Han pasado 25 siglos, más de 2.500 años, desde que murió Protágoras, al que muchos consideran padre del hablar correcto, o sea, de la retórica. Este orador fue una gran figura del siglo V a.C. en el centro cultural de Europa, la ciudad de Atenas. Gran profesor, enseñaba a ganar cualquier discusión, y hacía capaces a sus alumnos para defender una determinada postura y ganar cualquier disputa. Pero su éxito no procedía de su inteligencia, sino de su retórica en la defensa de una postura, o de su contraria, con las garantías de triunfo. Esa es la esencia de los sofistas, la técnica del “hablar correcto”. Y lo pongo entre comillas porque al sofista no le interesa la verdad, la realidad, sino cómo convencerte de una opinión, o de la contraria, según sea su pagador. ¿Retórica, o retórica hueca?
En mis estudios filosóficos, el simpático profesor de teoría del conocimiento repetía con frecuencia, y con bastante sentido común, que las palabras lo aguantan todo, pero la realidad es tozuda. Contra facta non sunt argumenta. Puedes decir que a tres pasos de donde estás no hay un desfiladero, pero si das esos tres pasos, la tozuda realidad te llevará desfiladero abajo.
Vivimos en el reino del eufemismo, dominado por los sofistas o retóricos ideológicos, y nos gusta manipular las palabras para que expresen lo que a nosotros nos interesa.
· En lugar de aborto hablamos de salud sexual y reproductiva, pero el embrión que deja de vivir ya no tiene salud, la mujer puede tener serios problemas de salud; tampoco es “reproductiva”, la mujer no se reproduce, no da a luz al hijo vivo. O hablamos de IVE, “interrupción voluntaria del embarazo”. Pero la vida del embrión no se restablece tras la “interrupción”, y en muchas ocasiones tampoco está claro que sea “voluntaria”, pues se dificulta conocer la realidad médica completa de lo que sucede con esa intervención.
· En lugar de eutanasia, con su claro significado de causar la muerte de la persona, prestación de ayuda (somos muy ayudadores) a morir. O derecho a morir dignamente, como si el enfermo cuidado con cariño no viviese y muriese dignamente.
· Hablamos de afirmar el propio sexo sentido. Como si el sexo estuviese en mi sentimiento, y no tuviesen nada que decir los más de 6.500 genes que se expresan de modo distinto, en función del cromosoma XX o XY. Y las terapias de conversión son aquellas ayudas a las personas que tienen alguna incongruencia con su sexo, y quieren afrontarla conservando su cuerpo y su propia identidad psicosomática.
· Hablamos de “ley de memoria democrática”, pero la memoria no se rige por leyes, sino por el recuerdo de lo que ha sucedido. Y esos hechos, constatables en el pasado, no pueden desaparecer a instancias del voto de una mayoría.
Los ejemplos podrían continuar. Pero lo que me preocupa es el resultado de esta realidad paralela que parece que queremos crear. Por un lado discurre cierto lenguaje políticamente correcto, y por otro la tozuda realidad, que cada vez es más tozuda, y también más rebelde a las violaciones que le hacemos. Varios países, entre ellos la poblada China, cada vez están más preocupados por el escaso crecimiento demográfico. Otros países liberales, como Reino Unido, Noruega o Finlandia, están preocupados por la raída solución del boom trans en los niños. Si continuamos en mundos paralelos, el verdadero progreso de la historia cada vez está más en peligro.
Utilizando un lenguaje empresarial, nos urge estar “alineados” en políticas sociales y realidad social. Está en juego el éxito de nuestra humanidad, su presente y, sobre todo, su futuro. La palabra, si no está sostenida, alineada, con la realidad, crea un mundo paralelo, un escenario de cartón piedra, que se caerá en cuanto venga un pequeño vendaval.
¿Por qué nos empeñamos en buscar la explicación más complicada, la construcción ideológica de esta nueva neolengua, en lugar de buscar la solución más sencilla, la que nos dicta el sentido común? ¿Será verdad que el sentido común es el menos común de los sentidos?
José F. Vaquero