, el aumento de la violencia de género, el terrorismo y, probablemente, el suspenso en Matemáticas de su vástago.
Hay una simple regla en esto, para orientarse en medio de la maraña de propaganda, y es observar, no lo que dicen, sino lo que hacen. Por eso la fotografía perfecta en esto es la que ilustra el artículo de Pedro Fernández Barbadillo, «Las Maldivas, a las que el cambio climático iba a «dejar bajo el Índico» en 2018, inauguran su nuevo aeropuerto al nivel del mar». Hace ya años que estás islas, planas como folio, deberían haber desaparecido a juicio de los profetas calentólogos. Pero ahí siguen, construyendo aeropuertos a un palmo del mar, suponemos que por puro masoquismo.
Carlos Esteban